Cristo, la piedra angular
Esperamos jubilosos a aquel que nos trae la Buena Nueva
“Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: ‘¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!’ ” (Rom 10:13-15)
La fecha de publicación de esta columna es el 30 de noviembre, la festividad de San Andrés Apóstol. Andrés era hermano de Simón Pedro y, al igual que su hermano, Jesús lo llamó para que lo dejara todo y lo siguiera.
Como todos los judíos devotos, Andrés y su hermano Simón esperaban a aquel que redimiría al pueblo de Israel del yugo de los romanos. Esperaban a un salvador, a alguien que traería la nueva buena de su liberación de la enorme carga social, política y religiosa que les imponía la clase gobernante de aquella época.
Nada en las Sagradas Escrituras o en la tradición de la Iglesia indica que Andrés y Simón Pedro participaran activamente en la política. Eran humildes pescadores. Pero al tiempo que se ocupaban del negocio familiar, buscaban también a su redentor. Cuando este los llamó, estaban listos.
Este domingo 2 de diciembre es el primer Domingo de Adviento. Comenzamos cada año litúrgico con una temporada de espera, un momento de expectativas y de añoranza. Esperamos lo mismo que esperaban Andrés y Simón: esperamos a aquel que llama a cada uno por su nombre para invitarnos a dejarlo todo y seguirlo.
El Adviento nos enseña que lo que verdaderamente ansiamos en esta época del año (y siempre) es un encuentro personal con Jesucristo. Nos recuerda que todas las alegrías de la segunda venida del Señor pueden ser verdaderamente nuestras si aprendemos a esperarlas con recogimiento mientras nos ocupamos de nuestros quehaceres cotidianos.
Y así, rezamos: ¡Ven, Señor Jesús! Ayúdanos a esperar pacientemente con una esperanza jubilosa. Prepáranos para tu regreso. Elimina todos los obstáculos, las frustraciones, el dolor y la ira que nos impiden recibirte con alegría, para que podamos compartir tu amor con el prójimo y ser uno solo contigo, siempre.
Si somos cristianos devotos (así como Simón y Andrés eran judíos devotos), estaremos profundamente conscientes de que hoy más que nunca se necesita la gracia salvadora del Señor en esta época de conflictos civiles, discordias políticas y escándalos en nuestra Iglesia. Sabemos que son tiempos turbulentos y que la única y verdadera solución satisfactoria es la Buena Nueva de nuestro Señor Jesucristo.
Esta conciencia hace que la temporada del Adviento sea más emotiva que nunca. Nuestro anhelo se intensifica; nuestra esperanza es más personal y, si estamos listos, la alegría que sentiremos al celebrar la gran fiesta de la Navidad será verdaderamente profunda.
El Adviento nos prepara para celebrar la Navidad sin caer en la trampa de las expectativas superficiales o poco realistas. Nos enseña que el obsequio más grande de la Navidad es el Señor mismo; es a él a quien esperamos. Sabemos que hace 2,000 años vino a nosotros en carne y hueso, y todos los días se nos invita a encontrarlo en las Escrituras, los sacramentos y en nuestra comunión con nuestros hermanos a través del ministerio de la caridad. Y aún así, lo anhelamos, lo buscamos ansiosamente con gran esperanza.
Prepararnos espiritualmente para el regreso del Señor no es tarea fácil. Hay muchas cosas en nuestro interior y a nuestro alrededor que intentan distraer nuestra concentración de la maravilla del nacimiento de Cristo y de la promesa de su regreso glorioso.
Resistamos la tentación de vivir la Navidad como si fuera simplemente otra festividad. Convirtámosla en un día sagrado, un día de esperanza y un día en el que experimentamos nuevamente la poderosa presencia de Jesús—quien realmente es Dios con nosotros—en nuestras vidas personales y nuestro mundo.
¡Ven, Señor Jesús! Ayúdanos a estar listos para ti al igual que Andrés y Simón Pedro. Entra en nuestros corazones y en nuestros hogares en esta Navidad. Ayúdanos a proclamar tu Buena Nueva. Enséñanos a dar generosamente. ¡Ayúdanos a darte la bienvenida, a amarte y a servirte, en esta Navidad y siempre!
Que toda la gente de nuestra arquidiócesis, la Iglesia del centro y del sur de Indiana, sienta la verdadera paz, la esperanza y la alegría durante la época de adviento y la Navidad. Que comencemos este nuevo año de la Iglesia con la confianza de que la nueva venida del Señor sanará todas nuestras heridas y nos unirá en el amor, a pesar de nuestras diferencias. †