Cristo, la piedra angular
El Sagrado Corazón de Jesús consuela, sana y protege
“¡Oh, Sagrado Corazón de Jesús, fuente de toda bendición, yo te adoro, te amo y con verdadero arrepentimiento por mis pecados, te ofrezco este pobre corazón! Conviérteme en humilde, paciente, puro y completamente obediente a tu voluntad. Concédeme, buen Jesús, que pueda vivir en ti y para ti. Protégeme en medio del peligro. Consuélame en mis aflicciones. Dame salud de cuerpo, asísteme en mis necesidades temporales, bendíceme en todo lo que hago y dame la gracia de una muerte santa. Amén.” (Oración al Sagrado Corazón de Jesús)
La fecha de publicación de esta columna es el 28 de junio, la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. La devoción al Sagrado Corazón se popularizó inicialmente en Francia y luego se diseminó a Polonia y más adelante a otros países, entre ellos, los Estados Unidos. El mes de junio se dedica a esta devoción y desde 1929 la festividad ha sido una de las más importantes y se celebra el viernes después de la Solemnidad de Corpus Christi.
La devoción a Nuestro Señor en su forma de “sagrado corazón” fue promovida intensamente por santa francesa Margarita María de Alacoque, quien perteneció a la Orden de la Visitación durante el siglo XVII. La devoción al Sagrado Corazón fue reconocida oficialmente 75 años después de la muerte de santa María Margarita en 1690. En su encíclica “Miserentissimus Redemptor,” el Papa Pío XI expresó que Nuestro Señor “se le manifestó” a santa Margarita María y aludió varias veces a la conversación entre Jesús y esta mujer santa.
Según santa Margarita María, Jesús le aseguró que “los pecadores encontrarán en mi corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia.” El “corazón” es un símbolo físico del amor humano. El amor y el perdón divino de Dios, tan infinitos como el océano, se manifiestan en el Sagrado Corazón de Jesús, un icono o imagen de la divina misericordia encarnada.
La misericordia ha sido un tema recurrente de los papas recientes, incluido san Juan Pablo II, el papa emérito Benedicto XVI y el papa Francisco, ya que el perdón es un prerrequisito indispensable para buscar la paz. Sin la misericordia, las facciones enfrentadas no pueden reconciliarse. Sin un corazón abierto, las diferencias en ideas, creencias y costumbres entre personas y grupos no pueden resolverse de manera positiva. Sin el amor, que requiere misericordia, el odio se encona y luego explota en palabras y acciones violentas que nos dividen aún más.
Los cristianos creemos que el santo corazón de Jesús nos brinda consuelo, sanación y esperanza a todos los que acudimos a él. Tal como escribe santa Margarita María, el Sagrado Corazón “compensará aquello de lo que carecen tus acciones imperfectas y santificarán las buenas si te entregas a todo en su santa voluntad.” Cuando sufrimos, tememos o nos avergonzamos de nuestra naturaleza pecadora, solo tenemos que mirar la imagen de Jesucristo con su corazón abierto y vulnerable a todo, incluso a sus enemigos, y ofrecerle “este pobre corazón.”
Jesús nos da la bienvenida a pesar de ser indignos; nos abre su corazón, no por condescender ni castigarnos por nuestros pecados, sino para perdonarnos y mostrarnos una mejor forma de vivir. Por eso rezamos: Dame salud de cuerpo, asísteme en mis necesidades temporales, bendíceme en todo lo que hago y dame la gracia de una muerte santa. El santo corazón de Jesús rebosa de gracia dadora de vida para guiarnos y protegernos de todo mal, y abrirnos las puertas del cielo. El requisito para nosotros es estar abiertos a la voluntad de Dios y estar listos para aceptar los dones de la divina misericordia y la ternura que Jesús nos ofrece incondicionalmente.
La misericordia infinita de Dios no nos condena pero sí nos exige que cambiemos nuestras mentes y corazones, y que nos esforcemos por seguir a Jesús sin tomar en cuenta el costo. Ninguno de nosotros es perfecto en su discipulado, pero la devoción al Sagrado Corazón nos puede alentar a encontrar la persona de Jesucristo y a crecer espiritualmente en nuestra vocación bautismal de conocer, amar y servir a Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
No debemos considerar esta devoción como una simple expresión superficial o sentimental de piedad, sino como una apertura genuina a la misericordia tierna del Señor y un compromiso de cambiar nuestras mentes y corazones conforme a la voluntad de Dios.
Oremos por la gracia de encontrar a Jesús en el lugar en el que estamos: en la necesidad de su amor y misericordia y la confianza de su misericordia infinita. †