Cristo, la piedra angular
Todos estamos llamados a la santidad, a estar cerca de Dios
“Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas.” (Papa Francisco, “Gaudete et Exsultate, #63)
Todos estamos llamados a la santidad, a acercarnos a Dios, pero desafortunadamente la mayoría de nosotros nos alejamos de Él más de lo que quisiéramos.
Es por esto que Cristo nos entrega los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y el sacramento de la penitencia, para ayudarnos en nuestras batallas cotidianas, camino a la santidad. Estamos llamados a estar cerca de Dios, pero para muchos de nosotros la travesía es larga y difícil.
Afortunadamente, Su gracia y Su misericordia son infinitas. Nuestro amantísimo y misericordioso Dios nunca nos abandona. Incluso después de morir, los cristianos creemos que todavía podemos expiar nuestros pecados, ser santos y acercarnos a Dios. Es por ello que rezamos por nuestros difuntos y por lo que la Iglesia conmemora a los Fieles Difuntos el 2 de noviembre. Todos estamos llamados a ser santos, tanto los vivos como los muertos, y la gracia de nuestro Señor Jesús no se limita a este mundo, sino que puede llegar incluso a las profundidades del infierno—al estado del ser que denominamos purgatorio para tocar los corazones de esas “pobres ánimas” que deben someterse a un proceso de purificación antes de unirse completamente a Dios.
En “Gaudete et Exsultate” (Alegraos y regocijaos: Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual), el papa Francisco deja muy en claro que la santidad no es algo que solo puedan alcanzar los santos.
Todos estamos llamados a la santidad y tenemos el potencial, guiados por la gracia de Dios, de llegar a ser santos. “Entre [estos testimonios] puede estar nuestra propia madre, una abuela u otras personas cercanas,” afirma el papa. “Quizá su vida no fue siempre perfecta, pero aun en medio de imperfecciones y caídas siguieron adelante y agradaron al Señor” (#4).
El papa Francisco rechaza lo que podría denominarse “el elitismo de la santidad” y destaca su presencia en la gente ordinaria. El énfasis en lo que el Concilio Vaticano II denominó “el llamado universal a la santidad” no es exclusivo del papa Francisco sino que, como siempre, el Santo Padre emplea imágenes vívidas y gestos para reforzar sus enseñanzas. El Santo Padre escribe:
“Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Muy a menudo se trata de la santidad que vemos en el ciudadano de a pie, aquellos que, en medio de nosotros, reflejan la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, ‘la clase media de la santidad’ ” (#7).
En nuestro deseo de unirnos a Dios, tomamos como ejemplo los santos para que nos muestren el camino. ¿De qué forma los santos actúan como modelos para acercarnos a Dios? Obviamente, a través del testimonio de sus vidas cotidianas, las escogencias que hacen, su voluntad de sacrificio por el bien de los demás y su devoción a Cristo.
Sus palabras y sus ejemplos representan guías muy útiles para la vida cristiana cotidiana. ¿Pero cuál es su secreto para navegar con éxito las oscuras y turbulentas aguas del mar de la vida? ¿Por qué los santos pueden llevar vidas correctas y santas, en tanto que muchos de nosotros nos esforzamos y fracasamos?
Pienso que la respuesta está en la oración. Los santos son hombres y mujeres que saben cómo rezar, cómo estar cerca de Dios y comunicarse con Él desde el corazón. Son personas que, tanto en los momentos difíciles como en los buenos, elevan sus mentes y sus corazones hacia el Señor. Los santos buscan la voluntad de Dios en sus vidas, comparten con Él sus esperanzas y sus frustraciones (y, a veces, incluso su soledad, su ira y su temor).
A través de la oración, de escuchar atentamente incluso más allá de lo que dicen las palabras, los hombres y mujeres divinos que llamamos santos se encuentran en comunicación constante con Dios. Esta cercanía a Dios inspira a hombres y mujeres de fe a realizar actos extraordinarios de caridad. Les infunde valor frente al acoso y fortalece su determinación de cumplir siempre con la voluntad de Dios. Buscamos en ellos la solidaridad (de todos los santos) para que intercedan por aquellos que han fallecido y que dependen de nuestras oraciones para ayudarlos a alcanzar la máxima cercanía con Dios en el cielo (todas las almas).
Mientras recordamos a estos santos—vivos y difuntos—que actúan como testigos de fe, que nos guían hacia Cristo, recemos para recibir la gracia de que el amor y la misericordia de Dios toquen nuestros corazones y nos santifiquen. Que su fidelidad al llamado universal a la santidad nos acerque más a aquél que es el verdadero anhelo de nuestro corazón. †