Cristo, la piedra angular
La drogadicción es una amenaza para la vida y la dignidad humana
“El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. Fuera de los casos en que se recurre a ello por prescripciones estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley moral” (Catecismo de la Iglesia Católica, #2291).
La drogadicción en nuestro país es un problema grave. Las guerras fomentan el uso de drogas entre los soldados heridos que regresan a casa devastados por el dolor, pero inclusive en tiempos de paz, la gente se refugia en distintos tipos de drogas, incluyendo los opiáceos (analgésicos de venta con receta tales como la oxicodona, la hidrocodona o el fentanilo, y en sustancias ilícitas tales como la heroína) como formas para lidiar con enfermedades dolorosas, la soledad y la ansiedad que produce la vida cotidiana.
La adicción a cualquier droga, sea esta lícita o ilícita, es un problema serio que pone en peligro la vida. Seis de cada 10 muertes causadas por sobredosis se deben a opiáceos y la sobredosis es la primera causa de muerte accidental. En 2015, más de 33,000 estadounidenses murieron a consecuencia de sobredosis de medicamentos de venta con receta o heroína y se calcula que unos 2 millones de estadounidenses son adictos a analgésicos de venta con receta, en tanto que la cantidad de adictos a la heroína asciende a medio millón.
Además del grave daño que sufren los propios adictos, la drogadicción también afecta a muchos otros familiares, compañeros de trabajo, amigos y a la sociedad en general. Se calcula que cada drogadicto afecta a por lo menos otras cuatro personas, en especial, cónyuges e hijos. Las familias sufren enormes traumas emocionales, físicos y económicos cuando uno o más familiares son adictos a analgésicos de venta con receta y/o a drogas ilícitas. Más del 40 por ciento de los menores que se colocan en hogares de acogida provienen de familias afectadas por la drogadicción.
Este problema de vida constituye una amenaza para la vida y la dignidad humanas. Pensemos en la cantidad de bebés en gestación que quedan expuestos al efecto de los opiáceos en el vientre de sus madres. Estos bebés suelen ser más pequeños y pesar menos que otros recién nacidos, a menudo presentan síntomas de síndrome de abstinencia después del parto, y corren un riesgo más alto de sufrir problemas conductuales a medida que crecen. Se trata de un círculo vicioso: la ansiedad conlleva al uso de drogas que, a su vez, genera mayor ansiedad y drogadicción.
¿Cuál es la solución? Si fuera sencilla o indolora, habríamos eliminado el problema de la drogadicción hace mucho tiempo. En efecto, se trata de un problema muy complejo y difícil que se encuentra amplia y profundamente arraigado en nuestra sociedad. No existe una solución única, ya sea de índole jurídica, moral, espiritual o sociológica, que se perfile como “la respuesta perfecta” a la crisis de opiáceos que vivimos actualmente o al problema de larga data de la drogadicción aquí en Indiana y en todo el mundo.
Sin embargo, no podemos darnos el lujo de quedarnos de brazos cruzados mientras millones de nuestros hermanos sufren. Debemos actuar de formas que sean coherentes con nuestra responsabilidad bautismal de llevar el poder sanador de Jesucristo a todos los que sufren, ya sea que se encuentren cerca de nuestra casa o, tal como lo expresa el papa Francisco, en los márgenes de la sociedad o en “la periferia.”
Mientras buscamos formas para responder ante esta crisis, conviene referirnos a la carta pastoral de los obispos de Indiana, publicada en 2015 y titulada “Pobreza en la Encrucijada: la respuesta de la Iglesia” ante la pobreza en Indiana. La pobreza es consecuencia de muchas causas y adopta muchas formas, pero la drogadicción es ciertamente una de las principales causas y efectos de la pobreza. El texto que presento en cursiva a continuación es una ligera adaptación de lo que escribimos en la introducción de “Pobreza en la Encrucijada:”
Los obispos poseemos la obligación especial de cuidar a los integrantes más vulnerables de la familia de Dios. Es por ello que prestamos especial atención a aquellos seres que todavía no han nacido, a los enfermos y los ancianos, a los prisioneros, a aquellos aquejados por distintas formas de adicción o de padecimiento mental, y nos preocupamos por la educación de las personas procedentes de distintos orígenes y circunstancias. Este es el motivo por el cual nos preocupamos de un modo muy especial por nuestros hermanos y hermanas que se encuentran en la pobreza y que sufren cualquier forma de drogadicción.
Mediante una fórmula sencilla—VER, JUZGAR, ACTUAR—invitamos y exhortamos a todos, comenzando por nosotros mismos, a prestar más atención a los pobres de nuestra comunidad—incluyendo a aquellos que padecen de cualquier forma de adicción—a identificar las cuestiones sistémicas que perpetúan el ciclo de la pobreza para personas y familias, y a aplicar medidas puntuales para reducir las repercusiones a largo plazo de la pobreza y la drogadicción en nuestro estado, al mismo tiempo que nos acercamos y ayudamos a aquellos que sufren sus devastadoras consecuencias aquí y ahora.
Abramos los ojos y reconozcamos (VER) la drogadicción por lo que es. Tomemos decisiones serias (JUZGAR) con respecto a las medidas que podemos implementar como personas individuales, familias y comunidades para abordar todos los factores que contribuyen a la actual epidemia de opiáceos.
Y por último, con la ayuda de la gracia de Dios, hagamos todo lo que esté a nuestro alcance (ACTUAR) para ayudar a aquellos que sufren ahora y en el futuro. †