Cristo, la piedra angular
San Pedro y san Pablo llevan adelante el ministerio de sanación de Cristo
“Pedro le dijo: ‘No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina’ ”
(Hc 3:6).
“Y [Pablo] le dijo en voz alta: ‘Levántate, y permanece erguido sobre tus pies.’ Él se levantó de un salto y comenzó a caminar”
(Hc 14:10).
La fecha de publicación de esta columna es el 29 de junio, la Solemnidad de San Pedro y San Pablo. Hay muchos aspectos que distinguen a estos dos grandes santos, especialmente su prédica y su liderazgo pastoral en la Iglesia primitiva. Sin embargo, hay otro aspecto de su ministerio que merece hoy toda nuestra atención: el ministerio de sanación que estos dos discípulos misioneros llevaron adelante “en el nombre de Jesucristo de Nazaret.”
Si quisiéramos simplificar el ministerio de Jesús, podríamos decir que fue un hombre de oración que enseñaba y sanaba. Por supuesto que sus enseñanzas y su sanación eran multidimensionales, y estaban dirigidos a la mente y el corazón, al cuerpo y el alma.
De hecho, uno de los aspectos más impactantes del ministerio de sanación de Jesús es que involucraba todos los aspectos de la persona humana. El toque sanador del Señor curaba todo lo que las ciencias de la salud clasifican hoy en día como enfermedades físicas, mentales y emocionales. Más aún, Jesús era capaz de sanar las enfermedades del alma que afectaban a tantas personas de su época al expulsar demonios, brindar esperanza a los desesperados y ofrecer consuelo a quienes se sentían profundamente afligidos.
El ministerio de Jesús era espiritual y físico. De hecho, hoy en día podríamos decir que el ministerio de sanación de Jesucristo era “holístico.” No se trataba de una ciencia fría y desapegada, sino de una profunda comunicación que llegaba a lo más recóndito de los corazones de los hombres y las mujeres. Creemos que el toque del Señor puede curar todo lo que nos aqueja, todo lo que duele, ya sea en la mente, el cuerpo o el alma.
Según el testimonio que dieron los apóstoles Pedro y Pablo en sus respectivos ministerios de sanación, una sonrisa, una palabra tierna y un toque de consuelo, combinados con la orden repleta de fe: “en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina” (Hc 3:6) obra maravillas.
Los pacientes a quienes les han diagnosticado una enfermedad grave tienen la bendición de tener a su disposición la atención profesional de médicos, enfermeras y otros especialistas de la salud que son clave en su tratamiento y, Dios mediante, su recuperación.
Debemos dar gracias a Dios por el profesionalismo, la atención y la dedicación que nos demuestran estos “hombres y mujeres de bata blanca” que ofrecen sus dones a quienes necesitamos de su pericia médica y su atención. Pero no existe duda de que el milagro de la sanación proviene exclusivamente de Dios. Contar con profesionales médicos competentes es esencial, pero la verdadera curación proviene del Señor.
San Pedro y San Pablo hiciera milagros en nombre de Jesús no por sus propias capacidades; no eran magos ni tampoco trabajadores de la salud. Fueron instrumentos de la providencia de Dios. Su fe era fuerte, dejaron que el Espíritu Santo obrara a través de ellos y los resultados fueron increíbles. Las mentes cerradas se abrieron, los corazones de piedra se convirtieron en corazones palpitantes, quienes se sentían solos y ansiosos hallaron consuelo y esperanza, y los paralíticos “¡saltaron y empezaron a andar!” ¡Este es el poder sanador “holístico” de Jesús!
Todos sabemos algo acerca del milagro de la sanación, puesto que la mayoría lo ha experimentado, ya sea en su propia vida o lo ha visto en la vida de los demás. Jamás es algo instantáneo y es algo que no puede manipularse. Así actúan los charlatanes que se aprovechan de la desesperación de la gente, de su deseo de creer, para fingir milagros de sanación.
Pedro y Pablo no eran impostores, eran hombres santos que, a pesar de sus numerosas debilidades (según se detalla en el Nuevo Testamento y que todos podemos leer), creían completamente en el poder de Dios para sanar nuestras heridas y restituir nuestra integridad.
El intenso debate que ha habido en nuestro país desde hace años acerca del acceso universal a la atención médica—y que la Iglesia apoya con vehemencia—ha ignorado en gran medida la dimensión espiritual de la sanación. Esto es un error. La ciencia seglar tiene un límite y se necesita mucho más para lograr una sanación genuina en la vida de las personas, las familias y las comunidades. Necesitamos curar el alma, la mente y el cuerpo, los tres juntos, y solo así podremos estar verdaderamente sanos y completos como personas humanas creados a imagen y semejanza de Dios.
Mientras celebramos la Solemnidad de San Pedro y San Pablo hoy, recordemos rezar por todos los profesionales de la salud, así como también por todos los pastores y ministros de la Iglesia. Siguiendo el ejemplo de estos grandes santos, que todos seamos curados y ayudemos a los demás a curarse en el nombre de Jesús. †