Cristo, la piedra angular
La santidad del beato papa Pablo VI es un momento de júbilo
“Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí”
(“Humanae Vitae,” #9).
Dentro de unas pocas semanas el beato papa Pablo VI, quien falleció hace 40 años el 6 de agosto de 1978, será declarado oficialmente santo por uno de sus sucesores, el papa Francisco. Esta será una ocasión de gran júbilo para nuestra Iglesia que una vez más sufre a causa de las sospechas y las dudas que han generado las equivocaciones de los obispos en distintas regiones del mundo, inclusive en nuestro país.
Giovanni Battista Montini, posteriormente conocido como el Papa Pablo VI, se desempeñó como sacerdote y obispo en su natal Italia. Fue elevado al Colegio de Cardenales en 1958 y elegido papa en 1963 tras la muerte del santo Papa Juan XXIII. Fue papa durante 15 años hasta su defunción.
Para quienes tengan edad de recordarlo, aquellos años estuvieron repletos de altibajos emocionales, sociales y políticos. El entusiasmo del Concilio Vaticano Segundo dio paso a confusión con respecto a la implementación de sus enseñanzas. Los valores tradicionales religiosos y morales estaban sufriendo una profunda transformación a causa de la imposición de formas de relativismo cultural y costumbres sexuales, apoyadas por nuevas formas de tecnología.
El beato Pablo VI en ocasiones fue duramente criticado (e incluso expuesto al escarnio público) por su fidelidad a la interpretación de la Iglesia de la dignidad fundamental de la persona y el significado de la sexualidad humana. Quien lea las escrituras del Papa, sus numerosas homilías, discursos y comunicaciones pastorales, se dará cuenta de que no es una persona rígida ni de mente cerrada.
De hecho, se preocupaba profundamente por el pueblo de Dios y sentía una pasión especial por la obra de la evangelización que consideraba una forma de compartir el amor de Dios con todos, especialmente con los jóvenes.
En su encíclica titulada “Humanae Vitae” (Sobre la regulación de la natalidad) que fue publicada hace 50 años el 29 de julio de 1968, Pablo VI afirmó las enseñanzas tradicionales de la Iglesia con respecto al amor conyugal, a la responsabilidad de los padres y el rechazo de los métodos anticonceptivos artificiales. Evidentemente, “Humane Vitae” era y sigue siendo controversial. Pero las cinco décadas que han transcurrido desde que se promulgó han validado ampliamente las enseñanzas proféticas de la encíclica.
Hoy en día, las enseñanzas de la Iglesia sobre el significado de la sexualidad humana, especialmente la conexión inseparable entre el amor de los esposos y su participación en la obra procreadora de Dios quizá aparezcan irremediablemente anticuadas. Pero en verdad, se trata de una nueva y refrescante forma de entender la intimidad física y la profundidad espiritual del amor conyugal.
La visión sacramental del matrimonio que nuestra Iglesia profesa pese a todos los esfuerzos por redefinir su significado, considera la unión de un hombre y una mujer como algo sagrado que involucra más que simplemente la unión de dos personas.
El matrimonio es mucho más que un contrato social o una forma conveniente de cohabitación; es algo sagrado, la unión de una pareja que se ama con su devoto Dios. Y los hijos que nacen de esta unión sagrada están doblemente bendecidos porque son hijos de Dios y de padres que se han comprometido totalmente a cumplir la voluntad de Dios.
Durante sus 15 años como sucesor de San Pedro, Pablo VI a menudo predicó que la persona humana ha sido hecha a imagen y semejanza de Dios. En muchas formas, inició los temas de los papados modernos sobre la ternura y la misericordia. Hizo énfasis en que la vida cristiana es más afín a los “mensajes de confianza” que a normas y reglas rígidas y severas. En especial al hablar acerca de los jóvenes, Pablo VI se centró en comunicar una “fe inteligente y libre, una cultura sedienta de la verdad y del diálogo abierto.”
El proceso ordinario de canonización de un santo requiere que se hayan producido dos milagros verificables y que estos se atribuyan a la persona que se está considerando para elevar a calidad de santo. En el caso del beato Papa Pablo VI, ambos milagros se refieren a la vida de niños en gestación.
En dos casos separados, los fetos que no tenían esperanza de nacer sin presentar graves deformaciones o cuya probabilidad de supervivencia fuera del vientre era bastante escasa, fueron confiados a Pablo VI, el protector de la vida en gestación. Ambos nacieron milagrosamente como bebés sanos gracias a las oraciones fervientes de sus padres y a la intercesión de este hombre santo que próximamente se convertirá en un santo papa.
Alegrémonos con toda la Iglesia el día 14 de octubre y recemos para que las enseñanzas proféticas del papa Pablo VI prevalezcan en los años venideros. †