November 18, 2016

Alégrense en el Señor

Agradezcamos al Señor por las gracias especiales recibidas durante el Año de la Misericordia

Archbishop Joseph W. Tobin

El domingo 20 de noviembre celebramos la Solemnidad de Cristo Rey. Entre otras cosas, esta festividad, que marca el final del año eclesiástico, nos recuerda que el reino de Dios se distingue no por el poder ni el dominio, sino por el amor y la misericordia, la paz y la justicia, la esperanza y la alegría.

Este es un fin de semana especial para mí y para nuestra Arquidiócesis. El sábado 19 de noviembre, en una ceremonia especial en la Basílica de San Pedro en Roma, se leerá el decreto en el que se designa a cada uno de los 17 cardenales recientemente nombrados, incluyéndome. Inmediatamente después, cada uno de nosotros recibirá de mano del papa Francisco los dos símbolos de nuestras nuevas responsabilidades como cardenales. Uno de ellos es un anillo; el otro es un sombrero rojo.

El día siguiente guarda un significado especial para mí este año ya que los nuevos cardenales tendremos el privilegio de celebrar conjuntamente con el papa Francisco la liturgia con la que culmina el Santo Año de la Misericordia.

Cuando el papa Francisco proclamó este año de gracia especial, expresó que esperaba que fuera un momento para que reflexionáramos sobre lo misericordioso que ha sido Dios con nosotros y para comprender mejor que estamos llamados a ser misericordiosos con los demás.

Si bien el Año de la Misericordia culminará oficialmente con el cierre de las Puertas Santas de la Basílica de San Pedro y en otros lugares en todo el mundo—inclusive en nuestra propia Catedral de San Pedro y San Pablo en Indianápolis y en la Iglesia de la Archiabadía Einsideln en San Meinrad—el Papa alberga la profunda esperanza de que el tema de la misericordia siga reinando en nuestras vidas.

En su proclamación (o bula papal) titulada “Misericordiae Vultus” (“El rostro de la Misericordia”), el Santo Padre destacó el papel fundamental que desempeña la misericordia en todo lo que Dios ha dicho y hecho a lo largo de la historia de la salvación.

Su Santidad describe a la misericordia como el “corazón palpitante del Evangelio” (#12). Y prosigue: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros” (#5). Según afirma el Santo Padre, ningún aspecto de las enseñanzas y los testimonios de la Iglesia debe carecer de misericordia.

El papa Francisco nos exhortó a que aprovecháramos este Año de la Misericordia para buscar y encontrar la “genuina experiencia de la misericordia de Dios, la cual va al encuentro de todos con el rostro del Padre que acoge y perdona, olvidando completamente el pecado cometido.”

No se nos pedía que le restáramos importancia a nuestros pecados. El pecado siempre es una falta terrible contra el cielo y la tierra, y el principio de la justicia exige reparación por nuestros pecados y que aceptemos el castigo que merecemos.

Sin embargo, este Año de la Misericordia nos ha recordado de una forma muy poderosa que Dios tiene la libertad de intervenir en nuestras vidas y eliminar las consecuencias de nuestro egoísmo y pecado, sencillamente porque nos ama y desea que seamos felices para siempre junto a Él. Este es un don extraordinario de un Dios amoroso que se preocupa personalmente por cada uno de nosotros. Nuestra respuesta debería ser “Gracias, Señor” ¡y mostrarnos misericordiosos con los demás!

Si bien es cierto que nuestro Dios es justo, nuestra fe nos dice que la misericordia de Dios transforma nuestra noción de justicia y, tal como nos lo enseña el papa Francisco, llegar a sentir “realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más necesita de su perdón.” Mientras más procuramos el perdón de Dios, más cerca estamos de Él. Y no importa qué tan graves hayan sido nuestros pecados: nada puede impedir que llegue a nosotros, de una forma tangible, la maravillosa gracia que en sí misma nos libera de los efectos negativos del pecado.

La misericordia es una característica esencial de la persona de Dios. San Juan nos dice que Dios es amor y que dada su naturaleza está presto a perdonarnos siempre y en todo lugar como hijos suyos que somos, sin importar lo que hayamos hecho o dejado de hacer.

Mientras celebramos la Solemnidad de Cristo Rey este fin de semana, recordemos que aunque el Año de la Misericordia llega a su fin, la misericordia divina es eterna y su amor dura para siempre.

Y mientras esté dando gracias por la generosa bondad de Dios durante este último año, recuerde rezar por el papa Francisco y todos los cardenales, especialmente por mí, para que seamos testigos fieles del amor y de la misericordia durante este fin de semana de Cristo Rey ¡y siempre! †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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