Alégrense en el Señor
La alegría pascual y la risa redentora
La semana pasada ofrecí algunas reflexiones sobre la maravillosa experiencia que llamamos alegría pascual. En esa columna señalé que la misericordia divina es la fuente de la que emana la alegría pascual: del perdón de nuestros pecados y de la absolución que hemos recibido del Padre cuyo rostro es la misericordia. La alegría pascual es nuestra respuesta a la gracia de Dios que nos ha entregado libremente y sin mérito alguno de parte nuestra, sencillamente porque Dios nos ama y desea que seamos felices junto a Él para siempre.
También comenté que la alegría pascual es la experiencia de auténtica gratitud que eclipsa toda ansiedad y temor, y nos permite respirar fácilmente y soltar las cargas que nos doblegan. Los cristianos podemos llenarnos de júbilo porque la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús nos han liberado. Podemos estar en paz porque nada, ni siquiera la muerte, podrá separarnos del amor y la misericordia de Dios.
La alegría ha sido uno de los principales temas del pontificado del papa Francisco (su tocayo, San Francisco de Asís, fue el ejemplo supremo de un hombre cuya vida entera fue un testimonio de la alegría del Evangelio). Este año en especial, nuestro Santo Padre nos invita a establecer la conexión entre la abundante misericordia de Dios y la alegría que vivimos como beneficiarios que somos del amor y el perdón de Dios.
La alegría también se destaca en los escritos de José Ratzinger, el ahora papa emérito Benedicto XVI. En su libro Behold the Pierced One, publicado en 1986, escribe acerca del poder curador de la risa, tal como se manifiesta en el relato bíblico de Abrahán y su hijo Isaac. “Cuando llegan al monte, Isaac ve que no hay ningún animal para sacrificar y le pregunta sobre esto a su padre y este le dice que ya Dios proveerá (Gn 22:8). Y no es sino hasta el mismo instante en el que Abrahán levanta su cuchillo para degollar a Isaac que captamos el significado de estas palabras, cuando aparece un carnero trabado por los cuernos en un zarzal y que habrá de tomar el lugar de Isaac para el sacrificio.”
¿De qué forma el paradójico relato del cordero enzarzado que salva a Isaac en el último minuto nos ilustra “el poder curador de la risa”?
El entonces cardenal Ratzinger nos recuerda que el propio nombre de Isaac contiene la raíz hebrea de la palabra risa, y que alude a “la risa incrédula y triste de Abrahán y Sara quienes no creían que pudieran tener un hijo. Pero cuando la promesa se torna realidad, se convierte en una risa alegre, la soledad anquilosada se disuelve en la alegría de la realización” (cf. Gn 17:17; 18:12; 21:6).
La tradición judía menciona la risa no solamente en los padres de Isaac sino la suya propia. “¿Acaso no tenía motivos para reírse cuando una situación triste y dramática repentinamente se convirtió en un relato de libertad y redención? En ese momento quedó demostrado que la historia del mundo no era una tragedia, la inexorable tragedia de fuerzas opuestas, sino una divina comedia.” Isaac, el joven que creyó que su vida había terminado cruelmente, fue capaz de sentir alegría y de reír.
El cardenal concluye esta reflexión señalando que usted y yo somos Isaac, somos los hijos de Abrahán y Sara. “Ascendemos por la montaña del tiempo—escribe—cargando a cuestas los instrumentos de nuestra propia muerte.” Cada paso que damos nos acerca al momento en que expiraremos. ¿Nuestra vida tiene sentido o somos víctimas de una tragedia inexorable? ¿Nuestra vida es un obsequio que inspira gratitud y alegría o somos víctimas de un destino azaroso y cruel?
Si somos los herederos de Abrahán y Sara y, al igual que Isaac, podemos ver a través de los ojos de la fe, se nos revelará el carnero enzarzado que es un presagio de Cristo en la cruz. El cardenal nos dice que, “en este carnero, vemos en realidad un atisbo del cielo y apreciamos la bondad de Dios que no es ni indiferente ni débil sino un poder excelso.”
Y continúa: “Porque podemos ver al carnero, podemos reírnos y dar gracias. [...] Jesús es Isaac quien, al levantarse de entre los muertos baja del monte con el rostro iluminado por la risa. Todas las palabras del Resucitado manifiestan esta alegría, esta risa redentora: si vieran lo que yo veo y he visto, si pudieran tan solo tener un atisbo de todo el panorama, se reirían” (cf. Jn 16:20)!
Riámonos juntos en el espíritu de la alegría pascual siempre que la vida parezca cruel y deprimente. Sí, quizás los problemas que enfrentamos nos parezcan abrumadores ahora, pero somos un pueblo de Pascua. Hemos visto la bondad de Dios y hemos visto un atisbo de la alegría del cielo. Y de esta forma podemos reír y estar agradecidos. ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! †
Traducido por: Daniela Guanipa