Cristo, la piedra angular
El nacimiento de la Santísima Virgen María es motivo de una alegría especial
“Celebremos con júbilo el nacimiento de la Virgen María de quien nació el Sol de Justicia. … Su nacimiento representa esperanza y la luz de la salvación para el mundo entero. … Su imagen es el faro para todo el pueblo cristiano.”
(Liturgia de la Natividad de la Santísima Virgen María)
Mañana, 8 de septiembre, la Iglesia celebra el nacimiento de la Santísima Virgen María. A diferencia de las festividades de la Asunción (15 de agosto) y de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), esta es una festividad menor pero igualmente representa un día importante en el calendario litúrgico.
De hecho, solo recordamos el cumpleaños de dos santos: San Juan Bautista y María, la madre de Jesús.
Ambos cumpleaños representan la transición de la fe del Viejo Testamento de Israel hacia la narrativa de la vida, muerte y resurrección de Cristo, el nacimiento de la Iglesia y la era del Espíritu Santo, tal como se relata en el Nuevo Testamento.
Ambos cumpleaños se celebran con lecturas, canciones y oraciones que hacen énfasis en la alegría que sentimos por el nacimiento de Juan, el último profeta del Antiguo Testamento y el precursor de Jesús, así como también por el nacimiento de María, concebida sin pecado original y que fue elegida para convertirse en la madre de Dios.
De acuerdo con el Dictionary of Mary (El diccionario de María), publicado por la editorial Catholic Book Publishing Company (Nueva York, 1985), “el nacimiento de María se ordena específicamente para su misión como la Madre del Salvador. Su existencia está indisolublemente vinculada a la de Cristo: forma parte de un plan único de predestinación y gracia. El misterio del plan de Dios con respecto a la encarnación del Verbo abarca también a la virgen quien es su madre. De esta forma, el nacimiento de María se inserta en el corazón mismo de la historia de la salvación.”
Al igual que Juan Bautista, hijo de Isabel, la prima de María, la historia de nuestra salvación llega a un punto culminante con el nacimiento de María. La biblia no nos dice nada con respecto al nacimiento de María o acerca de sus padres, a quienes la tradición identifica como san Joaquín y santa Ana. Sin embargo, la devoción cristiana desde los primeros días de la Iglesia da fe del nacimiento de María como un momento de gran alegría, el cumplimiento de la promesa de Dios de liberar a la humanidad de la maldición del pecado original al entregarnos una nueva madre, la nueva Eva, cuyo “sí” a Dios aplastará a la cabeza de la serpiente maligna y hará posible el nacimiento de nuestro Salvador.
En la primera lectura de la festividad de la Natividad de la Santísima Virgen María (Mi 5:1-4), el profeta anuncia la llegada del Señor de Israel quien provendrá de Belén de Judá. La madre del mesías, presentada como una mujer encinta, a punto de dar a luz, dará vida al príncipe y pastor de la casa de David quien traerá justicia y paz. Trabajar junto con el mesías para crear un pueblo nuevo.
La segunda lectura (Rom 8:28-30) no habla directamente sobre María sino acerca del creyente justificado por la gracia de Cristo, que ha recibido el don de que el espíritu Santo habite en él y que ha sido elegido y llamado desde la eternidad para compartir la vida y la gloria de Cristo. Esto es cierto de un modo privilegiado para María, esposa y templo del Espíritu Santo, madre del Hijo de Dios e íntimamente unida a él en un plan divino de predestinación y gracia.
Tal como se presenta en el Evangelio según san Mateo (Mt 1:1-16, 18-23), el significado de la genealogía es teológicamente profundo: colocar a Jesús, el mesías, dentro de la genealogía dinástica del pueblo elegido de Dios. A través de María, Jesús es descendiente y, de hecho, “el descendiente” de Abrahán (cf. Gal 3:16) y los patriarcas, en consonancia con las promesas de Dios. La alianza que une a Cristo con el pueblo de Dios es María, hija de Sion y madre del Señor.
La virginidad en la que hace énfasis el texto del evangelio es el signo del origen divino del Hijo que irrumpe en la historia de la humanidad como algo totalmente novedoso.
No es de extrañar que la liturgia de este día festivo subraye la alegría que debemos sentir al celebrar el cumpleaños de nuestra madre María. A través de ella a toda la humanidad recibe una segunda oportunidad; a través de ella se cumplen las promesas que Dios les hizo a nuestros ancestros en la fe y a nosotros.
Recemos para que esta festividad serena nos sirva de recordatorio de que María es la llave que nos conduce a su divino hijo. Recemos también para que el Espíritu Santo guíe a nuestra Iglesia y a todos nosotros, discípulos del hijo de María, para creer con todo el corazón, tal como lo hizo María, que Dios ha cumplido sus promesas en Jesucristo nuestro Señor. †