Cristo, la piedra angular
El domingo de Gaudete nos recuerda que el Adviento es una temporada de alegría
“Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca” (Fil 4:4-5).
El tiempo de Adviento tiene un componente penitencial puesto que es una época de espera vigilante y preparación para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
Pero en el tercer domingo de Adviento (Gaudete) se nos recuerda que estamos llamados a “desbordar de alegría en el Señor” y a proclamar su grandeza a través de nuestras acciones y nuestras palabras.
El domingo de gaudete debe su nombre a la palabra latina “regocijo.” En su carta a los filipenses, san Pablo nos aconseja que debemos estar “alegres siempre” (Fil 4:4) y “orar sin cesar.” Si tomamos en serio a san Pablo, reconoceremos que estas dos instrucciones tienen mucho en común: que es más fácil decirlas que cumplirlas.
La vida es difícil, llena de dolor y de amargas decepciones; esto se hace palpable especialmente durante esta época de tribulaciones y escándalos en los que se ha visto envuelta la Iglesia que amamos. Entonces, ¿cómo podemos mantener una verdadera actitud de alegría constante? De igual forma, ¿cómo podemos «orar sin cesar» cuando nuestras vidas tan ajetreadas nos devoran tanto tiempo, esfuerzo y atención? Inclusive para los monjes y las monjas de claustro a veces es un desafío rezar constantemente.
La alegría es un elemento básico del cristianismo, tal como nos lo recuerda el papa Francisco en su exhortación apostólica titulada “La alegría del Evangelio.” Por su propia naturaleza, el cristianismo debe ser evangelio, buenas noticias. Y, tal como lo expresa el Santo Padre: “el mundo está equivocado con respecto al Evangelio y a Cristo; la gente deja la Iglesia en nombre de la alegría de la cual [según dicen] los priva el cristianismo con sus numerosas exigencias y prohibiciones.”
Al igual que su predecesor, el papa emérito Benedicto XVI, el papa Francisco nos recuerda con vehemencia que nuestra principal responsabilidad es proclamar el Evangelio, la buena nueva que nos trae alegría, no regañar a los demás por sus pecados y por sus debilidades humanas.
La temporada del Adviento es un recordatorio poderoso de que el reino de Dios que está presente ahora, pero todavía incompleto, es un reino de alegría, una época de misericordia y perdón, una experiencia de verdadera paz y armonía entre todos los miembros de la familia de Dios.
Cuando el Señor venga nuevamente en la plenitud del tiempo, todos los odios ancestrales quedarán olvidados. La crueldad y la explotación de los más vulnerables de nuestros hermanos quedará completamente eliminada. Cada lágrima será enjugada; no habrá más amarguras ni temores; no habrá más hambre ni indigencia; no habrá más enfermedades ni muerte; no habrá más heridas emocionales ni escándalos.
Desafortunadamente, el cinismo está profundamente arraigado en nuestra cultura y en nuestra percepción de la vida. Nuestras expectativas ya no son de gran alcance; solemos conformarnos con el denominador común más bajo. El Adviento nos impulsa a romper con la apatía, a convertirnos, a cambiar nuestra forma de pensar y a convertirnos en un pueblo de esperanza y alegría. ¡El Señor viene! Debemos alegrarnos y contentarnos.
Durante esta época del año los cristianos no solamente volvemos la vista al pasado y a todo lo que ha sucedido, sino también a lo que está por venir. Somos un pueblo alegre porque sabemos que el Señor está cerca de nosotros. Le damos gracias a Dios el Padre por enviarnos a su único Hijo. Y le imploramos al Espíritu Santo que nos ayude a estar listos para el regreso del Señor, en esta Navidad y al final de los tiempos.
“El mundo no es una conmoción vana de penas y dolor,” afirma el papa Benedicto. Y en palabras que a menudo repite ahora el papa Francisco, el papa emérito asevera que “toda la aflicción del mundo descansa en los brazos del amor misericordioso; la gracia indulgente y salvadora de nuestro Dios la contiene y la supera.”
La misericordia, el perdón y la experiencia de alegría que resulta de todo esto es la esencia del cristianismo. Celebramos nuestra salvación en Cristo, no nuestra esclavitud a causa del pecado y por ello nos regocijamos. “Quien celebra el Adviento con este espíritu podrá hablar auténticamente de una época de Navidad alegre, sagrada y llena de gracia,” dice el papa Benedicto. “Sabrá que estas palabras entrañan una verdad mucho más grande de lo que pueden creer o imaginar aquellas personas para quienes la Navidad es meramente una época de sentimentalismos pintorescos o una suerte de carnaval simplificado.”
¿Celebramos el Adviento con este espíritu? ¿O acaso hemos permitido que las numerosas distracciones de esta época festiva seglar desvíen nuestra atención del Señor, el único que puede darnos la alegría duradera?
Celebremos este domingo de Gaudete y el resto de esta época de Adviento con renovada alegría y esperanza. Apartemos todo “penar y dolor” que experimentemos a diario y esperemos la venida del Señor con una genuina sensación de gozo. †