April 15, 2016

Alégrense en el Señor

Nuestra fe debe ser fuente de alegría duradera

Archbishop Joseph W. Tobin

“Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral,” escribe el papa Francisco en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (La alegría del Evangelio, #10). Los discípulos misioneros (el término preferido del papa para designar a los cristianos bautizados llamados a difundir la Buena Nueva con “quienes no conocen a Jesucristo”) estamos llamados a evangelizar con alegría.

Durante esta temporada de Pascua les ofrezco algunas reflexiones sobre la experiencia de la alegría pascual que es el resultado directo de la resurrección de nuestro Señor de entre los muertos. En columnas anteriores he comentado que la alegría pascual es muy distinta de lo que podríamos llamar las alegrías ordinarias de la vida cotidiana. La alegría pascual penetra profundamente en el corazón anhelante del ser humano; nos ayuda a comprender los misterios de la vida, incluso las enfermedades graves, la muerte, la injusticia, la soledad, la desesperación y la alienación social a causa de diferencias raciales, culturales, económicas y sociales.

El Evangelio nos dice que los discípulos de Jesús sintieron diversas emociones al momento de su Pasión, muerte y resurrección. Estaban atemorizados, amargamente decepcionados, desesperanzados, llenos de dudas e incertidumbre; y entonces sobrevino la alegría de la resurrección.

Para algunos, como la mujer que se acercó al sepulcro en la mañana del Día de Pascua, la alegría fue instantánea (aunque haya estado mezclada con confusión por la incertidumbre de lo que realmente había sucedido). Para otros, como los discípulos de camino a Emaús, la alegría sobrevino paulatinamente, después de haber sentido la presencia del Señor al partir el pan y en sus enseñanzas.

Para Pedro y la mayoría de los discípulos, la alegría de la Resurrección fue intermitente: iba y venía con las apariciones de Jesús en el cenáculo y en Galilea. No fue sino hasta que recibieron al Espíritu Santo en Pentecostés que la alegría de la resurrección de Cristo se enraizó profundamente en sus corazones.

¿Por qué esa alegría de la Pascua es tan especial y está tan intrínsecamente ligada a la Pasión, muerte y resurrección del Señor? ¿Cómo la vivimos hoy en día, más de 2,000 años después? ¿Qué diferencia marca esta temporada de alegría en cómo nos sentimos y vivimos como discípulos misioneros de Jesucristo llamados compartir su Buena Nueva con las personas que se encuentran en la periferia, en los márgenes de la sociedad humana?

El papa Francisco—al igual que el Papa Benedicto XVI que le precedió— a menudo habla sobre la alegría. Los dos pontífices nos dicen que los cristianos no deben ser personas sombrías; no debemos comportarnos como si nuestra fe nos pesara o la vida cristiana estuviera compuesta por una serie interminable de normas y reglas opresivas. Debemos estar alegres, regocijarnos en nuestra libertad y en la confianza perdurable en el amor de Dios por nosotros. La alegría de la Pascua emana de nuestro agradecimiento hacia Dios por su gracia salvadora, por perdonar nuestros pecados y por su presencia en nuestras vidas (o como lo expresa el papa Francisco, por su ternura y su cercanía con nosotros).

“¡Griten de alegría!” nos dicen las Escrituras. “¡Regocíjate y alégrate!” cantan los ángeles. “¡Aleluya! Alabado sea Dios” nos expresan los santos mediante sus palabras y sus ejemplos.

La mayoría de nosotros no grita, canta ni baila mucho cuando está alegre. Solemos ser más reservados. Es por ello que es importante señalar que es perfectamente aceptable transmitir nuestra alegría de una forma más sencilla, si así lo preferimos, a través de una sonrisa, una palabra amable, una pequeña muestra de ayuda o a través de actos de perdón que reflejen el rostro de Dios, el Padre misericordioso.

La alegría pascual debería impartirnos la confianza necesaria para hacer caso omiso de las voces negativas que nos rodean todo el tiempo. Debería ayudarnos a sonreír, a estar contentos con nosotros mismos y a darle gracias a Dios por su enorme bondad para con nosotros.

Los cristianos podemos sentirnos alegres porque Dios se ha acercado a nosotros y nos ha amado. No estamos marcados por un destino aciago y desastroso: Cristo murió por nosotros y nos hizo libres. No estamos solos; somos el pueblo de Dios que se congrega en la Iglesia y está unido en Cristo. No debemos temer: Él siempre está con nosotros. Nuestros pecados no nos han condenado: la gracia de Cristo nos ha salvado.

Nuestra fe debe ser fuente de alegría duradera. Tal como lo expresó una vez el papa emérito Benedicto XVI: “Transmitamos esa alegría a los demás y esta se nos devolverá. En especial, procuremos comunicar la profunda alegría que sobreviene al conocer a Dios a través de Cristo. Oremos para que la presencia de la alegría liberadora de Dios brille en nuestras vidas.”

¡Ningún seguidor de Jesús debería tener cara de funeral!

Que esta temporada de gracia nos traiga alegría duradera. ¡Que podamos compartir generosamente esa alegría con los demás durante la época de la Pascua y siempre! †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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