Alégrense en el Señor
Todos estamos llamados a la santidad: la plenitud de la vida cristiana
“Un día en que todo el pueblo estaba siendo bautizado, también fue bautizado Jesús. Y mientras Jesús oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma. Entonces vino una voz del cielo, que decía: ‘Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco’ ” (Lc 3:21-22).
El fin de semana pasado celebramos el Bautismo del Señor. Este poderoso relato que narra la aparición de Jesús de Nazaret como figura pública y su ministerio, hecho que culminará en la tragedia de su muerte y en la alegría de su resurrección, exige toda nuestra piadosa atención. Resulta maravilloso contemplar aquí la obra de la Divina Trinidad.
Primero, vemos la intensa añoranza del Pueblo Elegido de Dios que clama por su Mesías (“el ungido”) quien ha de salvar a su pueblo de la esclavitud. ¿Acaso Juan el Bautista será el elegido? Juan lo niega enfáticamente. “A decir verdad, yo los bautizo en agua, pero después de mí viene uno que es más poderoso que yo, y de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado. Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lc 3:16). La humildad de Juan es impresionante. Se resiste a todos los intentos de elevarlo por encima de su condición, el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Una voz clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor; enderecen en el páramo una calzada a nuestro Dios” (Is 40:3).
Juan le dice al pueblo que el Mesías traerá consigo un tipo de bautismo cualitativamente distinto, que bautizará en Espíritu Santo y fuego.
¿Cómo podemos interpretar esta nueva forma de bautismo? ¿En qué se diferencia del bautismo de Juan? El agua sigue siendo el símbolo sacramental del nuevo bautismo, entonces ¿cuál es la diferencia entre el bautismo del Mesías y el de Juan?
El bautismo de Jesús era obra de la Trinidad—Padre, Hijo y Espíritu Santo—y nos permitió comprender que “si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rm 6: 3-11). El bautismo de Juan era una purificación simbólica del pecado; el nuevo bautismo es muerte y renacimiento. Se trata de desterrar al antiguo ser para volver a nacer en el Espíritu y en comunión con la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
Juan sabía que no podía lograr este tipo de transformación radical meramente a través de un bautismo simbólico con agua. Hacía falta el poder del Espíritu Santo que transforma el símbolo sacramental (agua) en una profunda conversión de mente, corazón y vida cotidiana, lo suficientemente poderosa como para encender en llamas al mundo.
San Lucas nos dice que después de que Juan bautizó a todo el pueblo, Jesús entró en el río Jordán y también fue bautizado. En ese momento, “el cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma. Entonces vino una voz del cielo, que decía: ‘Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco’ ” (Lc 3:21-22). Qué imagen tan excepcional y poderosa de la obra de la Santísima Trinidad en el mundo. Qué reafirmación tan profunda de la importancia del bautismo en la vida de Jesús, así como también en la nuestra.
El Concilio Vaticano Segundo hizo énfasis en que “todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (“Lumen Gentium,” la “Constitución Dogmática sobre la Iglesia,” #40). Este es el llamado universal a la santidad, el llamado a morir en Cristo para volver a nacer en el Espíritu Santo y el fuego. Para aceptar este llamado, debemos ser humildes como Juan. Debemos reconocer que “uno más poderoso que yo” ha venido y nos ha invitado a formar parte de su propia santidad. Por encima de todo, debemos abrir nuestras mentes y nuestros corazones para que el poder de Dios nos transforme.
El año pasado, cuando dimos la bienvenida a nuestra Iglesia local a más de 1000 personas durante la Vigilia Pascual, revivimos aquí en las parroquias de nuestra propia arquidiócesis la historia del bautismo del Señor. Se derramó agua sobre los nuevos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y una vez más, la Santísima Trinidad intervino en la historia humana para transformar las vidas de quienes recibieron este maravilloso sacramento. Si Dios quiere, este milagro se repetirá durante la Vigilia Pascual de este año.
Que cada uno de nosotros recuerde que hemos sido bautizados en el Espíritu Santo y el fuego. ¡Que elijamos morir con Cristo para poder vivir en la gloria con Él! †
Traducido por: Daniela Guanipa