Cristo, la piedra angular
El nacimiento de Juan Bautista apunta a Jesús
“Y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre, y hará volver a muchos de los Israelitas al Señor su Dios”
(Lc 1:15-16).
Cada nacimiento es un milagro. Dios comparte con el hombre y la mujer el poder de la creación, algo que le pertenece exclusivamente a Dios, al darles la potestad de traer al mundo hijos dotados con inteligencia, libertad y la capacidad de amar. Cada hijo, nacido o no, debe ser causa de alegría y regocijo, pese a las tristes circunstancias que quizá acompañen su concepción y nacimiento.
El nacimiento que celebramos este domingo 24 de junio como la Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista fue un milagro extraordinario que trascendió el milagro “ordinario” del nacimiento humano y marcó un momento especial en la historia humana.
El Evangelio según san Lucas nos dice que la madre de Juan, Elisabet, pariente de María, y su padre, Zacarías “eran justos delante de Dios, y se conducían intachablemente en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Elisabet era estéril, y ambos eran de edad avanzada” (Lc 1:6-7).
Zacarías, quien era un sacerdote, tuvo una visión mientras servía en el templo. Un ángel se le apareció y le dijo: “No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y lo llamarás Juan. Tendrás gozo y alegría y muchos se regocijarán por su nacimiento, porque él será grande delante del Señor” (Lc 1:13-15).
Zacarías estaba perplejo. Estaba tan incrédulo y tan escéptico que no podía creerlo hasta que nació su hijo y lo llevó al templo para que lo circuncidaran al octavo día, y no podía pronunciar palabra. No fue sino hasta que sus vecinos y parientes le pidieron que confirmara el nombre del niño y que él escribió en una tablilla “Juan,” que “fue abierta su boca y suelta su lengua, y comenzó a hablar dando alabanza a Dios” (Lc 1:64).
A diferencia de María, el embarazo de Elisabet se produjo de la forma habitual, como resultado del coito con su esposo. Sin embargo, nada de lo concerniente a la concepción y nacimiento de Juan fue normal. Tal como lo relata San Lucas, estaba “lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre” (Lc 1:15) y estaba destinado a grandes cosas para “preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1:17), desde el momento de su concepción.
Celebramos el nacimiento de san Juan Bautista porque nos recuerda que Dios es el autor de toda la vida. Elisabet y Zacarías tuvieron la bendición de recibir a un hijo tarde en la vida. Puesto que eran justos, personas que temían a Dios y obedecían sus mandamientos, Dios los eligió como padres de aquel que desempeñaría una función especial en la historia de nuestra salvación.
La historia de la concepción de Juan, su encuentro con Jesús incluso en el vientre de su madre y su rol exclusivo como precursor, es decir, el encargado de preparar a la gente para la venida del Señor, es un relato de la participación activa de Dios en la vida humana. Relatar esta historia y celebrar los misterios que revela es nuestra forma de reconocer que formamos parte de la creación de nueva vida, que estamos llamados a reverenciar toda la vida y a respetar la dignidad de cada niño, independientemente de que haya nacido o no.
El niño al que celebramos este domingo crecerá y se convertirá en un hombre justo, al igual que sus padres. El Espíritu Santo lo guiará para que se convierta en testigo (en mártir) de aquellos cuyas sandalias no es digno de desatar. Proclamará el bautismo del arrepentimiento, una forma de conversión que será sustituida por el bautismo en el Espíritu Santo. Hablará sobre la verdad con amor y el rey Herodes lo castigará severamente por dejar al descubierto la vanidad y la futilidad de las fuerzas políticas de su época. Entregará su vida, como todos los mártires, confiado en que el Dios que es el autor de toda la vida lo sustentará al final de sus días y más allá.
Celebramos el nacimiento de san Juan Bautista porque él apunta hacia Jesús, el camino, la verdad y la vida. “No se trata de mí—insiste Juan—sino del que vendrá después de mí para liberarnos.”
Oremos para tener la sabiduría y el valor de Elisabet y Zacarías, quienes trajeron un hijo al mundo con alegría y regocijo, en medio de una época de tribulaciones. Recemos por la gracia de reconocer que cada niño que se encuentra en el vientre de su madre es un regalo de Dios que se debe cultivar, proteger y amar. Esperemos que el llamado de Juan al arrepentimiento sea escuchado y que su testimonio continúe mostrándonos el camino hacia Jesús. †