Alégrense en el Señor
Dios está con nosotros, aunque no sepamos cómo ni por qué
“He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’ ” (Mt 1:23).
El Evangelio del Cuarto Domingo de Adviento (Mt :18-24) narra la historia de la reacción de José de Nazaret ante la noticia de que María, su prometida “había concebido por obra del Espíritu Santo” (Mt 1:18). Imagine su sorpresa, su rabia, pero por encima de todo, su profunda preocupación por la mujer que amaba, al descubrir que María estaba embarazada. José había tomado la decisión de “abandonarla en secreto” (Mt 1:19) más bien de forma desinteresada para protegerla contra las habladurías y la vergüenza que sin duda sobrevendrían de su estado inaceptable de mujer no casada.
Tal como sabemos, el mensajero de Dios intervino antes de que José pudiera poner en práctica su decisión. “Pero mientras pensaba en esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor, diciendo: ‘José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque el Niño que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo. Y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.’ [...] Y cuando despertó José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer” (Mt 1:20-21, 24).
Era imposible que José pudiera comprender lo que el ángel le decía. En el mejor de los casos, que se le apareciera un ángel en sueños le hizo caer en cuenta que sucedía algo extraordinario y que ese maravilloso milagro era obra de Dios. Para “un hombre justo” (Mt 1:19), un hombre de profunda fe y gran valentía, eso bastó. No protestó ni hizo preguntas; sencillamente hizo lo que el ángel le ordenaba y recibió en su hogar a María y al hijo que llevaba en las entrañas.
Confieso que siento una devoción especial por mi tocayo, José de Nazaret, por muchos motivos. Es un hombre honesto, humilde, trabajador, fiel y “justo” sin jamás mostrarse arrogante o egoísta. San José es alguien en quien María y Jesús se apoyaron en los buenos y los malos momentos y también está allí para nosotros de la misma forma hoy en día. Acuda a él en oración y podrá tener por seguro que él lo escuchará, lo consolará y lo sustentará con su fuerza.
San José es testigo del hecho de que Dios está con nosotros aunque no comprendamos cómo ni por qué. El Evangelio nos dice que cada vez que José estuvo a prueba, respondió positivamente. Hizo lo que Dios le pedía sin resistirse ni quejarse. Aceptó aquello que no podía comprender y confío en la presencia real y activa de Dios en su mundo, sin importar lo confuso o peligroso que aparentara ser todo.
Imagínese lo difícil que debió ser para él “tomar consigo a su mujer” cuando las circunstancias de su embarazo eran un absoluto misterio para él. La reafirmación del ángel de que el hijo que había concebido era “del Espíritu Santo” no podría haber sido más persuasiva. Pero las interrogantes que debió tener y las emociones encontradas que seguramente sintió, jamás interfirieron en su amor por María y su hijo, ni en su fidelidad a la voluntad de Dios.
En la época de Navidad celebramos el “sí” de María a la encarnación del Verbo en su vientre. Si María no hubiera aceptado libremente la obra de Dios en su vida, Cristo no habría venido al mundo hace 2,000 años.
Pero el “sí” de José también es importante en el misterio de la Natividad. No estaba obligado a aceptar la extraña situación en la que se encontraba. Salvo por su profundo respeto hacia la voluntad de Dios y su devoción a la mujer que amaba, José fácilmente podría haber seguido adelante con su idea de abandonar a María y de esta forma ahorrarse bastantes dificultades e incertidumbres en el futuro.
Admiro la entereza y el valor de José. Rezo para poder demostrar algo parecido a esa fidelidad hacia Dios en mi ministerio como sacerdote, obispo y (ahora) como cardenal. Para ser totalmente sincero, la noticia de mi designación al Colegio de Cardenales—algo que jamás me imaginé—y luego mi transferencia a la Arquidiócesis de Newark en Nueva Jersey, me hicieron sentir algo parecido a la confusión que debió sentir San José (obviamente a una escala muy diferente). Pero cuando acudí a él para recibir fuerza y apoyo, me mostró que solo había una forma de responder ante las intervenciones imprevistas de los mensajeros de Dios—en este caso, el papa Francisco—y esto es, hacer lo que se me ordena sin dudar.
José, al aceptar la voluntad de Dios en su vida, participó en el plan de Dios “para salvar a su pueblo del pecado.” Que por la intercesión de este buen hombre, José de Nazaret, todos digamos “sí” a la voluntad de Dios, ahora y siempre. †
Traducido por: Daniela Guanipa