Alégrense en el Señor
El amor cristiano es abnegado, receptivo e indulgente
Durante este Año de la Misericordia dedicamos mucho tiempo a reflexionar sobre el misterio del amor de Dios tal como se nos ha revelado en la persona de Jesucristo. A través de sus enseñanzas sobre el amor y el ejemplo que nos dio mediante el sacrificio supremo que hizo al morir en la cruz para que nuestros pecados fueran perdonados, contemplamos el amor desde una perspectiva totalmente nueva.
Todos los días escuchamos muchas cosas sobre el amor. Ensalzamos el amor humano—en ocasiones abusamos de él—en la publicidad y los medios de comunicación. La mayor parte de las veces lo que se ilustra como amor en nuestra cultura es solamente una pobre imitación de su verdadera esencia.
El amor genuino, ese que Jesús nos ordena que compartamos mutuamente, es un tipo de amor distinto. Es más que gentileza o cariño, e incluso que el apego romántico o la amistad con otra persona. El amor que los discípulos de Jesucristo estamos llamados a demostrar tiene otro cariz, una característica distinta de lo que normalmente asociamos con amor.
¿Qué hace que el amor cristiano sea distinto de otras formas de amor o de afecto? Esta pregunta admite muchas respuestas, pero quisiera concentrarme en las siguientes tres: 1) el amor cristiano conlleva sacrificio; 2) el amor cristiano no es selectivo sino que acoge a todos; y 3) el amor cristiano exige perdón (misericordia). Permítanme ofrecer algunas reflexiones acerca de cada uno de estos desafíos.
El amor abnegado de Jesús y de todos los mártires que le sucedieron en verdad distingue al amor cristiano de los demás tipos de amor. Jesús marcó la pauta y dejó muy en claro que no existe amor más grande que el de entregarlo todo—incluso la vida—por los demás.
No todo el mundo puede vivir este tipo de amor radical. La mayoría de nosotros no tendrá que morir por otra persona, pero en la medida en que procuremos seguir a Jesús todos los días estaremos llamados a sacrificar nuestros propios deseos, nuestro ego y muchas de nuestras comodidades terrenales por el bien de los demás.
El papa Francisco a menudo nos exhorta a “abandonar nuestra comodidad” para poder compartir la alegría del Evangelio con los demás, especialmente con los más débiles y vulnerables entre nosotros. El amor cristiano no es interesado ni persigue el autobombo. Se entrega por el bien de los demás, usualmente a expensa propia.
Cuando digo que el amor cristiano no es selectivo sino que abarca a todos quiero decir que nos obliga a ampliar nuestros horizontes y a ver más allá de lo que nos resulta más familiar: nuestra propia raza. Las parábolas de Jesús solían estremecer las sensibilidades de su público al convertir a los samaritanos, quienes eran los parias culturales de los tiempos de Jesús, en los buenos de la película. Los recaudadores de impuestos y los pecadores encuentran lugar a la mesa de nuestro Señor en una época en la que la mayoría de los judíos respetables no se relacionaría con ellos. Y Jesús sana a todos, incluso a los romanos, detestados por todos. Su amor jamás fue selectivo. Rompió todos los límites y fue accesible a todos los que buscaron su poder sanador.
Por último, lo que distingue al amor cristiano de otras formas de calidez y afecto es su disposición a perdonar, incluso las ofensas más aborrecibles contra Dios y la humanidad. Desde la cruz Jesús le rogó a su Padre que perdonara a sus enemigos, esa gente insensata, ignorante y egoísta que lo insultó, lo torturó y lo asesinó.
Tal como nos lo recuerda el papa Francisco, la misericordia de Dios no tiene límites. No se limita a quienes se han arrepentido y “merecen” perdón. La misericordia divina se extiende a todos, sin excepción. Este es quizás uno de los aspectos más difíciles del amor cristiano. Si bien pensamos que el amor es algo suave y maleable, el amor de Dios es constante. Nos busca incesantemente, invitándonos a acudir a Él, a aceptar su amor y su perdón, y jamás se conforma con la «emoción barata» del castigo o la venganza.
El amor cristiano es abnegado, receptivo e indulgente. Es el tipo de amor que descubrimos cada vez que reflexionamos sobre los evangelios o leemos sobre las vidas de los santos. En la lectura del Evangelio de este quinto domingo de Pascua, Jesús nos dice: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos con los otros” (Jn 13:34-35).
La frase clave aquí es “como yo os he amado.” El suyo no es un amor ordinario; se trata de un obsequio sobrenatural del cielo que hemos tenido el privilegio de recibir y que se nos ha ordenado que compartamos con los demás si deseamos ser sus discípulos.
En esta temporada pascual, en el Año de la Misericordia, oremos para que nuestro amor sea diferente. Amémonos los unos a los otros como Cristo nos ama. †
Traducido por: Daniela Guanipa