Cristo, la piedra angular
Paz con justicia es nuestra esperanza para el Día de la Independencia
“[Jesús] nos dejó un mensaje de paz y nos enseñó a vivir como hermanos. Su mensaje cuajó en la visión de nuestros padres fundadores de modelar una nación en la que pudiéramos vivir en unidad. Su mensaje vive entre nosotros como nuestro deber en la actualidad y la promesa del mañana” (Prefacio I del Día de la Independencia).
Ayer, día 4 de julio, observamos la fiesta nacional más significativa de nuestro país: el Día de la Independencia.
Aunque el Cuatro de Julio no es una solemnidad religiosa, la Iglesia sugiere oraciones y lecturas adecuadas para la misa en este día de celebración nacional. Las siguientes reflexiones se basan en las lecturas para la misa por la paz y la justicia: Is 9:1-6; Fil 4:6-9; Sal 72:2, 3-4ab, 7-8, 11-12, 13-14; y Mt 5:1-12a.
La libertad de la que gozamos como ciudadanos de los Estados Unidos de América es algo que en verdad es digno de celebrar. La libertad es un don que Dios ofrece a cada hombre, mujer y niño, sin distinción de raza, nacionalidad, situación económica o social. Los gobiernos existen para proteger y defender la libertad humana, para alimentarla y para favorecer que crezca. Sin libertad, las personas humanas quedan reprimidas en el potencial que Dios les ha otorgado y se frustra la posibilidad de que las sociedades florezcan y progresen.
La paz es lo que permite que las sociedades se fortalezcan, pero el prerrequisito para la paz genuina es la justicia: el ordenamiento justo de todas las cuestiones humanas para garantizar la equidad, la imparcialidad y la equidad entre las personas y los grupos. San Pablo nos dice que la paz de Dios “sobrepasa todo entendimiento” y eso incluye “todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración” (Fil 4:7 -8).
Como país, uno de nuestros bienes supremos debe ser la preservación de la paz con justicia dentro de nuestras fronteras y en relación con los demás países. Sin la paz se ven gravemente amenazados nuestros esfuerzos de cultivarnos y crecer como personas, familias y comunidades.
Tal como señalé el año pasado en mi carta pastoral titulada Somos uno con Jesucristo: Carta pastoral sobre los fundamentos de la antropología cristiana, en nuestra búsqueda de la paz, los cristianos estamos llamados a construir puentes, no muros. Ya sea en la política, en las relaciones raciales, en las crisis económicas, en las disputas familiares o de comunidades locales, tenemos el desafío de ser pacificadores, de encontrar un punto medio y de participar en un diálogo respetuoso.
También indiqué que nuestra Iglesia extiende a todos el amor incondicional de Jesús. Recibimos a los extranjeros y nos esforzamos por lograr que todos se sientan como en casa. Apoyamos los esfuerzos de nuestro país para resguardar las fronteras y para reglamentar los procesos que rigen el proceso de inmigración y de reubicación de los refugiados.
Sin embargo, insistimos en que se protejan los derechos de las personas y las familias en todas las circunstancias, y anteponemos la defensa de la dignidad humana a la conveniencia política o práctica.
Tomamos tan en serio esta responsabilidad que las enseñanzas de la Iglesia señalan que los ciudadanos tienen la obligación de atender a su conciencia y no obedecer las leyes y las normativas que sean contrarias a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio (véase Catecismo de la Iglesia Católica, #2242). Esta es la paz con justicia: la convicción absoluta de que el respeto a los derechos y a la dignidad humanos son esenciales para el ordenamiento justo de la sociedad y la preservación de los principios y valores que más apreciamos como nación.
En mi carta pastoral también hablé sobre lo que llamo los “cristianos del tanto y el como.” Por ejemplo, respetamos tanto el derecho de los países soberanos a controlar sus fronteras como el derecho de las personas y las familias a emigrar y ser tratadas con dignidad y respeto. Reconocemos tanto el derecho constitucional de los ciudadanos estadounidenses de portar armas como la responsabilidad de los gobiernos de reglamentar la venta y el uso de armas de fuego por razones de seguridad pública. Celebramos tanto la diversidad de idiomas, culturas y razas en nuestro país como la importancia de que todos estemos unidos y en paz. Amamos a los pobres y anhelamos el día en que ningún hombre, mujer o niño tenga que vivir sin un techo que lo cobije, tenga hambre o esté privado de una atención médica de calidad.
Encontramos esta visión paradójica en las enseñanzas de Jesús, especialmente en las Bienaventuranzas (Mt 5:1-12) en las que los valores contrarios a la cultura, tales como pobreza, dolor, mansedumbre y persecución están fundamentalmente alineados con la misericordia, la pureza de corazón, el fomento de la paz, y el hambre y la sed de rectitud. La paz con justicia deviene cuando anteponemos la dignidad humana a los valores utilitarios de política, economía o ingeniería social. La verdadera paz se encuentra allí donde la justicia y la caridad prevalecen en defensa de los derechos humanos y de la dignidad para todos.
Continuemos este fin de semana festivo tanto con un sentido agradecimiento hacia Dios y todos los que han dado tanto para preservar nuestra libertado como estadounidenses, como con nuestro compromiso de buscar la paz con justicia en nuestras vidas personales y en el terreno político. †