Cristo, la piedra angular
El papa Francisco nos recuerda que cada uno de nosotros está llamado a ser santo
“No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser”
(Papa Francisco, “Gaudete et Exsultate,” #32)
Esta semana comenzamos una serie de cinco columnas sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, en la que nos fundamentaremos en la exhortación apostólica que publicó recientemente el papa Francisco, titulada “Gaudete et Exsultate” (“Alegraos y regocijaos”). En palabras del Santo Padre “Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades” (#2).
En su exhortación el papa Francisco no nos presenta “un tratado sobre la santidad, con tantas definiciones y distinciones” (#2), sino que nos ofrece signos de santidad tomados de la experiencia de grandes santos y, más concretamente, de las vidas de personas comunes.
“Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad ‘de la puerta de al lado,’ de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios o, para usar otra expresión, ‘la clase media de la santidad’ ” (#7).
El papa Francisco es famoso por acuñar nuevas frases, como “el olor a oveja,” o comparar a la Iglesia con un “hospital en campo,” o decir que la Eucaristía “no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles.” Su nueva frase, “la clase media de la santidad” resulta igualmente impactante puesto que destaca el hecho de que ninguno de nosotros, excepto María, es perfecto en su santidad.
Muchos de nosotros, inclusive muchos santos, tenemos dificultades para convertirnos en la persona que Dios desea que seamos. A manera de inspiración, tomamos como ejemplo a los hombres y mujeres que la Iglesia ha canonizado como santos. Pero en la práctica, es mucho más probable que encontremos aliento en el ejemplo de aquellos que se encuentran más cerca de la experiencia que nosotros mismos hemos vivido. “Entre [estos testimonios] puede estar nuestra propia madre, una abuela u otras personas cercanas,” afirma el papa. “Quizá su vida no fue siempre perfecta, pero aun en medio de imperfecciones y caídas siguieron adelante y agradaron al Señor” (#3).
El papa Francisco nos dice que alcanzamos la santidad no mediante lo que pensamos, creemos o decimos, sino de lo que hacemos. “No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio,” expresa el papa. “Somos llamados a vivir la contemplación también en medio de la acción, y nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión” (#26).
Como cristianos bautizados, nuestra misión es seguir a Jesús, vivir como lo hizo él y “reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor” (#20). Si limitamos a Cristo en nuestras palabras y acciones, creceremos en santidad, nos haremos más íntegros, más completos.
“No todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio—predica el papa—no todo lo que hace es auténtico o perfecto. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona” (#22).
Crecer en santidad es, o debería ser, el propósito general de cada uno de nosotros como persona. Es nuestra misión en la vida dejar que la presencia de Cristo aumente en nosotros y al mismo tiempo disminuir nuestra propia presencia. No debemos temer al llamado a la santidad ni tampoco al recorrido espiritual que este implica. “La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia” (#34).
Jesús camina con nosotros a cada paso del camino; su Espíritu nos guía y nos da aliento.
Preguntemos siempre al Espíritu qué espera Jesús de mí en cada momento de la vida y en cada decisión que debo tomar para discernir mi lugar en la misión que he recibido. Permitamos que el Espíritu “forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy” (#23).
Cada uno de nosotros está llamado a ser santo, a ser amado y liberado por Dios, a ser fiel a su ser interior más profundo. †