Cristo, la piedra angular
La Iglesia es agente de la evangelización
“La evangelización es tarea de la Iglesia. Pero este sujeto de la evangelización es más que una institución orgánica y jerárquica, porque es ante todo un pueblo que peregrina hacia Dios. Es ciertamente un misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un pueblo peregrino y evangelizador, lo cual siempre trasciende toda necesaria expresión institucional”
(“Evangelii Gaudium,” “La alegría del Evangelio,” #111).
La Iglesia fue enviada por el Señor “como sacramento de la salvación ofrecido por Dios.” El papa Francisco nos dice que, en vez de esperar a que nos acerquemos a Él, Dios se acerca a nosotros. La acción salvadora de Jesucristo, cada fibra de su vida, muerte y resurrección, se basa exclusivamente en el amor incondicional y la misericordia de Dios, en vez de en los méritos propios.
Tal como lo expresa el Santo Padre: “La salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia. No hay acciones humanas, por más buenas que sean, que nos hagan merecer un don tan grande. Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí. [...] A través de sus acciones evangelizadoras, colabora como instrumento de la gracia divina que actúa incesantemente más allá de toda posible supervisión. [...] El principio de la primacía de la gracia debe ser un faro que alumbre permanentemente nuestras reflexiones sobre la evangelización” (“Evangelii Gaudium,” #112).
El núcleo fundamental del Evangelio, la Buena Nueva, es el don de la salvación anunciado por el Señor: Contemplad el Reino de Dios al alcance de quienes se atreven a creer en Jesucristo como Hijo de Dios y Salvador del Mundo. Esta es la esencia de la evangelización que, en definitiva, no se concentra en “programas” sino en cultivar un encuentro privado con la persona de Jesucristo. Para llevar a cabo este mandato divino, la Iglesia ha sido dotada con dones especiales que se utilizan en el ministerio y el servicio.
Entre estos dones especiales se encuentran el don del sacerdocio para todos los bautizados y el sacerdocio por ordenación, así como también el depósito de fe protegido y transmitido por los apóstoles. Cada uno de estos dones se convierte en algo sagrado mediante el don supremo de la presencia de Dios entre nosotros.
En cada misa, unidos con toda la Iglesia y siguiendo los mandamientos de Dios, el sacerdote ordenado invoca el poder del Espíritu Santo para transformar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, para que esté verdaderamente presente en el altar. Este acto sagrado nos recuerda la enorme responsabilidad que tienen los ministros ordenados de llevar a cabo esta misión a través del servicio, para beneficio de todo el pueblo de Dios. Es por ello que en cada misa rezamos por nuestro papa, nuestro obispo y todo el clero. A medida que lo hacemos, recordamos la necesidad del sacerdocio para que exista la Eucaristía, y la necesidad de la Eucaristía para la existencia de la Iglesia.
Según los expresó el papa Francisco en una breve catequesis sobre el sacramento del Orden durante la audiencia general semanal el día 26 de marzo de 2014: “El Orden, constituido por los tres grados de episcopado, presbiterado y diaconado, es el sacramento que habilita para el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, de apacentar su rebaño, con el poder de su Espíritu y según su corazón. Apacentar el rebaño de Jesús no con el poder de la fuerza humana o con el propio poder, sino con el poder del Espíritu y según su corazón, el corazón de Jesús que es un corazón de amor. El sacerdote, el obispo, el diácono debe apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hace con amor no sirve.”
Mediante el ministerio de los consagrados podemos cooperar con el Espíritu Santo en la tarea de la evangelización, es decir, llevar la buena nueva a los marginados, sanar los corazones destrozados, declarar la libertad de los cautivos y liberar a los prisioneros, anunciar un año de gracia y consolar a los que sufren.
En esencia, el sacramento del Orden hace que sean posibles otros sacramentos, ya que constituye la manera de canalizar la compasión, el consuelo, la reconciliación y la redención de Dios. Este sacramento nos ofrece a los ministros que nos sirven de guía, que viajan con nosotros para acompañar a los que necesitan misericordia, esperanza, perdón, amor y comprensión, y que también nos cuidan después de que el Buen Pastor encuentra a aquellos que se han descarriado y los devuelven al hogar.
La tarea evangelizadora de la Iglesia está arraigada en la valiente proclamación de Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote y el Buen Pastor. Recemos para poder aceptar la vocación que recibe cada uno de nosotros de ser discípulos misioneros y evangelizadores que se han convertido en un pueblo santo llamado a servir a los necesitados de la gracia de Dios, con el apoyo que brindan los sacramentos de la Iglesia. †