Alégrense en el Señor
El respeto hacia la vida humana es el camino hacia la paz
Durante las semanas que preceden al día de las elecciones de 2016 estoy ofreciendo algunas reflexiones sobre las cuestiones que los ciudadanos fieles deben considerar a medida que ejercemos nuestro deber de votar en el ámbito local, estatal y federal.
Tal como señalé la semana pasada, ningún candidato al gobierno representa a la perfección las posturas de la Iglesia católica. Ningún partido político ha redactado una plataforma que sea totalmente coherente con nuestra perspectiva sobre asuntos morales y justicia social.
Y sin embargo, se nos exhorta con vehemencia a que participemos, a que ejerzamos el derecho (y la responsabilidad) otorgada por Dios de elegir líderes y de respaldar políticas que sean moralmente responsables y que promuevan el bien común.
Hay dos enseñanzas de la Iglesia especialmente importantes que debemos tomar en cuenta a medida que nos preparamos para el día de las elecciones. La primera es nuestra convicción absoluta de la santidad de toda la vida humana. La segunda es nuestra oposición a todas las formas de agresión injusta contra personas y grupos, sin importar su raza, color, religión, orientación sexual o situación económica, política o social.
Toda la vida es sagrada. Esto abarca de un modo muy especial a los integrantes más vulnerables de nuestra familia humana: los niños, los ancianos y los enfermos, y todos aquellos que no tienen forma de defenderse, especialmente los que aún no han nacido. Los candidatos y las plataformas políticas que apoyan el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido por médicos, la pena capital y cualquier otra forma de agresión legalizada o apoyada por el Estado que agreda la dignidad de la vida humana deberán responsabilizarse por sus posturas en contra de la vida.
Las enseñanzas de la Iglesia también nos exhortan a evitar la guerra y a trabajar en función de la paz, tanto aquí en nuestro hogar como en todo el mundo. Tal como lo expresan los obispos de EE. UU. en Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles: “las naciones deben proteger la dignidad de la persona humana y el derecho a la vida buscando maneras más eficaces de prevenir conflictos, de resolverlos mediante medios pacíficos y de promover la reconstrucción y reconciliación tras la estela de los conflictos” (#68).
La Iglesia reconoce que “las naciones tienen el derecho y la obligación de defender la vida humana y el bien común contra el terrorismo, la agresión y amenazas similares, como la persecución de personas por su religión,” pero que “el luso de la tortura debe ser rechazado como fundamentalmente incompatible con la dignidad de la persona humana y en última instancia como contraproducente en la lucha contra el terrorismo” (#68).
El denominador común aquí es la santidad de toda la vida humana. De modo que en nuestro proceso de toma de decisiones políticas, es importante plantearnos la siguiente pregunta: ¿Qué candidatos y partidos políticos verdaderamente apoyan la vida y la paz en su significado más profundo y extenso? En esta evaluación también debemos incluir otros asuntos: ¿Cuál es la posición de los candidatos y los partidos políticos en cuanto a su preocupación por los pobres, las familias, los inmigrantes y los refugiados, por el equilibrio del comercio y la colaboración internacional?
La defensa de la vida humana requiere que promovamos el bien común para poder construir, en vez de destruir, las estructuras sociales que apoyan a las personas, las familias y las comunidades. El papa Francisco nos recuerda que debemos “tender puentes” que favorezcan la migración segura, legal y organizada de personas de un país a otro.
Tal como comenté la semana pasada, el amplio espectro de cuestiones morales graves que debemos considerar a medida que nos preparamos a votar coloca a los católicos que también son fieles ciudadanos estadounidenses en una posición difícil. Las enseñanzas de la Iglesia son claras: Un católico no puede votar a favor de un candidato que toma una posición a favor de algo intrínsecamente malo, como el aborto provocado, la eutanasia, el suicidio asistido, el sometimiento deliberado de los trabajadores o los pobres a condiciones de vida infrahumanas, la redefinición del matrimonio en formas que violan su significado esencial, o comportamientos racistas, si la intención del votante es apoyar tal posición. En tales casos un católico sería culpable de cooperar formalmente con un mal grave. Pero al mismo tiempo, un votante no debería usar la oposición a un mal intrínseco de un candidato para justificar una indiferencia o despreocupación hacia otras cuestiones morales importantes que atañen a la vida y dignidad humanas. (Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles, #34).
Toda la vida es sagrada y la única forma de defenderla y, al mismo tiempo, lograr una paz duradera, es insistir en que nuestros líderes sean coherentes (y responsables) en cuanto a posturas y políticas que estén en favor de la vida y de la paz.
El camino hacia la paz es sencillo, pero no es fácil puesto que requiere deshacerse de los prejuicios y perdonar (y olvidar) viejos agravios. Solamente mediante el respeto a la dignidad humana de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran cerca de nuestro hogar, así como también en tierras lejanas, podremos construir una paz justa y duradera.
En el día de las elecciones, tomemos decisiones que respeten la vida humana y promuevan la paz, y recemos para que cese la violencia en nuestros corazones, en nuestros hogares y en el mundo entero. †
Traducido por: Daniela Guanipa