Cristo, la piedra angular
Familia y comunión: la fuerza que impulsa la vida humana
“Crisis de diferentes tipos afloran actualmente en Europa, incluida la institución familiar. Pero las crisis son acicates para trabajar más y mejor con confianza y esperanza”.
(Papa Francisco, discurso a la Federación Europea de Asociaciones Familiares Católicas, junio de 2017).
Hace un año, en un discurso ante la Federación Europea de Asociaciones Familiares Católicas (FAFCE), el papa Francisco comentó que la familia “es la relación interpersonal por excelencia porque es una comunión de personas.”
La relación entre cónyuges, padres y madres, hijos e hijas, hermanos y hermanas, tíos y tías, y primos, permite que cada persona encuentre el lugar que le corresponde en la familia humana. La comunión determina la manera de vivir estas relaciones y, afirma el sumo pontífice, “es la fuerza que impulsa la verdadera humanización y evangelización.”
Por lo tanto, hoy más que nunca el papa considera que es necesaria una cultura del encuentro en el que se valoriza la unidad en la diferencia, la reciprocidad, la solidaridad entre generaciones. Se necesita esta “capital familiar” para que permee en las relaciones económicas, sociales y políticas locales e internacionales.
Esta forma de “ser familia” que deseamos fomentar no está supeditada a la ideología contemporánea o de moda sino que encuentra sus raíces en la inviolable dignidad de la persona. Fundamentándose en esa dignidad, todos los pueblos serán capaces de ser verdaderamente familias de pueblos (cf. Papa Francisco, discurso ante el Parlamento Europeo, Estrasburgo, Francia, 25 de noviembre de 2014).
El papa Francisco define cuatro crisis que nos afectan en la actualidad: la crisis demográfica, la migratoria, del empleo y de educación. Estas crisis quizá encuentren desenlaces positivos justamente en la cultura del encuentro, si las distintas entidades sociales, económicas y políticas unieran esfuerzos para crear políticas que apoyen a la familia.
En dichas políticas orientadas a la familia, así como en otras directamente relacionadas con el campo legislativo, debe prevalecer el respeto a la dignidad de cada persona.
Tal como lo concibe el papa, la cultura del encuentro siempre incluye una actitud de diálogo en la que escuchar es un requisito indispensable. “Que vuestro diálogo se base siempre en hechos, testimonios, experiencias y estilos de vida que hablen mejor que vuestros discursos e iniciativas”, señala el Sumo Pontífice. “Esto es imprescindible para el papel de primer plano que mi predecesor san Juan Pablo II indicaba a las familias (Familiaris consortio, #44).”
La tarea de las personas y los grupos que representan y defienden el rol de la familia en la sociedad es participar en diálogos constructivos con los diversos actores de la escena política y social, sin ocultar su identidad cristiana. Efectivamente, gracias a esa identidad podrán siempre mirar más allá de las apariencias y del momento presente, según afirma el papa. La familia cristiana añade a su función dentro de la sociedad una dimensión específicamente religiosa o eclesiástica: evangelizar a cada uno de sus miembros —y a todo el mundo— viviendo y proclamando el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo en palabras y acciones.
“Para llevar a cabo esta importante tarea, la familia no puede aislarse como una mónada —señala el Santo Padre— tiene que salir de sí misma, necesita dialogar y encontrar a los demás con el fin de crear una unidad que no sea uniformidad y que genere el progreso y el bien común.”
Aquí el papa Francisco repite uno de sus temas más constantes: que Jesús ha encargado a los cristianos a que se levanten de la comodidad del sofá y que “se acerquen a aquellos que se encuentran en la periferia de la sociedad humana y que tanto necesitan el mensaje de esperanza y alegría que ofrece el Evangelio.”
Al igual que sus predecesores, san Juan XXIII, el beato Pablo VI, san Juan Pablo II y el papa emérito Benedicto XVI, el papa Francisco nos exhorta a ver a la familia como algo activo y no pasivo. La familia no es sencillamente receptora; debe ser dadora, un agente de cambio, en las vidas de las personas, las comunidades y del mundo en general.
Para que la familia pueda ser verdaderamente una “fuerza impulsora” del desarrollo humano, para el bien común y la paz, deben ser primordiales el respeto a la dignidad y a los derechos de cada uno de sus miembros, así como también de la propia familia como una comunión de amor. Toda sociedad que trivialice la importancia de la familia al relativizar su valor o intentar convertirla en un mero instrumento de organismos o instituciones “más importantes” sufre una pérdida cuantiosa. La familia, con la colaboración de las iglesias, las escuelas y otras estructuras sociales, nos convierte en lo que somos; forma a la persona humana y crea el modelo para todos los tipos de comunidades.
Recemos por la familia; que siempre defendamos la amable libertad y dignidad humana que las verdaderas familias convierten en realidad gracias a su compromiso con la unidad en la diversidad, la reciprocidad y la solidaridad intergeneracional. †