Cristo, la piedra angular
Las bienaventuranzas nos enseñan a ser santos mediante nuestras obras
“Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas [cf. Mt 5:3-12; Lc 6:20-23]. Son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: ‘¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?’ la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas”
(Papa Francisco, “Gaudete et Exsultate,” #63).
El capítulo tres de la exhortación apostólica del papa Francisco, titulada “Gaudete et Exsultate” (“Alegraos y regocijaos”) contiene una reflexión amplia y poderosa sobre las bienaventuranzas.
El papa nos dice que “las bienaventuranzas de ninguna manera son algo liviano o superficial; al contrario.” Esto va contracorriente con respecto a la forma en que el mundo nos enseña a vivir. “Solo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo” (#65).
Por cuestiones de limitación de espacio resulta imposible abordar los comentarios del papa con respecto a cada una de las bienaventuranzas, por lo que exhorto a cada uno de ustedes a que lean “Gaudete et Exsultate” con actitud piadosa y presten especial atención a las reflexiones del Santo Padre sobre las bienaventuranzas en el capítulo tres. Allí detalla una fórmula clara y convincente para alcanzar la santidad:
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Ser pobre en el corazón, esto es santidad.
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Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.
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Saber llorar con los demás, esto es santidad.
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Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad.
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Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad.
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Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad.
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Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad.
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Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad.
La santidad significa dedicarnos enteramente a seguir la palabra y el ejemplo de Jesús. Este es el testimonio de los santos quienes no fueron perfectos en sus esfuerzos de practicar las bienaventuranzas pero buscaron y recibieron el perdón del Señor siempre que no lograron cumplirlas y perseveraron, confiando en el poder del Espíritu Santo.
Al final, el papa Francisco nos recuerda que solo existe un criterio para la santidad que se encuentra en las poderosas palabras del Señor en el capítulo 25 del Evangelio según San Mateo:
“Tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve; enfermo y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron” (Mt 25:31-46).
El papa nos dice que estas son exigencias ineludibles. “Ser santos no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis.” Si deseamos ser santos y ocupar nuestro justo lugar en la comunión de los santos, debemos reconocer y aceptar las palabras de Jesús “con sincera apertura” y “sin elucubraciones y excusas que les quiten fuerza” (#97).
La santidad no es algo ideológico, elitista o selectivo en cuanto a la aplicación de las enseñanzas del Señor. No podemos ser pobres de corazón y actuar sin misericordia, como tampoco podemos favorecer la paz si no sentimos hambre y sed de justicia; no podemos estar en favor de la vida y rehusarnos a recibir a los extranjeros. Tal como nos lo explica el papa Francisco:
“La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (#101).
Se trata de palabras duras e inquietantes pero que fluyen directamente del discurso de Jesús en el Sermón de la Montaña y en el capítulo 25 del Evangelio según San Mateo que cité anteriormente.
Todos estamos llamados a la santidad. No tenemos que ser héroes pero sí debemos tomar muy en serio las exigencias de Jesús en nuestra vida cotidiana. “[Las de Jesús] son pocas palabras, sencillas, pero prácticas y válidas para todos—afirma el papa Francisco—porque el cristianismo es principalmente para ser practicado” (#109).
La santidad es aquello que hacemos en el nombre de Jesús. Recemos para que el poder del Espíritu Santo nos ayude a cumplir fielmente con los mandamientos del Señor. †