Cristo, la piedra angular
Esperamos la revelación de Nuestro Señor Jesucristo
Este fin de semana celebramos el primer Domingo de Adviento. Parece mentira, ¿verdad? Culmina otro año eclesiástico y comenzamos nuevamente a observar el año de gracia, la temporada litúrgica que define nuestro culto y nuestro ejercicio de la fe cristiana.
El Adviento es una temporada litúrgica especialmente vívida. Es rica en simbolismo y referencias a personajes muy reales del Antiguo Testamento, entre ellos, el profeta Isaías y el heraldo, Juan el Bautista, el enlace entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por supuesto, en el hemisferio norte el Adviento coincide con la estación otoñal, el último despliegue de colores de la naturaleza antes de sumirnos en la aridez del invierno, época que prepara nuestros corazones para la calidez y la belleza de la Navidad.
Las lecturas de la Palabra para el Primer Domingo de Adviento de este año destacan la importancia de la espera activa o vigilante. Isaías habla acerca del anhelo del pueblo judío de que el Señor regrese. “¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte? ¡Vuelve, por amor a tus servidores y a las tribus de tu herencia!” (Is 63:17).
Nuestro anhelo de que Dios regrese es el tema principal de la época de Adviento, pero plantea la interrogante: ¿Es Dios el que está ausente? ¿O acaso somos nosotros los que nos hemos alejado de Dios, siguiendo nuestros propios caminos? “Nos hemos marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento” (Is 64:5), nos recuerda el profeta Isaías.
Incluso el salmo responsorial es un ruego para que Dios se manifieste: “Escucha, Pastor de Israel, tú que guías a José como a un rebaño; tú que tienes el trono sobre los querubines, resplandece entre Efraím, Benjamín y Manasés; reafirma tu poder y ven a salvarnos” para que “nunca nos apartaremos de ti: devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre” (Sal 80:2-3,19).
La verdad es que nos hemos alejado de Dios y la culpabilidad nos ha arrastrado como el viento. Ahora necesitamos la gracia de Dios para poder ver lo que está delante de nuestros ojos: la devota misericordia de Dios que jamás nos ha abandonado y que nos abre los brazos para darnos la bienvenida al hogar.
Adviento es una temporada de gracia, la época del año en la que a aquellos que “esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia” (1Cor 1:7). Esta “revelación” no es algo esotérico o complicado; se trata de una persona, el propio Jesucristo, que llega a nosotros de muchas formas distintas y nos invita a unirnos a Él.
El evangelio del Primer Domingo de Adviento nos presenta la siguiente exhortación: “Tengan cuidado y estén prevenidos porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc 13:33).
Podemos decir con la certeza absoluta de la fe que el Señor vendrá a nosotros. Incluso podemos decir que viene a nosotros ahora, en la oración diaria, cuando nos reunimos en Su nombre, cuando recibimos la Eucaristía y cuando servimos a nuestros hermanos necesitados. Pero también es cierto que no tenemos idea de cuándo aparecerá el Señor entre nosotros en formas especialmente imprevistas o al final de los tiempos. Lo único que podemos hacer es estar atentos a su venida.
Comenzamos el año eclesiástico con una temporada de espera, un momento de expectativas y de añoranza. El Adviento nos prepara para celebrar la Navidad sin caer en la trampa de las expectativas superficiales o poco realistas. Nos enseña que el obsequio más grande de la Navidad es el Señor mismo. El Adviento nos enseña que lo que verdaderamente ansiamos en esta época del año (y siempre) es un encuentro personal con Jesucristo. Nos recuerda que realmente podremos disfrutar de todas las alegrías de la Navidad y de la segunda venida del Señor si aprendemos a esperarlas con recogimiento.
Cada vez que celebramos la misa reconocemos que esperamos que vuelva “la bendita esperanza,” Jesús. Esta espera no es tan fácil como parece. Requiere paciencia, confianza y la creencia firme de que Dios escuchará y responderá nuestras súplicas. Esperamos que el Señor nos conceda todo aquello que deseamos y necesitamos, y que su venida—tanto en la Eucaristía, en la Navidad como en el día final—sea nuestra máxima fuente de alegría.
El Adviento es la forma mediante la cual la Iglesia nos ayuda a mantener los ojos abiertos. Asimismo, es una época cargada de recordatorios de que el Señor viene, no sabemos “si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana” (Mc 13:35).
Que no venga repentinamente y nos pille dormidos. Aprovechemos esta temporada santa para recordar el misterio de que Dios está con nosotros al mismo tiempo que está por venir.
¡Mis mejores deseos para ustedes y que tengan una bienaventurada época de Adviento! †