Cristo, la piedra angular
Alegrémonos con nuestros sacerdotes en esta época de Pascua
“Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente” (Fil 2:5-6).
Desde el verano pasado hemos concentrado nuestra atención en aquellos sacerdotes y obispos que han pecado gravemente o encubierto delitos. Cuando el foco de atención está sobre aquellos que han fracasado en sus responsabilidades sagradas, resulta fácil olvidarse de la mayoría que sirve a Dios todos los días sin buscar reconocimiento ni recompensas mundanas. De hecho, como católicos, uno de los muchos motivos que tenemos para alegrarnos durante la época de la Pascua es el obsequio de tener sacerdotes buenos y santos.
En su exhortación apostólica “Pastores Dabo Vobis” (“Os daré pastores”), el papa san Juan Pablo II nos recuerda que “los presbíteros, mediante el sacramento del Orden, están unidos con un vínculo personal e indisoluble a Cristo, único Sacerdote. El Orden se confiere a cada uno en singular, pero quedan insertos en la comunión del presbiterio unido con el Obispo” (#74).
El vínculo principal de un sacerdote, es decir, la relación fundamental e indispensable que genera y mantiene su ministerio, es con Cristo. Nada puede reemplazar esta conexión íntima e indisoluble entre Cristo y sus sacerdotes. Al mismo tiempo, el vínculo del amor entre Cristo y sus sacerdotes tiene una dimensión comunal, ya que cuando un sacerdote recibe el sacramento del Orden, se une a sus hermanos sacerdotes y al obispo en un “presbiterio” (término bíblico de la Iglesia primitiva para designar a los sabios o a los líderes).
El obispo y sus sacerdotes son verdaderos socios en el ministerio y aunque tengan distintas responsabilidades, el Señor los llama a ser hermanos unidos por el bien de la misión de la Iglesia. Tanto individualmente como en conjunto, están llamados a amar al Señor con todo su corazón y su alma y están obligados a cuidar y alimentar al rebaño del Señor.
Los obispos y los sacerdotes están llamados a convertirse en pastores y guías de sus rebaños, a compartir el amor que han recibido del Padre en las profundidades de su corazón al asumir su papel como padres espirituales. En la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses se describe este sentido de paternidad espiritual: “Y como recordarán, los hemos exhortado y animado a cada uno personalmente, como un padre a sus hijos, instándoles a que lleven una vida digna del Dios que los llamó a su Reino y a su gloria” (1 Tes 2:11-12). San Pablo sabe que el signo más certero de su autoridad apostólica es su amor por los demás en Cristo, lo cual reconoce como una gracia de Dios.
El padre espiritual debe entregarse por completo al proclamar el evangelio. Los obispos y los sacerdotes que son verdaderos padres espirituales de las personas confiadas a su cargo están llamados a ser una influencia positiva, a llevar vidas transparentes y virtuosas, a basar su ministerio solamente en la autoridad espiritual (no en el poder o la manipulación), a demostrar genuino afecto hacia aquellos a quienes están llamados a servir y, por último, a destacarse por una vida de entrega.
Por lo tanto, entendemos que predicar el evangelio no es solamente pronunciar palabras, sino entregarse por amor. El papel del padre espiritual se expresa a través de la “escucha atenta” y tiene sus raíces en la oración y el discernimiento de la persona. Los sacerdotes unidos a sus obispos y entre sí invitan a las personas a quienes sirven a abrirse a sí mismos al amor que el Padre tiene hacia ellos, y a compartir la experiencia del amor del Padre en sus propias vidas diarias.
En su carta a los Filipenses, san Pablo describe cómo deben ejercer el ministerio los obispos y sacerdotes, como miembros del presbiterio: “Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo buen unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos” (Fil 2:1-3).
Es importante que el obispo rece por sus sacerdotes y junto con estos; también es importante que los sacerdotes se reúnan entre sí, y con su obispo, como presbiterio.
Cuando un obispo y sus sacerdotes crecen juntos en su santidad, se encuentran en la mejor posición para predicar efectivamente el Evangelio, celebrar los sacramentos y atender las necesidades pastorales del pueblo confiado a sus cuidados como padres y hermanos espirituales en Cristo para todos.
Alegrémonos por nuestros sacerdotes en esta época de Pascua. Recemos para que Cristo resucitado camine junto a ellos mientras rezan por el pueblo al que están llamados a servir y junto con este. †