Cristo, la piedra angular
Como discípulos misioneros debemos tomar en cuenta el final
En abril de 2036 cumpliré 75 años, la edad de jubilación canónica en la que los obispos deben presentar su carta de renuncia al Santo Padre. Como reza la creencia popular: siempre se debe comenzar pensando en el final. Sin embargo, tal como le aseguré al nuncio apostólico, el arzobispo Christophe Pierre, al momento de mi instalación, ¡todavía no he redactado mi carta de jubilación!
Pensar en el final no significa que debamos desestimar el pasado o el presente; muy por el contrario: como pueblo eucarístico, jamás debemos dar por sentado las bendiciones de la gracia divina del pasado o del presente. Debemos aprender del pasado y ser capaces de identificar los signos de los tiempos en los que vivimos. Todo esto nos plantea el marco de trabajo para discernir la forma más adecuada para avanzar como discípulos misioneros.
El papa Francisco nos ha llamado a cultivar la cultura de la compañía, del diálogo, del encuentro, de la misericordia y del cuidado de toda la creación. Ha dejado bien claro que una evangelización creíble implica la capacidad para sanar heridas y consolar corazones. Ninguna de estas acciones son fines en sí mismas, sino medios para lograr un fin. Evidentemente el fin inmediato es el encuentro personal con la persona de Jesucristo que al final conlleva a la salvación de las almas.
Obviamente, Jesús nunca perdió de vista el final. A lo largo de su ministerio público era evidente que estaba consciente de este resultado final. Sus milagros o signos, sus enseñanzas, su interacción con la gente y su respuesta a quienes lo rodeaban, son prueba de que nunca dudó en mantener presente el final—no su pasión y muerte, que fueron meros medios para lograr un fin último—sino su resurrección y nuestra salvación.
Pensar en el final no significa que sabremos qué va a pasar en realidad. Esforzarnos por interpretar los signos de nuestros tiempos mediante la práctica de la oración, el estudio y el diálogo para plantear adecuadamente nuestras interrogantes, nos ayuda a encaminarnos en el sentido correcto, con los recursos indispensables para alcanzar la meta.
Nuestras metas no son necesariamente iniciativa nuestra: es el Señor quien dispone y quien envía. No podemos actuar en sustitución de Dios, pero siempre debemos tener la mente y el corazón abiertos a cooperar con Su divina voluntad.
Al tomar en cuenta el final, estamos mejor preparados para discernir la verdad basándonos en hechos y no en emociones, para lograr un mejor equilibrio entre la libertad individual y el bien común. En especial, al interpretar los signos de nuestros tiempos y participar en el planteamiento de interrogantes concretas acerca de la fe y la vida, estaremos más abiertos a procurar la unidad, en vez de perpetuar la polarización, la división y la tendencia a satanizar.
Al tomar en cuenta el final, podemos apreciar en todo su esplendor las palabras del papa Francisco en su encíclica titulada “Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común.” “El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza” (#12).
Al tomar en cuenta el final, podemos apreciar a plenitud la belleza invariable de la ética de la vida en la interrelación entre nosotros con Dios, con los demás, con el propio ser y con toda la creación.
Al tomar en cuenta el final ya no consideramos a los pobres, los bebés que no han nacido, los inmigrantes, los refugiados, los enfermos, los ancianos, los adictos, los presos y los discapacitados como “cargas,” sino como seres humanos, nuestros hermanos y hermanas. Por lo tanto, estamos mejor preparados para proteger la dignidad de cada persona, defender a la familia, sanar heridas y dar fe de la doctrina, y al mismo tiempo, aplicar el bálsamo reconfortante del cuidado pastoral.
Al tomar en cuenta el final, la justicia se tiempla con la dulzura de la misericordia y pocas cosas nos harán temer o nos callarán como discípulos misioneros que proclaman la alegría del Evangelio y el reino de Dios a nuestro alcance, en los márgenes o la periferia de la sociedad. Esto nos motiva a cultivar las virtudes del valor, la humildad y la generosidad, al proclamar la belleza, la bondad y la verdad de la fe en la Santísima Trinidad, siempre presente y obrando entre nosotros.
Tomar en cuenta el final necesariamente nos exige centrarnos en Cristo y no el propio ser. Y cuando tomamos en cuenta el final, mediante el amor al prójimo, como Jesús nos ordenó, ¡todo lo demás cae en su lugar!
El llamado a ser misioneros y a la santidad se orienta hacia la meta final, celebrando y confiando en la presencia del Señor a lo largo de todo el camino.
Tomando en cuenta el fin último, esforzándonos por ser proactivos en vez de reactivos a todo lo que nos depara el camino, que no desaprovechemos ninguna oportunidad ni desafío, que no hagamos a un lado a ninguna alma, en el centro y el sur de Indiana y en otras fronteras, proclamando siempre la Buena Nueva.
Después de todo, con la ayuda de la gracia de Dios, ¡tenemos mucho que hacer antes de que yo cumpla 75 años! †