Buscando la
Cara del Señor
Los obispos son siervos de la unidad en la Iglesia
El 2 de marzo de 2011 marcará todos los años el aniversario de la ordenación del Obispo Christopher J. Coyne. No enteramente por coincidencia, el 2 de marzo también señala mi aniversario de ordenamiento como Obispo de Memphis, hace 24 años.
Al igual que para mí, para el Obispo Coyne ese día está repleto de una significación que transformará su vida.
Resulta maravilloso unirse al colegio de obispos, en sucesión al “colegio apostólico.”
Tal como señalé durante la ordenación el 2 de marzo, cuando ordenamos a un sucesor de los Apóstoles, no podemos menos que pensar en los Doce originales quienes vertieron su sangre por amor a Jesucristo y a la comunidad de feligreses. Sus vidas fascinantes y variopintas representan un maravilloso testimonio de que Dios hace cosas extraordinarias por nosotros a pesar de la pobreza de nuestra humanidad.
Hablando acerca del oficio del obispo en su carta apostólica sobre la formación sacerdotal, el difunto papa Juan Pablo II citó a San Agustín quien se dirigía a los obispos en ocasión de la conmemoración del martirio de San Pedro y San Pablo, hace siglos.
San Agustín dijo: “Somos tus pastores, en ti recibimos sustento. Que Dios nos conceda la fortaleza para amarte hasta el extremo de morir por ti, ya sea en hechos o en anhelo.”
En un mundo secularizado que cree sólo en aquello que ve, el Obispo Coyne y yo somos testigos del misterio, mediante nuestra consagración y nuestras obras. La vida misma y la identidad de un obispo (y de los sacerdotes) están enraizadas en el orden de la fe, el orden de aquello que no se ve y no en el orden de valores seculares.
Y por consiguiente, el reto de ser un líder espiritual y moral en una sociedad secular es grande. Por encima de todo, esto significa que nuestras propias vidas dan testimonio de que nuestra familia humana necesita a Dios en un mundo en el que frecuentemente se cree otra cosa.
Los obispos y los sacerdotes son sacramentos visibles del sacerdocio de Jesucristo en un mundo que necesita ver, escuchar y tocar a Jesús y ya no está seguro de poder hacerlo.
En un mundo dividido, usted, Obispo Coyne, será un siervo de la unidad, junto conmigo y los sacerdotes de esta Arquidiócesis. Por la gracia de Dios construimos unidad y comunión de dos formas: unidad en la fe de la Iglesia, y unidad en la caridad de Cristo.
Un obispo es un humilde siervo de la unidad de la Iglesia. Sin la humildad no se puede servir. Sin la humildad no se puede construir una comunidad.
En un mundo en el que tantas personas no conocen a Cristo, el Obispo Coyne se une a mí como maestro en la persona de Cristo el Maestro.
Al igual que los Apóstoles, mediante la ordenación episcopal se nos encomienda ser un sacramento viviente del Misterio Pascual; ser humildes siervos de la unidad del Cuerpo de Cristo y ser Maestros en la Persona de Cristo, la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia. ¡Qué forma de vida y de ministerio tan maravillosa! Así pues, celebramos la ordenación del Obispo Coyne con profunda alegría.
Cuando decimos que un obispo es primordialmente un testigo del misterio, decimos que debe ser capaz de vivir el misterio pascual de forma tal que guíe al pueblo de Dios a participar en él. Eso tiene muchas connotaciones. En el mero corazón del Misterio Pascual se encuentra la Cruz de Cristo.
La identidad de la Iglesia radica en el misterio de Dios. La identidad de la comunidad devota radica en el misterio de Dios. La identidad del obispo y del sacerdote radica en el misterio de Cristo. No se puede intentar explicar o comprender nuestra Iglesia o la Eucaristía ni los demás sacramentos, el ministerio o la identidad sacerdotal aislados del misterio de Cristo. Y por consiguiente, con frecuencia se nos malinterpreta.
El Obispo Coyne se une a mí y a nuestros sacerdotes como siervo de la unidad de nuestra Arquidiócesis. El motivo que impulsa nuestro llamado al ministerio en la Iglesia es el amor de Jesús y el amor por él nos conduce al amor pastoral por los demás. El amor a Dios y creer en Su auxilio es el motivo que nos lleva a querer servir y no a ser servidos. El amor pastoral de Cristo en nosotros sirve a la unión y la comunión en nuestra Iglesia en un mundo dividido.
Los obispos, junto con nuestros sacerdotes, servimos a la unidad de nuestra fe y de este modo nos unimos a todos los obispos y al Obispo de Roma en la misión de formación oficial de la Iglesia. Es nuestra responsabilidad velar por que el tesoro de nuestra fe se transmita a generaciones futuras.
El Obispo Coyne me escuchará decir una y otra vez que nuestro primer deber es ser hombres de oración. Si somos fieles en la oración todo marchará bien y perseveraremos en la fe con paz y alegría. †