Cristo, la piedra angular
Nuestra arquidiócesis está llamada a la conversión misionera
“Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de la evangelización, ya que es la manifestación concreta de la única Iglesia en un lugar del mundo, y en ella ‘verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.’ Es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local. En orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma”
(Papa Francisco, “La alegría del Evangelio, #30).
Esta es la primera de mis columnas semanales para The Criterion, y debo confesar que me siento un tanto nervioso. He prometido trabajar en estrecha colaboración con ustedes, el pueblo católico del centro y del sur de Indiana, para edificar sobre las bases que sentaron los arzobispos que me precedieron.
Una de esas “bases” se remonta a 1992, cuando el entonces arzobispo Daniel M. Buechlein comenzó a escribir una columna semanal titulada “Buscando la Cara del Señor,” para este mismo periódico. Durante casi 20 años, y exceptuando casos de enfermedad grave, jamás dejó de escribir su columna semanal.
El arzobispo Joseph W. Tobin continuó con esta tradición a través de su columna semanal “Alégrense en el Señor.” Durante casi cuatro años el arzobispo, y hoy en día cardenal, compartió con toda la arquidiócesis sus reflexiones sobre distintos temas.
Durante el tiempo que me desempeñé como pastor en Louisville y posteriormente como obispo de Evansville, esperaba con ansias recibir mi ejemplar del The Criterion por correo y leer la columna semanal del arzobispo. Jamás imaginé que algún día yo sería el responsable de este importante instrumento de enseñanza y evangelización.
El obispo siempre debe propiciar en su Iglesia diocesana lo que el papa Francisco denomina “la conversión misionera,” a semejanza del ideal de las primeras comunidades cristianas en las que los creyentes compartían un mismo corazón y una misma alma (cf. Hc 4:32). Para lograrlo, el obispo a veces debe situarse delante de su pueblo para señalar el camino y mantener viva su esperanza. En otras ocasiones, sencillamente debe mezclarse con su pueblo con una actitud y una presencia modesta y misericordiosa. Y sin embargo, en otras circunstancias, debe situarse hacia el final del grupo y ayudar a aquellos que se encuentran rezagados y, por encima de todo, dejar libre a su rebaño para que descubra nuevos caminos.
La comunicación periódica entre el obispo, sus sacerdotes y su pueblo es esencial para el éxito de esta misión de fomentar una conversión dinámica, abierta y misionera. Es por ello que, siguiendo el ejemplo de mis predecesores, me entusiasman estas columnas semanales.
La fecha de publicación de la primera columna es el 4 de agosto de 2017, el memorial de san Juan Vianney, el Cura de Ars, conocido como el santo patrono de los párrocos. Este gran santo y un hombre sencillo, una vez observó a un anciano que se sentó a solas durante horas en su iglesia parroquial. Cuando el cura le preguntó: “¿Qué tanto hablas con Dios durante todas estas horas?”, el hombre le respondió: “Nada. Yo solo lo miro a Él y Él me mira a mí.”
Esta forma de comunicación piadosa en la que no media palabra alguna es un acontecimiento inusual pero que nos enseña algo muy importante: la presencia es la forma de comunicación más poderosa. Estar con Dios y en su compañía dice mucho más de lo que las palabras jamás podrán expresar.
San Juan Vianney manifestó este tipo de presencia amorosa cuando rezó por la conversión de su parroquia y dijo que se sometería a cualquier sufrimiento que Dios le enviara. Esto es lo que el papa Francisco llama “acompañar,” el ministerio de estar presente: junto a nuestros familiares quebrantados y heridos, a nuestras parroquias y comunidades y, especialmente, junto a nuestros hermanos pobres y vulnerables que se encuentran en la “periferia,” los márgenes de la sociedad.
En esta festividad del santo patrono de los párrocos considero importante resaltar que, como obispo, he hecho el compromiso de comunicarme y estar presente para nuestros sacerdotes. También es importante que los sacerdotes se reúnan entre sí, y con su obispo, como presbiterio.
Cuando un obispo y sus sacerdotes crecen juntos en su santidad, se encuentran en la mejor posición para predicar efectivamente el Evangelio, celebrar los sacramentos y atender las necesidades pastorales del pueblo confiado a sus cuidados como guías espirituales y padres.
¡Que por la intercesión de san Juan Vianney y nuestros santos patronos, san Francisco Xavier y santa Teodora Guérin, Cristo, la piedra angular continúe siendo una bendición para la Iglesia del sur y el centro de Indiana, ahora y durante muchos años! †