Cristo, la piedra angular
Dos antiguas herejías siguen siendo sutiles enemigas de la santidad
“Aun hoy los corazones de muchos cristianos, quizá sin darse cuenta, se dejan seducir por estas propuestas engañosas. En ellas se expresa un inmanentismo antropocéntrico disfrazado de verdad católica”
(Papa Francisco, “Gaudete et Exsultate,” #35).
En la exhortación apostólica del papa Francisco publicada recientemente y titulada “Gaudete et Exultate” (“Alegraos y regocijaos”), el Santo Padre nos previene contra lo que él denomina “dos sutiles enemigos de la santidad.” Estas son antiguas herejías cristianas que el papa afirma que todavía están muy presentes hoy en día y podríamos considerarlas formas falsas de santidad que apuntan a «un elitismo narcisista y autoritario». Ambas se oponen sutilmente a la obra de evangelización y misericordia que constituyen el núcleo de la vida cristiana.
La primera de estas antiguas herejías es el gnosticismo cuyo nombre proviene de la palabra griega “conocimiento.” Los conocimientos secretos que los gnósticos afirman poseer han variado con el transcurso del tiempo, pero en cada época los gnósticos declaran tener una verdad absoluta y exclusiva. Esto no abre las puertas a Cristo sino que representa un portazo en la cara de aquellos que más necesitan de la verdad de Dios y de su misericordia salvadora.
El papa Francisco denomina el presunto conocimiento de los gnósticos contemporáneos “un elitismo disfrazado de verdad católica.” De acuerdo con el Santo Padre, “es propio de los gnósticos creer que con sus explicaciones ellos pueden hacer perfectamente comprensible toda la fe y todo el Evangelio. Absolutizan sus propias teorías y obligan a los demás a someterse a los razonamientos que ellos usan” (#39). Esta no fue la forma en que Jesús enseñó ni el método de la Iglesia. En la frase célebre de san Juan Pablo II: “La Iglesia propone, no impone sus enseñanzas.”
“Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino” insiste el papa Francisco (#41). La verdad católica admite (de hecho, exige) el misterio de Dios y Su gracia. También requiere que reconozcamos el misterio que penetra en la vida de cada persona humana. “Dios nos supera infinitamente, siempre es una sorpresa—nos enseña el papa Francisco—y no somos nosotros los que decidimos en qué circunstancia histórica encontrarlo, ya que no depende de nosotros determinar el tiempo y el lugar del encuentro. Quien lo quiere todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de Dios” (#41).
¿Acaso esto significa que no hay claridad ni seguridad en las enseñanzas de la Iglesia católica? Al contrario: significa que podemos acudir a la Iglesia para que nos ayude a comprender el misterio de Dios y las complejidades de la vida humana, pero jamás debemos pensar que cada pregunta tiene una respuesta completa o satisfactoria. Algunas de las preguntas más trascendentales que enfrentamos en la vida, tales como “¿por qué sufren los inocentes?” y “¿qué sucede con nuestros seres amados después de morir?” solo tienen explicación en el misterio del amor y la misericordia de Dios. Hay muchas preguntas que no podemos responder y por ello el don de la fe es algo maravilloso, porque nos ofrece esperanza ante la desesperación y consuelo cuando el dolor nos abruma.
La segunda herejía antigua, pero constante que describe el papa Francisco en “Exsultate et Gaudete” es el pelagianismo: la creencia de que los seres humanos tienen el poder de salvarse por su propio esfuerzo. El pelagianismo rechaza la necesidad de la gracia de Dios y olvida que todo depende, no de la voluntad humana, sino de la misericordia que Dios nos muestra en cada dimensión de nuestras vidas.
El papa Francisco nos lo explica muy claramente. “Los que responden a esta mentalidad pelagiana o semipelagiana, aunque hablen de la gracia de Dios con discursos edulcorados “en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico” (#49). No podemos hacer nada por nuestra cuenta, pero con la ayuda de la gracia de Dios, todo es posible.
Todos estamos tentados a pensar que podemos vivir la vida sin la ayuda directa o indirecta de la gracia de Dios. Este tipo de pensamiento no es el camino hacia la santidad.
Tal y como el papa Francisco nos recuerda: “[Dios] es el Padre que nos dio la vida y nos ama tanto. Una vez que lo aceptamos y dejamos de pensar nuestra existencia sin él, desaparece la angustia de la soledad. Así conoceremos la voluntad agradable y perfecta del Señor y dejaremos que él nos moldee como un alfarero. En él somos santificados” (#51).
El llamado a la santidad requiere que rechacemos las tentaciones del gnosticismo y el pelagianismo. Recemos para recibir la gracia de aceptar el hecho de que no tenemos todas las respuestas y no podemos vivir a plenitud sin la ayuda de la gracia de Dios. Aceptar estas dos verdades nos traerá alegría y un enorme sentimiento de alivio. †