Cristo, la piedra angular
Recuerde la buena nueva de que Dios siempre está con nosotros
“Dios todopoderoso y eterno, cumple constantemente el misterio pascual en nosotros para que aquellos en quienes te regocijaste en renovar a través del bautismo puedan, bajo tus cuidados protectores, generar muchos frutos y disfrutar del júbilo de la vida eterna” (de la Colecta del quinto domingo de Pascua).
Las lecturas de las Escrituras del quinto domingo de Pascua nos recuerdan que Dios siempre está con nosotros y nos acompaña (tal como nos lo explica el papa Francisco) conforme avanzamos hacia la vida eterna con nuestro Dios trino.
En ocasiones, el camino parece difícil. En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, Pablo y Bernabé advierten a los discípulos que “es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hc 12:22). De todas formas, perseveraron en proclamar la Buena Nueva en ciudades por toda la región y depositaron todas sus esperanzas en el hecho de que el Señor anduvo con ellos a cada paso del camino.
En la segunda lectura del libro del Apocalipsis san Juan nos comparte su visión de un “nuevo cielo y una nueva Tierra.” “Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos. El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó. Y el que estaba sentado en el trono dijo: ‘Yo hago nuevas todas las cosas’ ” (Rev 21:3-5).
El mundo, tal como lo conocemos hoy en día y todos sus dolores, pasarán; no habrá más lágrimas, no habrá más sufrimiento ni ansiedad, ni más pecado o maldad. Esta es la “nueva Jerusalén,” la ciudad celestial que anhelamos con todo el corazón. Se trata de una realidad totalmente nueva que es posible por la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
A diferencia del orden antiguo que ya pasó, el nuevo mundo se caracteriza por la fidelidad a los mandamientos del Señor. “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos con los otros” (Jn 13:34-35). Si nos amamos los unos a los otros, Dios habita entre nosotros y nos unifica con Él y con el prójimo. Y cuando Dios habita entre nosotros, no hay más muerte ni llanto, lamentos ni dolor, ¡sino una paz y una alegría incalculables!
¡Qué visión tan magnífica! ¡Qué forma tan positiva y llena de esperanza de entender nuestro destino como hijos de Dios el Padre, como discípulos de Jesús y peregrinos en el camino a su hogar celestial con la guía del Espíritu Santo!
Sin embargo, la advertencia que nos dan Pablo y Bernabé en Hechos, sigue en pie. Tenemos que atravesar muchas dificultades para poder entrar en nuestro hogar celestial.
Afortunadamente, no estamos solos; Dios habita entre nosotros. No está muerto; ha resucitado. No está lejos, sino cerca.
Y Dios no es indiferente a nuestra soledad y dolor; nos da lo que necesitamos—su gracia—para poder amarnos a nosotros mismos, al prójimo y a Él. Esta es la verdad que nos libera: Dios es amor y si vivimos en el amor, vivimos en Dios, llenos de esperanza y alegría (cf. 1 Jn 4:16).
Nadie nos ha prometido que nuestras vidas aquí y ahora serán fáciles o estarán desprovistas de dolor y sufrimiento. La alegría de la Pascua no enjuga nuestras lágrimas pero nos asegura que el pecado y la muerte no tienen la última palabra. Los hemos superado definitivamente gracias al triunfo de nuestro Señor en la cruz y nos han asegurado un mejor mundo en el futuro, un nuevo cielo y una nueva Tierra que solo serán nuestros si aceptamos la gracias de Dios y aprendemos a vivir en Su amor.
Tal como rezamos en la Colecta del quinto domingo de Pascua, hemos sido renovados en las aguas del bautismo que “cumplen el misterio pascual en nosotros,” nos brindan alegría Pascual y nos llevan a la vida eterna con Dios.
Alegrémonos en esta época de Pascua de la magnífica visión que hemos recibido de la Jerusalén celestial, pero también, aceptemos graciosamente las dificultades y las desilusiones que inevitablemente nos llegarán mientras avanzamos juntos en la fe, la esperanza y el amor. La Buena Nueva es que Dios habita entre nosotros; camina con nosotros y comparte su amor y su misericordia infinitos.
“Yo hago nuevas todas las cosas” (Rev 21:5), dice el Señor nuestro Dios. A lo cual debemos responder siempre: “¡Amén, aleluya!” †