Cristo, la piedra angular
El palio nos recuerda que debemos seguir el camino de Dios, no el propio
“La sonrisa del papa Francisco cambió todo para el arzobispo designado Charles C. Thompson. El 29 de junio, en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, a medida que se acercaba al Santo Padre, todavía se sentía aturdido por el ‘torbellino’ en el que se había visto envuelto desde que el papa lo designó el 13 de junio para convertirse en guía de la Arquidiócesis de Indianápolis. Con todo, el arzobispo designado procuró disfrutar al máximo todos los eventos que conllevarían al momento culminante en el que el papa Francisco le entregaría el palio, una faja de lana que se usa sobre los hombros y que simboliza su nueva y más íntima conexión con el sumo pontífice, así como su responsabilidad como el pastor que guiará la Iglesia en el centro y el sur de Indiana.”
(John Shaughnessy, The Criterion, edición del 7 de julio de 2017)
Mientras me acercaba al papa Francisco para recibir el palio, me fijé en el palio que él mismo llevaba puesto y pensé: “¡Ahora me va a dar uno a mí!” En ese momento sentí una enorme responsabilidad; pero lo que verdaderamente me impactó fue la sonrisa del Santo Padre a medida que me acercaba a él: era una sonrisa reconfortante, muy tranquilizadora. Esa sonrisa significó mucho para mí. Al verlo con su palio, pensé en el hecho extraordinario de que él es responsable de toda la Iglesia ¡y todavía sonreía! Eso me infundió tranquilidad.
El papa Francisco me entregó el palio después de la misa de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, el 29 de junio de 2017. Estaba doblado dentro de una pequeña caja de madera atada con una cinta café. Si bien el papa lo bendijo en Roma, este humilde símbolo de autoridad pastoral y responsabilidad no me fue colocado sobre los hombros sino hasta casi un mes después, durante mi misa de instalación, el 28 de julio en la Catedral de San Pedro y San Pablo en Indianápolis. Qué honor ser llamado a servir a la Iglesia de esta forma y al cuidado de estos dos grandes santos: Pedro, la roca, y Pablo, el primer gran discípulo misionero.
En palabras del cardenal Joseph W. Tobin, el palio es un símbolo de “la obligación del obispo de buscar al que se ha extraviado y regresar con él a hombros.” Al entregarnos el palio a los nuevos arzobispos, el papa Francisco dijo durante la homilía:
“Preguntémonos si somos cristianos de salón de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a ‘arder’ por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con ‘vivir al día’ o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo. Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.”
Este es el desafío que todos los obispos están llamados a aceptar como pastores del rebaño que les han confiado. Para quienes hemos recibido la responsabilidad adicional de desempeñarnos como arzobispos metropolitanos (en mi caso, de la Provincia de Indianápolis, que comprende las cinco diócesis católicas de Indiana), el palio representa un recordatorio vívido de que, si bien el camino hacia la nueva vida de alegría y resurrección de Jesús pasa por la cruz y la persecución, al final su yugo se hace más fácil y su carga se aligera.
Me siento profundamente agradecido con el papa Francisco por haber depositado su confianza en mí y por el gran obsequio que me ha entregado a través de esta Iglesia arquidiocesana. En uno de sus artículos publicados en el The Criterion, el editor adjunto John Shaughnessy se refirió al “torbellino” de las semanas y los meses que precedieron a mi designación como arzobispo el 13 de junio, la entrega del palio que recibí el 29 de junio y mi instalación como arzobispo de Indianápolis el 28 de julio.
La palabra “torbellino” describe perfectamente las circunstancias de ese período, pero por la gracia de Dios y gracias al increíble apoyo de mi familia y amigos en Kentucky, en el suroeste de Indiana y en los 39 condados del centro y el sur de Indiana que ahora llamo mi hogar, ¡puedo decir con propiedad que el yugo que he asumido es en verdad fácil y la carga es liviana!
Para mí, la autoridad siempre ha significado servicio. Les ruego que recen por mí, para que sea un buen y fiel servidor de esta arquidiócesis. †