Cristo, la piedra angular
El Evangelio es algo profundamente personal, pero no privado
“La justicia social sólo puede ser conseguida sobre la base del respeto de la dignidad trascendente del hombre. La persona representa el fin último de la sociedad, que está ordenada al hombre: La defensa y la promoción de la dignidad humana nos han sido confiadas por el Creador, y [...] de las que son rigurosa y responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia” (“Catecismo de la Iglesia Católica,” #1929).
En el capítulo 4 de “Evangelii Gaudium” (“La alegría del Evangelio”), el papa Francisco nos señala “La dimensión social de la evangelización.” El Santo Padre nos recuerda que, si bien nuestra fe en Jesucristo es algo profundamente personal, jamás es algo privado.
“En el corazón mismo del Evangelio—nos enseña el papa—está la vida comunitaria y el compromiso con los otros” (#177). Ignorar las implicaciones sociales de las enseñanzas de Cristo es malinterpretar por completo su mensaje. “Se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos” (#180).
En la portada de mi ejemplar de “La alegría del Evangelio,” el papa Francisco aparece saludando a la gente, con la mano derecha extendida en señal de bienvenida. Su rostro también se muestra afable y alegre. Y aunque parece estar en medio de una multitud, su mirada revela que observa atentamente a alguien, como si esa persona, incluso en el más breve de los instantes y de los encuentros, fuera la única persona a quien le dirige toda su atención, la más importante para él. Este es el enfoque que vive el Papa para acoger a los pobres, los discapacitados, los inmigrantes, los que sufren y los que están perdidos.
El papa Francisco nos llama a la solidaridad con el pobre, el indigente, el inmigrante, el desconocido e incluso con aquel al que consideramos nuestro enemigo. Pero la solidaridad con los demás se fundamenta en nuestro encuentro con la persona de Jesucristo y con los hombres y mujeres que conforman la familia de Dios.
En toda la arquidiócesis se reconoce el trabajo de Catholic Charities y otras agencias de servicio social por sus esfuerzos para ofrecer refugio a los indigentes, apoyo a las jóvenes embarazadas y otras formas de ayuda para los necesitados. Nuestra Iglesia local está familiarizada con las necesidades de los pobres que se encuentran entre nosotros. Somos igualmente generosos en nuestra respuesta frente a las necesidades que existen en otras partes del país y del mundo. El papa Francisco nos exhorta a cultivar la generosidad natural de nuestro pueblo, a promover nuestra conciencia y entendimiento, y a dejar que los pobres (“que tienen mucho que enseñarnos”) nos enseñen a vivir el Evangelio en nuestra vida cotidiana.
Lo que hagamos al más pequeño de nuestros hermanos, se lo hacemos a Cristo. Esta es una verdad fundamental de la antropología cristiana.
Somos uno con Jesucristo, por lo que aquello que hacemos al más pequeño de nuestros parientes, especialmente a los pobres, los vulnerables, los enfermos, los inmigrantes y los ancianos, se lo hacemos a Cristo.
Esta creencia fundamental que nosotros aceptamos como un hecho, influye drásticamente en la forma en que estamos llamados a vivir. Ya no existimos únicamente para satisfacernos a nosotros mismos o a nuestros iguales. En Cristo, existimos por el bien de todos, sin distinción de raza, sexo, nacionalidad, situación económica o social, nivel de educación, afiliación política, inclinación sexual o cualquier otra distinción. No tenemos que estar de acuerdo con los demás o apoyar sus costumbres o acciones, pero debemos tener presente que todo lo que hagamos (o dejemos de hacer) a esos hermanos, se lo hacemos (o se lo dejamos de hacer) a Cristo, nuestro hermano y nuestro Señor.
Tal como lo expresamos los obispos de Indiana en el prefacio de nuestra carta pastoral publicada en 2015, “Pobreza en la Encrucijada: la respuesta de la Iglesia ante la pobreza en Indiana.”
“El evangelio hace énfasis en que en el corazón de Dios existe un lugar especial para los pobres, tanto así que ‘se hizo pobre’ [2 Cor 8:9]. Jesús reconoció su sufrimiento y era compasivo ante su soledad y sus temores. Jamás pasó por alto sus aprietos ni se comportó como si no le importaran. Nuestro Señor siempre estuvo al lado de los pobres, consolándolos en sus tribulaciones, sanando sus heridas, y nutriendo sus cuerpos y sus almas. Jesucristo exhortó a sus amigos a que reconocieran la verdad de los pobres y que no permanecieran impávidos.”
Estamos llamados a amar a los pobres y a atender las necesidades de los demás, tal como lo hizo Jesús. Convirtamos la dimensión social del Evangelio en una dimensión integral de nuestras creencias y prácticas católicas diarias. †