Cristo, la piedra angular
Compartir el viaje y ver el rostro del prójimo
“Solo pido que la gente intente ponerse en el lugar del otro. ¿Qué habría hecho usted si le hubiera ocurrido esto? ¿Cómo reaccionaría? ¿Ayudaría usted a alguien que podría ser su madre, su padre, su hermano o su hermana? ¿O sencillamente se alejaría?”
(Kemal El Shairy, traductor principal de Catholic Relief Services en Serbia)
“Compartiendo el viaje,” una campaña de dos años de duración que inauguró el papa Francisco en colaboración con la organización Caritas International, está diseñada para ayudarnos a “ver el rostro” de los inmigrantes y los refugiados. Hoy en día, más de 65 millones de personas se han desplazado de su tierra natal debido a desastres naturales, revueltas políticas y crisis económicas. El papa Francisco considera que es un error garrafal ver a los inmigrantes y a los refugiados como una masa anónima de personas sin hogar.
De hecho, estos son nuestros hermanos y hermanas, miembros de la misma familia de Dios, y Cristo es su hermano, independientemente de que lo conozcan o no. Esto nos convierte en hermanos que comparten sus esperanzas y su dolor, así como también sus alegrías. La campaña “Compartiendo el viaje,” funciona como un recordatorio vívido de que inmigrantes y refugiados, ya sea que se encuentren en Indiana o en cualquier otra parte del mundo, no son seres extraños. Son familia.
Visite la página del sitio web oficial de “Compartiendo el viaje,” www.sharejourney.org/es/. Allí encontrará más información acerca de esta iniciativa de dos años de duración y lo que es más importante: conocerá a muchos inmigrantes y refugiados y tendrá la oportunidad de leer acerca de su historia y compartir su viaje.
Por ejemplo, el sitio web presenta a un hombre llamado Abdullahi Ali, que nació en Somalia y ahora vive en Scarborough, Maine. El año pasado, familias católicas y musulmanas unieron esfuerzos y compartieron una comida patrocinada por la parroquia San Maximiliano Kolbe.
Tal como lo narra el sitio web: “La idea para la cena fue propuesta por Monseñor Michael Hencham hace más de un año, después de escuchar una historia radial sobre la ansiedad y el temor que muchos estadounidenses tienen sobre los musulmanes reubicándose en los Estados Unidos. Miembros de ambas comunidades musulmanes y católicos compartieron la responsabilidad de cocinar los platos principales en la cocina parroquial. Otros trajeron platos al estilo potluck.
“Con más de 250 personas presentes, los nuevos y viejos conocidos aprendieron acerca de las vidas y culturas de cada uno—y vieron cómo sus percepciones cambiaban respecto uno del otro. La gente hacía preguntas, contaba historias y se daban expresiones de bienvenida. Aunque hubo algunas barreras de comunicación, éstas fueron superadas por las sonrisas y la ayuda de quienes hablaban múltiples idiomas.”
El relato prosigue: “Dos horas después que la cena comenzó, cuando los platos ya estaban vacíos y hasta en la mesa de postres no quedaba nada, pocas personas se habían ido, disfrutando de la música del Medio Oriente y la compañía de nuevos amigos. ‘Creo que una de las mejores maneras de mostrar apoyo es compartir una comida porque, como dicen, compartir es atender al otro,’ dice Abdullahi. ‘Creo que la cena nos da un sentido de familia. Eso es lo que hacen las familias. Se sientan juntos, comparten una comida, hablan de sus problemas, y de eso se trata.’ ”
Ese es el espíritu de “Compartiendo el viaje”: transformar a “extraños” en familiares y amigos.
Otro relato que se puede leer en www.sharejourney.org/es es acerca de un refugiado llamado Gustavo y su familia. “Gustavo era un pulidor de joyas y fabricante de relojes en Colombia. A principios de este año, un grupo de hombres entró en su taller y tomó a la fuerza costosas joyas de oro y plata. Regresaron unos días después exigiendo más y un pago a cambio de ‘protección.’ Cuando Gustavo explicó que necesitaba de su dinero para comprar materiales para su trabajo, lo asaltaron y le enviaron una carta amenazando con quitarle la vida a los miembros de su familia.
Gustavo decidió mudarse con su madre a la casa de su hermana, pero el mismo grupo, conocido por sus secuestros y extorsiones, averiguó su nuevo domicilio. Sin pasar por su taller para recuperar sus herramientas, Gustavo junto con toda su familia—su hermana Marta, sobrina Luisa y mama Clara—se subieron a un autobús de larga distancia y viajaron hasta el final del recorrido. Luego encontró a alguien que los ayudara a llegar a Ecuador.
Al mismo tiempo que recibía ayuda de emergencia y un lugar donde quedarse de parte de HIAS, una organización judía estadounidense que ayuda a los refugiados, Gustavo y su familia se conectaron con la Misión de los sacerdotes Scalabrinianos que trabajan en el lugar en colaboración con Catholic Relief Services por más de seis años.
Los refugiados colombianos enfrentan desafíos como la pobreza, viviendas inadecuadas, violencia doméstica, falta de oportunidades para los jóvenes y falta de atención de las autoridades locales y nacionales. La Misión Scalabrini ayuda a los refugiados a integrarse en la sociedad con apoyo legal, consejería y asesoramiento financiero.
“ ‘Pensamos a menudo en nuestra familia y amigos. Queremos unirnos a otras personas, compartir con ellos y vivir una vida normal’ dice Marta. ‘Luisa quiere sentirse segura, y Gustavo quisiera poder recuperar sus herramientas y empezar de nuevo a trabajar en su oficio, apoyar a su familia y recuperar la independencia y la dignidad perdida.’ ”
Estas son personas de carne y hueso, nuestros hermanos en Cristo. Recemos por ellos y compartamos su viaje. †