Alégrense en el Señor
El Señor está cerca de nosotros, más de lo que pensamos
“Permanezcan unidos unos a otros, cada vez más cerca de Dios, y junto a sus obispos y sacerdotes dediquen estos años a edificar una Iglesia más santa, más misionera y humilde—una Iglesia más santa, más misionera y humilde—, una Iglesia que ama y adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que están solos, a los enfermos y a los marginados.”
—Papa Francisco
Uno de los temas recurrentes del papa Francisco es la “cercanía.” Prácticamente en todas las comunicaciones, se han escritas por adelantado o espontáneas, el Santo Padre nos exhorta a mantenernos cerca de Dios y del prójimo.
Nuestra cultura contemporánea tiende a ver a Dios como un ser ausente, distante y apartado de nuestro mundo y de nosotros. Sin embargo, nada es más contrario a la óptica cristiana. Somos un pueblo de adviento, hombres y mujeres que esperan todos los días la sagrada esperanza. Creemos que nuestro Dios está cerca de nosotros, incluso más cerca de lo que estamos de nosotros mismos.
Para nosotros, el infierno es la separación permanente de Dios (y de los demás); es la peor situación en la que cualquiera podría encontrarse. Y creemos que la gracia de Dios, su amor incondicional otorgado libremente, es lo que nos mantiene unidos a Él y al prójimo.
La cercanía de Dios con nosotros se observa más perfectamente en María, la virgen madre de Jesucristo. La Santa Virgen María llevó al Hijo de Dios en su vientre. Su humanidad se formó a partir de su carne, del linaje sacerdotal que incluía a Isabel y a Zacarías, y del corazón rebosante de fe de María que aceptó la voluntad divina.
A través de María, Dios se convirtió en uno de nosotros. Este acto le permitió acercarse todavía más a nosotros, para identificarlo y reconocerlo como nuestro hermano. Por tanto, no se trata de un Dios ausente, distante ni apartado sino de un Dios que es uno con nosotros y nos acerca a Él a través de la intercesión de una humilde mujer hebrea elegida por Dios para ser la madre de su Hijo.
Las lecturas del Cuarto Domingo de Adviento dirigen nuestra atención hacia María. Junto con Juan Bautista, quien incluso en el vientre de su madre saltó de alegría ante la presencia de su Señor, María proclama la cercanía de Dios. Ella reconoce su cercanía como solamente una madre embarazada puede sentirse cercana a su hijo. Ella acepta la bendición que le otorga Isabel sin llegar a comprender por completo lo que Dios les ha preparado a ella y a su divino hijo.
Todas las mañanas la Iglesia nos invita a rezar el Cántico de Zacarías (denominado comúnmente el Benedictus por las palabras con las que comienza: “Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo.”) Les confieso que esta es una de mis oraciones predilectas. Espero con ansias el momento del día para rezarla puesto que es una alabanza a Dios por su cercanía; nos recuerda que ha visitado a su pueblo y nos ha liberado; y porque proclama que nuestro Dios es misericordioso, es tierno y compasivo con nosotros, su pueblo obstinado y pecador.
María es la mensajera del Adviento que nos llama a prepararnos para el regreso de su hijo en cada Navidad. Su ejemplo es sencillo, pero muy profundo. San Lucas nos dice que cuando el ángel le reveló la voluntad misteriosa de Dios, María dijo: “Yo soy la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38). Dios se acerca y la respuesta de María es abrir su corazón y dejarle entrar.
Hacia el final del día, la Iglesia nos invita a rezar otra oración, el Cántico de María o el Magnificat que comienza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.” Aquí María relata el poderoso efecto de la cercanía de Dios con su pueblo. Dado que Dios es uno con su pueblo, los pobres y los solitarios son ensalzados, los hambrientos saciados con manjares y aquellos consumidos por su riqueza y orgullo serán apartados y se irán con las manos vacías.
Todos los días la Iglesia reza el mensaje proclamado por María: Dios está cerca de nosotros. Si permitimos que entre en nuestros corazones, Él nos liberará, llenará nuestros vacíos, perdonará nuestros pecados y nos levantará cuando caigamos presa de la duda o de la desesperación.
El Adviento celebra la cercanía con Dios quien se encuentra entre nosotros ahora, especialmente cuando nos reunimos en Su nombre y lo recibimos en la sagrada eucaristía. Pero también viene nuevamente, verdadera y realmente, en nuestra celebración de la Navidad y en el fin de los tiempos.
Sigamos el ejemplo de María y acerquémonos a Jesús. Oremos para que cuando nuestro Señor regrese, nuestros corazones estén abiertos y tengamos el valor para decirle: “Sí, Señor, aquí estoy, listo para cumplir tu voluntad.” †
Traducido por: Daniela Guanipa