Cristo, la piedra angular
Acudamos a María quien nos enseña a ser santos
“El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado”
(Papa Francisco, “Gaudete et Exsultate,” #122).
Esta es la última columna sobre la exhortación apostólica del papa Francisco, “Gaudete et Exsultate” (“Alegraos y regocijaos”). Durante las semanas anteriores he ofrecido algunas reflexiones con respecto al significado de ser santos.
La santidad no es algo remoto o inaccesible sino algo próximo a nosotros y que se encuentra a disposición de todos. Esto no significa que sea fácil; sencillamente significa que Dios se acerca a cada uno de nosotros mediante el poder de Su gracia y nos invita a ser fieles a nosotros mismos, a nuestra persona, tal como hemos sido creados. Existen muchos obstáculos, especialmente nuestra propia condición de pecadores y las tentaciones del inicuo. Pero el amor y la misericordia de Dios nos sostiene y nos anima a crecer en sabiduría, valentía y amor.
Dios no nos llama a la santidad y luego nos abandona, sino que se mantiene junto a nosotros, incluso más cerca de lo que estamos de nosotros mismos, y camina con nosotros, acompañándonos en el sendero a una vida verdadera en Él. Dios nos da los dones que necesitamos para descubrir y cumplir Su voluntad. Entre ellos se encuentran la oración y los sacramentos, la inspiración de las lecturas sagradas, la reflexión sobre la palabra de Dios y el ejemplo de los santos que incluye a la gente “ordinaria,” tal como nuestras madres y abuelas quienes no son perfectas pero que viven a cabalidad el Evangelio en sus vidas cotidianas.
Hace dos días, el 15 de agosto, celebramos la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María al cielo. La santidad de María es un modelo para todos nosotros; como la madre de nuestro Señor y nuestra madre, María nos enseña a ser santos. Comenzando por su disposición a aceptar la misteriosa voluntad de Dios que cambió radicalmente su vida, María nos enseña a decir «sí» a todo lo que Dios nos pida.
Según lo expresa el papa Francisco en sus comentarios finales: “Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: ‘Dios te salve, María…’ ” (“Gaudete et Exsultate,” #176).
Nosotros también podemos ser santos, podemos vivir las bienaventuranzas de la mejor forma posible. Podemos abrir nuestros corazones a Jesús y aceptar las alegrías y los dolores de vivir según su palabra. Podemos confiar en la misericordia de Dios para que cuando no cumplamos con Sus expectativas podamos rogar por el perdón y regocijarnos en su gracia salvadora. Podemos acudir a María nuestra Madre en cualquier momento y ella nos guiará hacia su hijo, Jesús. Podemos musitar su nombre a cada instante y ella nos enseñará a ser santos.
La santidad no es algo que esté reservado para la gente “mejor que nosotros;” es para nosotros.
Tal como lo expresa el papa: “Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden excluidos. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes.” Lo único que tenemos que hacer es “pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida” (“Gaudete et Exsultate,” #175). Dios conoce los secretos y los pesares ocultos que llevamos en el corazón. ¡Pidámosle que nos libere!
Y acudamos a la Santísima Virgen María y pidámosle que interceda por nosotros para que, al igual que ella, podamos decirle “sí” a la voluntad de Dios. Pidámosle que nos enseñe a vivir las bienaventuranzas de Jesús y a crecer en santidad en cada aspecto de nuestra vida cotidiana. “Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar” (“Gaudete et Exsultate,” #177). †