Alégrense en el Señor
El papa Francisco nos pregunta: ‘¿Dónde están los hijos?’
“Los padres siempre inciden en el desarrollo moral de sus hijos, para bien o para mal” (“La alegría del amor,” #259).
Los hijos son la expresión concreta del amor y la generosidad de sus padres. Nacidos de la entrega de un hombre y una mujer que se han hecho un compromiso para toda la vida, los hijos deben crecer en una familia amorosa que les enseñe a ser tan amorosos y generosos como sus padres. Esta es la maravillosa visión del matrimonio y la familia que transmiten las enseñanzas y las prácticas de nuestra Iglesia. Se trata de la perspectiva tradicional del matrimonio y la vida familiar que hoy en día se encuentra amenazada por todo tipo de fuerzas destructivas procedentes de la cultura contemporánea.
En su exhortación apostólica “Amoris Laetitia” (“La alegría del amor”), el papa Francisco aborda la visión auténtica del amor en la familia según el catolicismo, así como también la realidad práctica de la vida familiar hoy en día. En ella nos exhorta a seguir esta visión sin titubeos, y a no presumir de que esta sea la realidad de nuestras propias vidas y de quienes nos rodean. Es por ello que el Papa dirige repetidamente nuestra atención a la necesidad de misericordia, de aportar esperanza y sanación a situaciones en las que se han sufrido las magulladuras o las rupturas que provoca la realidad del egoísmo y del pecado.
En el séptimo capítulo de “La alegría del amor,” el Santo Padre se concentra en el desafío de la educación de los hijos hoy en día. Abre su exposición con la interrogante: “¿Dónde están los hijos?” Plantea esta pregunta tanto de forma figurada como literal. “Sólo los momentos que pasamos con ellos, hablando con sencillez y cariño de las cosas importantes, y las posibilidades sanas que creamos para que ellos ocupen su tiempo, permitirán evitar una nociva invasion” (#260).
Para poder dedicar tiempo a los hijos tenemos que saber dónde están, y tenemos que estar con ellos, no ocasional ni superficialmente, sino estar real y verdaderamente presentes todos los días “donde ellos estén.”
“Pero la obsesión no es educative,” apunta el Santo Padre. “No se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo. Aquí vale el principio de que ‘el tiempo es superior al espacio.’ Es decir, se trata de generar procesos más que de dominar espacios” (#261). Lo más importante, según nos dice el Papa, no es intentar controlar a los hijos, sino guiarlos, formarlos y ayudarlos en los “procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía” (#261).
Como resultado, la verdadera pregunta no es dónde están físicamente los hijos (si bien esto es sumamente importante saberlo), sino dónde se encuentran en el camino de la vida, en el sendero hacia la felicidad y la vida eterna.
He aquí una pregunta que no nos hacemos muy a menudo: ¿Dónde se encuentran los hijos en el camino hacia el cielo? Sin embargo, es probablemente la pregunta más importante que podríamos plantearnos. A lo cual sigue, por supuesto, la pregunta: ¿Qué hacemos o qué no hacemos para ayudar a guiar a nuestros hijos hacia el cielo?
El Papa nos recuerda que los padres, como educadores, tienen la responsabilidad de “generar confianza en los hijos con el afecto y el testimonio, inspirar en ellos un amoroso respeto.” “Cuando un hijo ya no siente que es valioso para sus padres, aunque sea imperfecto, o no percibe que ellos tienen una preocupación sincera por él, eso crea heridas profundas que originan muchas dificultades en su maduración” (#263). Que “los padres siempre inciden en el desarrollo moral de sus hijos, para bien o para mal” es una verdad incontrovertible (#259).
Los padres de hoy en día dependen de las escuelas (incluso de las escuelas en el hogar) para que sus hijos reciban la formación académica básica. Pero tal como lo expresa el papa Francisco: “la familia es la primera escuela de los valores humanos, en la que se aprende el buen uso de la libertad” (#274).
Los padres que no se ocupan de esta responsabilidad provocan un gran daño a sus hijos. “En el contexto familiar se enseña a recuperar la vecindad, el cuidado, el saludo. Allí se rompe el primer cerco del mortal egoísmo para reconocer que vivimos junto a otros, con otros, que son dignos de nuestra atención, de nuestra amabilidad, de nuestro afecto” (#276). A menos que los hijos aprendan en el seno de una familia las lecciones fundamentales sobre el significado de ser un verdadero ser humano, se encontrarán en una posición desventajosa en cada etapa de la vida. Independientemente de cuánto aprendan en la escuela o en la calle, no estarán preparados para vivir a plenitud como hombres y mujeres adultos.
“La vida virtuosa, por lo tanto, construye la libertad, la fortalece y la educa, evitando que la persona se vuelva esclava de inclinaciones compulsivas deshumanizantes y antisociales” (#267). La Iglesia respalda firmemente a las madres y los padres como los primeros y principales educadores de sus hijos. Que siempre los apoyemos y ayudemos en la gran labor de criar a sus hijos en la fe, con amor y esperanza.
Traducido por: Daniela Guanipa