August 10, 2018

Cristo, la piedra angular

La exhortación del papa describe los signos de la santidad en el mundo actual

Archbishop Charles C. Thompson

Esta es la cuarta columna sobre la exhortación apostólica del papa Francisco, “Gaudete et Exsultate” (“Alegraos y regocijaos”). En cada columna vemos más claramente el punto de vista característico del papa con respecto al significado de la santidad hoy en día.

Si analizamos con detenimiento el razonamiento del papa, veremos que considera que la santidad es algo que se encuentra a disposición de todos. Pecadores y santos están llamados por igual a la santidad. Ser santos significa amar a Dios y al prójimo, y expresar este amor principalmente a través de nuestros actos.

La santidad no nos diferencia de nuestros hermanos; al contrario, el hombre, la mujer o el niño santo está más cerca de Dios y de los miembros de la familia de Dios.

El papa Francisco define cinco “signos” de santidad que considera que son especialmente importantes hoy en día:
 

  • Firmeza en torno a Dios que ama y que sostiene.
  • Alegría y sentido del humor.
  • Audacia y fervor.
  • Recorrer un camino comunitario, de dos en dos.
  • Apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración.

Según lo expresa el papa, estos signos no agotan el significado de la santidad, “pero son cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo que considero de particular importancia, debido a algunos riesgos y límites de la cultura de hoy” (“Gaudete et Exsultate,” #111).

¿Qué tienen en común estos cinco signos de santidad? Cada uno de ellos, a su manera, rechaza el aislamiento y el individualismo que promueve constantemente nuestra cultura moderna y orientada al consumismo. Cada signo rompe las barreras del egoísmo y del pecado que nos separa de Dios y del prójimo. Cada signo nos abre la mente y el corazón al mundo que existe más allá de nuestra limitada capacidad de entendimiento y nos exhorta a ser apasionados y compasivos en nombre de Jesús.

Tal como nos lo explica el papa Francisco: “Hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo” (“Gaudete et Exsultate,” #125).

La santidad jamás es algo desalentador o desesperante ya que reconoce las dificultades como oportunidades para compartir la cruz de Cristo y el sufrimiento redentor de su pasión y muerte. Las personas santas irradian alegría porque saben que la luz de Cristo venció la oscuridad del mundo y esto es motivo de alegría, inclusive en los peores momentos.

“No estoy hablando de la alegría consumista e individualista tan presente en algunas experiencias culturales de hoy,” aclara el papa Francisco. “El consumismo solo empacha el corazón; puede brindar placeres ocasionales y pasajeros, pero no gozo” (“Gaudete et Exsultate,” #128).

El papa Francisco considera la audacia y el fervor como signos de santidad. Desestima la indiferencia, la duda y la falta de entusiasmo como contrarias al evangelio. Tras recibir al Espíritu Santo los discípulos “ardían” y proclamaban audazmente en nombre de Jesús, incluso cuando curaban a los enfermos y perdonaban a los pecadores en nombre del Señor. El testimonio de fe que dan los mártires niega la falta de entusiasmo y en cada generación desde el primer Pentecostés ha habido hombres y mujeres que han entregado sus vidas con alegría y, en ocasiones, con un sentido del humor que proclama con firmeza la confianza absoluta en el Señor.

Los hombres y mujeres santos reconocen que sin importar qué tan malas estén las cosas, no están solos. Dios está con nosotros, en los momentos buenos, en los malos y en los momentos cotidianos.

El papa Francisco nos enseña que “compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera” (“Gaudete et Exsultate,” #142). El camino al cielo no es un sendero solitario que cada uno tiene que recorrer por cuenta propia; al contrario, siempre estamos rodeados de una multitud de compañeros de viaje, inclusive todos los ángeles y los santos. Algunos de ellos se nos adelantan para mostrarnos el camino; otros caminan junto a nosotros como compañeros espirituales, en tanto que otros se quedan rezagados y esperan que nosotros los animemos y los apoyemos mientras recorremos juntos el sendero hacia la santidad.

El último signo de santidad en nuestros días, según lo expresa el sumo pontífice, está hecho de “una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración” (“Gaudete et Exsultate,” #147). En todas las épocas desde Adán y Eva la oración ha sido un elemento esencial de la santidad. Estar dispuestos a trascender es lo que nos hace humanos y el deseo de escuchar la voz de Dios y compartir con Él nuestros más profundas esperanzas y temores a través de la oración es lo que nos convierte en personas santas.

Recemos fervientemente para recibir la gracia de representar estos cinco signos de la santidad en nuestras vidas cotidianas, quizá no perfectamente, pero de una forma que nos demuestre que estamos avanzando efectivamente en el camino a la alegría. †

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