Alégrense en el Señor
Debemos esforzarnos arduamente para evitar la guerra y promover la paz
La historia de la humanidad está marcada por interminables conflictos bélicos, y las constantes diferencias entre familias, tribus, naciones y pueblos. En la época moderna, especialmente desde mediados del siglo pasado, las guerras encierran además la amenaza de la aniquilación completa a través del uso de “armas de destrucción masiva.” Las guerras siempre han sido problemáticas, aunque se las considere “justificadas,” pero hoy en día tienen el potencial de destruir por completo la vida tal como la conocemos. ¿Acaso existe algo que pueda justificar esto?
En “Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles,” los obispos de los Estados Unidos nos previenen contra el peligro de volvernos indiferentes hacia la guerra (#68). La cantidad de conflictos armados que se propagan por todo el mundo y las amenazas siempre constantes contra nuestra forma de vida pueden llegar a generar indolencia. Pero ahora más que nunca debemos estar atentos y despiertos ante los peligros de la guerra. Y lo que es más importante: debemos esforzarnos arduamente para evitar la guerra y promover la paz
La guerra jamás será una señal de lo correcto. Jamás será aceptable, aunque sea necesaria para defender al inocente contra un mal aún mayor. En el mejor de los casos, la guerra es como una amputación a la que se recurre solamente para proteger el resto del cuerpo contra una infección potencialmente mortal. La guerra siempre deberá ser el último recurso y jamás debemos perder de vista el verdadero su costo (en términos personales, económicos y sociales) y el daño irreversible que provoca a la vida humana.
Tal como lo expresan los obispos de EE. UU. en “Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles”: “las naciones deben proteger la dignidad de la persona humana y el derecho a la vida buscando maneras más eficaces de prevenir conflictos, de resolverlos mediante medios pacíficos y de promover la reconstrucción y reconciliación tras la estela de los conflictos” (#68).
Es cierto que las naciones tienen el derecho y la obligación de proteger a los inocentes contra una agresión injusta, lo que incluye el terrorismo y la persecución de personas y grupos por motivo de su raza, ideología política, por intolerancia religiosa o por ventaja económica. La doctrina de los obispos enseña que “el derecho de las naciones a defender la vida humana y el bien común requiere respuestas eficaces contra el terror, valoraciones morales de los métodos usados y moderación en su uso, respeto de los límites éticos en el uso de la fuerza, un enfoque en las raíces del terror y una distribución justa del peso que conlleva responder al terror” (#68).
Pero el derecho a defenderse contra una agresión injusta no es ilimitado. En este caso, como siempre, el fin no justifica los medios Como católicos y ciudadanos fieles insistimos en que “el uso de la tortura debe ser rechazado como fundamentalmente incompatible con la dignidad de la persona humana y en última instancia como contraproducente en la lucha contra el terrorismo” (#68). Como líderes de la Iglesia también hemos planteado unas inquietudes morales fundamentales en cuanto al uso preventivo de las fuerzas militares. Honramos el compromiso y el sacrificio de quienes sirven en las Fuerzas Armadas de nuestro país y también reconocemos el derecho moral a oponerse de forma consciente a la guerra en general, a una guerra en particular o a una operación militar.
Una vez más, como católicos y ciudadanos, nos sentimos obligados a hablar en contra del uso de cualquier tipo de fuerza indiscriminada o desproporcionada. “Los ataques directos e intencionados contra los no combatientes en una guerra y actos terroristas nunca son moralmente aceptables. El uso de armas de destrucción masiva y otras tácticas de guerra que no distinguen entre civiles y soldados es fundamentalmente inmoral. Los Estados Unidos tienen la responsabilidad de trabajar para revocar la proliferación de armas nucleares, químicas y biológicas y de reducir su propia dependencia de armas de destrucción masiva mediante la búsqueda del desarme nuclear progresivo. También deben poner fin al uso de minas antipersonal y reducir su papel predominante en el comercio global de armas” (#69).
Los católicos estamos llamados a ser pacificadores, no belicistas. Comprendemos que el uso de la fuerza militar a veces está justificado y es necesario, pero consideramos preferible que nuestros líderes emplearan otros métodos para promover el bien común y alcanzar una paz duradera. “Además, apoyamos las políticas y acciones que protejan a los refugiados de la guerra y la violencia, en nuestro país y en el extranjero, y a todas las personas que sufren persecución religiosa en todo el mundo, muchos de los cuales son nuestros hermanos cristianos” (#69).
En este año electoral tenemos muchas decisiones difíciles que debemos tomar, pero encabezando nuestra lista de prioridades se encuentra la siguiente interrogante: ¿Qué candidatos y partidos políticos verdaderamente obran en favor de la paz, la justicia y el bien común para todos? Las respuestas a este planteamiento no son sencillas. Es por ello que debemos rezar para recibir la guía del Espíritu Santo, especialmente en el día de las elecciones. †
Traducido por: Daniela Guanipa