December 9, 2016

Alégrense en el Señor

Los santos del Adviento: María de Nazaret y Juan el Bautista

Archbishop Joseph W. Tobin

El Adviento es una de mis temporadas litúrgicas predilectas. Considero que los temas del anhelo ferviente y de aguardar plenos de esperanza que ocupan el núcleo de nuestra celebración del Adviento tienen una interpretación especial para nosotros hoy en día. ¿Por qué? Porque pareciera que estamos atravesando una época llena de ansiedad, de inquietud y que estamos a la expectativa de alguna forma de salvación.

Es cierto que cada era del judaísmo y del cristianismo se caracteriza por un anhelo expectante. Desde la promesa que Dios le hizo a Abraham, pasando por el Éxodo y las tribulaciones que sufrió el pueblo de Dios hasta la época de María de Nazaret, Israel era (y todavía es) un país que anhela la salvación que solo puede provenir de Dios.

Los cristianos creemos que la intervención salvadora de Dios en la historia humana sucedió gracias al nacimiento, la muerte y la resurrección del hijo de María, Jesús, a quien llamamos Cristo, el Ungido, el Mesías.

Pero nuestro júbilo en la obra redentora de Dios ya culminada, no elimina por completo nuestro anhelo. De hecho nuestra espera llena de esperanza se intensifica a lo largo de la historia humana, precisamente porque creemos que nuestro Señor y Salvador vendrá nuevamente al final de los tiempos.

De modo que, si bien nuestra comprensión de este período expectante es distinta de la de nuestros hermanos judíos, nuestra vivencia no es menos real. Juntos esperamos con alegre esperanza el día en el que el Dios de Abraham—que los cristianos creemos que es también el Dios y el Padre de nuestro Señor Jesucristo—consumará la obra de la creación y lo unificará todo en Él.

Los dos personajes más destacados de la temporada del Adviento son María y Juan el Bautista. Los llamamos los santos del Adviento porque sus palabras y su ejemplo aluden directamente a nuestro anhelo ferviente y a nuestra expectativa llena de esperanza.

Estos dos santos del Adviento pueden considerarse como “vínculos” entre el deseo de salvación plasmado en el Antiguo Testamento y la experiencia de dicha salvación en Cristo que narra el Nuevo Testamento.

María abre su corazón y le dice “sí” a la palabra salvadora de Dios. De esta forma, se despojó de toda duda y temor, y se encomendó al poder redentor del amor de Dios.

El ejemplo de María apunta hacia Cristo y a su regreso glorioso. Ella nos recuerda enfáticamente que lo que vivimos aquí y ahora—todas las alegrías, las tristezas, las esperanzas, los temores, los triunfos y las tragedias de nuestras vidas—no significan nada en comparación con la alegría y la paz que sentiremos cuando su hijo, nuestro Señor y Salvador, nos una en Él definitivamente.

Juan el Bautista es el heraldo de Cristo, la voz que clama en el desierto y que procura prepararnos para la venida del Señor. Juan no le resta importancia a las crueldades y traiciones de su tiempo (ni del nuestro); al contrario, confronta la hipocresía y el engaño de su entorno al declarar la verdad con amor. Nos insta a encontrar la felicidad y la alegría verdaderas a través del arrepentimiento y un cambio de actitud genuino.

En nuestros días, la temporada del Adviento a menudo queda opacada por las imágenes, los sonidos y el consumismo de la Navidad secularizada. Esto es una lástima. ¿Cómo podemos valorar a plenitud las alegrías de la Navidad si no reconocemos primero el intenso anhelo del amor y la misericordia de Dios que convierten la venida de Cristo—hace 2000 años en Belén, a diario en la celebración de la Eucaristía o en el futuro, al final de los tiempos—en un don de Dios realmente extraordinario?

El Adviento nos prepara para la Navidad, tal como Juan el Bautista preparó a su pueblo en su época para la llegada de Cristo. El Adviento nos invita a abrir nuestros corazones a la intervención salvadora de Dios, de la misma forma que María le dijo “sí” al mensajero de Dios, el ángel Gabriel, quien la animó a que se despojara de sus temores y se regocijara en la encarnación de Dios a través de ella.

Exhorto a todos los católicos del centro y del sur de Indiana a que tomen muy en serio la temporada del Adviento. No permitan que esta maravillosa época de gracia se les escape de las manos en el trajín de las semanas anteriores a la Navidad.

Dejen que las imágenes, los sonidos y las oportunidades que se nos presentan en esta época de anhelo ferviente y espera llena de esperanza llenen su corazones con una espera jubilosa. Que los ejemplos de nuestra Santa Madre María y el mártir san Juan el Bautista los inspiren con verdadera felicidad y alegría a través del arrepentimiento y un cambio de actitud genuino.

Durante la santa temporada del Adviento, mis oraciones acompañan a cada uno de los integrantes de nuestra familia arquidiocesana, así como a todos nuestros hermanos del centro y el sur de Indiana, sin importar cuál sea su fe o situación socioeconómica.

Que las ansiedades y los temores que sentimos durante esta época de nuestra historia se apacigüen gracias al amor y la compasión que demuestran los miembros de la familia de Dios mientras esperamos la nueva venida de nuestro Señor. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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