Cristo, la piedra angular
La santidad implica luchar contra el demonio en nuestras vidas
“La vida Cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida”
(Papa Francisco, Gaudete et Exsultate, #158).
Tal como Adán y Eva descubrieron en el Jardín del Edén, la excusa de que “el diablo me llevó a hacerlo” jamás resulta aceptable para justificar nuestras elecciones pecaminosas. Tenemos el don del libre albedrío combinado con la poderosa ayuda de la gracia de Dios. No tenemos que pecar.
Y sin embargo, las tentaciones del demonio son poderosas y nos acechan a cada paso, especialmente cuando estamos más débiles y vulnerables. El Señor nos enseñó a rezar fervientemente para no caer en la tentación y librarnos de las garras del inicuo. Jesús tomó al diablo muy en serio y nos pide a nosotros, sus discípulos, que hagamos lo mismo.
El papa Francisco reconoce la amenaza que representa el demonio para nuestro esfuerzo de ser un pueblo santo y de vivir intachablemente. En su exhortación apostólica titulada Gaudete et Exsultate (“Alegraos y regocijaos”), el Santo Padre habla directamente sobre “el combate permanente” en el que nos encontramos como discípulos misioneros de Jesús, llamados a proclamar el Evangelio y a atender las necesidades de nuestros hermanos, pero especialmente los más vulnerables (#158).
“No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal” (Gaudete et Exsultate, #159).
Nuestra cultura moderna no admite la existencia del demonio; muchos lo consideran una figura mítica, incluso una caricatura y niegan su influencia o la reducen a factores meramente psicológicos que aducen como la causa de nuestras decisiones equivocadas.
El papa Francisco nos advierte contra este tipo de mentalidad engañosa: “La Palabra de Dios nos invita claramente a ‘afrontar las asechanzas del diablo’ (Eph 6:11) y a detener ‘las flechas incendiarias del maligno’ (Eph 6:16)” (Gaudete et Exsultate, #162).
Para el Sumo Pontífice, estas no son expresiones melodramáticas porque nuestro camino hacia la santidad nos exige previsión para superar todos los obstáculos que nos presenta aquel que intenta impedirnos llegar a nuestra meta, es decir, vivir con santidad e intachablemente.
Cada año, durante la liturgia de la Pascua, se invita a todos los católicos a renovar las promesas que constituyen los pilares de nuestra creencia. Una de estas promesas es renunciar a Satanás y a todas sus obras.
Al renovar el voto bautismal no estamos renunciando a una “tendencia” o a una “influencia psicológica.” Estamos rechazando la personificación del mal (Satanás) y a las consecuencias de su reino destructivo como príncipe del mal que es.
Sabemos bastante poco acerca del diablo. De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, “Satán o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, #414).
En el judaísmo y el cristianismo, Satán se ilustra a menudo como un representante, una figura que ejerce un enorme poder de persuasión. La misión del diablo es persuadirnos de que nuestros propios deseos son preferibles a los designios de Dios para nosotros.
El maligno nos dice que aquello que queremos es mucho mejor para nosotros que las normas y los reglamentos que nos imponen la sociedad o la Iglesia, o incluso los mandamientos divinos de nuestro Dios. Si Satanás puede convencernos de esto en cosas pequeñas, acabará por imponerse también en lo grande. Al final, una vida entregada gradualmente a Satanás y a sus promesas vacuas se convierte en permisiva, indiferente y espiritualmente corrupta, un estado que el papa Francisco considera que “es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente” (Gaudete et Exsultate, #165).
Si no estamos atentos, en guardia ante la influencia persuasiva del demonio, nos entregaremos a la tentación, aunque nos digamos a nosotros mismos que somos buenos cristianos que no han cometido ningún pecado grave.
“Todo termina pareciendo lícito,” asevera el papa y añade: “el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (Gaudete et Exsultate, #165, cf. 2 Cor 11:14).
Recemos para tener el valor de resistirnos a las tentaciones del demonio y para recibir la gracia de seguir a Jesús en el camino a la santidad. †