Cristo, la piedra angular
María nos invita a regresar a su hijo Jesús
“Puesto que María está íntimamente compenetrada con la historia de la salvación, en cierta forma reúne en su persona las grandes verdades de la fe y hace que estas revivan y reverberen cuando es ella el objeto de la prédica y veneración: ella lleva a los fieles ante la presencia de su Hijo, ante Su sacrificio y el amor del Padre”
(cf. “Lumen Gentium,” #63-65).
Hoy, 8 de diciembre, celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, santa patrona de Estados Unidos. Se trata de un día importante para nuestra Iglesia y nuestro país porque en él honramos el papel fundamental que desempeñó María en la historia de la humanidad.
María es la expresión perfecta de lo que los seres humanos estamos llamados a ser. Es “perfecta” no porque posea una inteligencia extraordinaria o poderes sobrehumanos. La perfección de María viene dada por la gracia de Dios que, desde el momento de su Inmaculada Concepción hasta su Asunción (en cuerpo y alma) al cielo, al final de su vida, la protegió contra los efectos del pecado original y de la maldición del pecado que aqueja a la humanidad.
María es perfectamente buena, es completamente fiel a su palabra y es supremamente compasiva y santa. Esto no hace que sea menos humana (que tenga menos preocupaciones o quejas o que sea incapaz de sentir dolor o tristeza), sino que la hace más parecida a lo que todos estamos llamados a ser: hijos del Dios viviente y miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
Muchos católicos que han dejado de practicar su fe comentan que una de las cosas que más extrañan es la devoción a la Santa Virgen María. Esto no debería sorprender a nadie, ya que la veneración de María, la Madre de Dios y nuestra madre, es una característica que distingue nuestro estilo de vida católico. Sin ella, sentimos como si faltara algo importante en nuestras vidas.
María fue (y todavía es) la primera discípula cristiana, la primera que siguió a Jesús, su hijo y que invitó a los demás a hacer lo mismo. Tal como nos lo recordaba a menudo santa Teresa de Calcuta: “A través de María llegamos a Jesús.” Ella es el portal sagrado a través del cual accedemos a la plenitud de la vida como discípulos de su Hijo.
El discipulado de María comenzó cuando eligió por voluntad propia aceptar la responsabilidad única y absoluta en la historia de la salvación que le comunicó el Ángel Gabriel: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1:30-33).
La respuesta de María fue inmediata y provino del corazón: “Yo soy la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38). No tenía forma de saber exactamente qué era lo que se le pedía, pero confió en que Dios le daría la gracia para cumplir con Su voluntad.
María fue (y todavía es) la primera evangelista cristiana. A través de sus palabras y de su ejemplo ella proclama la Buena Nueva de Jesucristo y nos invita a todos a acudir a su Divino Hijo y a descubrirlo en el anhelo de nuestro corazón. A través de María descubrimos nuestra verdadera identidad como católicos. Tal como lo expresaron hermosamente los Padres del Concilio Vaticano II en la “Constitución Dogmática sobre la Iglesia” María “reúne en su persona las grandes verdades de la fe” y “lleva a los fieles ante la presencia de su Hijo” (cf. Lumen Gentium, #63-65).
Si deseamos saber qué significa ser un católico cristiano, solamente tenemos que observar a la Santísima Virgen María. Ella es el modelo de la vida en Cristo; su disposición para recibir la voluntad de Dios (a pesar de todo el misterio que esto conllevaba), su obediencia, su paciencia, su disposición para acompañar a Jesús durante su pasión y muerte, su alegría en la resurrección de Cristo y la participación activa de María en la vida de la Iglesia después de Pentecostés, son hechos que demuestran que es alguien que debemos imitar y venerar en nuestras vidas diarias como cristianos.
María, nuestra madre, nos invita a todos los católicos a que regresemos a Jesús, su hijo y nuestro hermano. Pidamos para poder aceptar su invitación de todo corazón, sin ningún temor o reserva, y sin importar cuánto tiempo haya transcurrido desde que practicamos nuestra fe o cultivamos nuestra relación con el Señor.
Que seamos capaces de responder, junto con María, con un “¡sí!” entusiasmado, reconociendo que somos verdaderos discípulos misioneros del Señor. ¡Que se haga Su voluntad según su palabra! †