Cristo, la piedra angular
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo
“La Iglesia es el plan visible del amor de Dios por la humanidad porque Dios desea que toda la raza humana se convierta en un solo Pueblo de Dios, forme un solo Cuerpo de Cristo y se erija en un solo templo del Espíritu Santo” (Papa san Juan Paulo VI).
Durante estas últimas semanas del verano exploramos en esta columna las razones para permanecer en la Iglesia que propone el obispo auxiliar de Los Ángeles Robert E. Barron a los católicos “que, comprensiblemente, se sienten desmoralizados, escandalizados, sumamente enojados y que también quieren renunciar.”
El análisis de la semana pasada de su libro titulado Carta a una Iglesia que sufre: un obispo habla sobre la crisis de abusos sexuales, trató acerca de la función exclusiva de la Iglesia como institución que habla sobre Dios “no solamente el fin de semana en la misa, sino en todas las circunstancias que atañen a la vida y la dignidad de las personas. Hablamos de Dios cuando hacemos referencia al matrimonio y la vida familiar, a inmigración, a la pobreza, la adicción, la salud, la educación y la sexualidad.” Esta columna se centra en la identidad y la misión de la Iglesia como sacramento de la presencia y la actividad continua de Dios en el mundo.
Los cristianos creemos que Jesucristo es Dios encarnado; lo profesamos en el Credo al decir “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero.” Lo reconocemos como el salvador de la raza humana. “A través de la humanidad perfecta de Jesús—escribe el obispo Barron—Dios ‘salva’ o sana a la humanidad quebrantada; las grandes obras de Jesús ejemplifican esto maravillosamente cuando devuelve la vista a los ciegos, el oído a los sordos, la movilidad a los paralíticos, cuando devuelve a la vida a los muertos.” Pese al hecho de que Jesús sufre el rechazo sistemático de aquellos a quienes vino a salvar, su amor y su misericordia salvadora continúan siendo nuestra única esperanza, la fuente de nuestra felicidad y paz.
La Iglesia no es simplemente un lugar donde encontramos a Jesús el fin de semana, ni una organización o una sociedad donde los seguidores de Jesús se reúnen para transmitir su mensaje y llevar adelante su obra. Creemos que la Iglesia es Jesucristo. Tal como lo expresa el obispo Barron “se trata de un organismo, y no de una organización. Quienes se han arraigado a Jesucristo son ahora sus ojos, sus oídos, sus manos, sus pies y su corazón, a través de los cuales Jesús sigue realizando su obra propiamente subversiva y recreadora en el mundo.”
Para describir este “organismo” que es la Iglesia, utilizamos un lenguaje que introdujo inicialmente san Pablo quien habla de Cristo como la cabeza del cuerpo (Col 1:18), y de los cristianos bautizados como partes de este cuerpo unidas a Cristo, quien es la cabeza del cuerpo y la fuente del crecimiento espiritual de todas sus partes (Col 1:24). A lo largo de la historia de la Iglesia este concepto de Cristo como la cabeza y nosotros como las extremidades unidos con él en un solo cuerpo, se ha convertido en una fuente de profundas enseñanzas y una invitación a participar plena, consciente y activamente en todo lo que la Iglesia es y hace.
¿Por qué debemos permanecer aunque estemos “desmoralizados, escandalizados, sumamente enojados y [listos para] renunciar?” Porque dejar la Iglesia sería como abandonar a Jesús; significaría alejarnos de nuestra responsabilidad como parte de su cuerpo, de participar íntimamente de su obra redentora. Sería como rechazar a nuestra propia familia, pero incluso peor: porque al disociarnos del Cuerpo Místico de Cristo nos negamos el alimento, la fortaleza y la esperanza que provienen de nuestra unión íntima con él, la cabeza del cuerpo.
El obispo Barron no minimiza los efectos de los escándalos recientes. La historia de la Iglesia muestra repetidamente que incluso aquellos llamados a ser embajadores de Cristo, incluidos los papas, obispos, sacerdotes y religiosos, pueden abusar de sus responsabilidades sagradas e infligir profundas heridas al Cuerpo de Cristo. No hay excusa para esto. Solo existe el arrepentimiento, la renovación y el poder sanador de la misericordia de Dios.
Pero si realmente entendemos lo que es la Iglesia y quiénes somos como parte del Cuerpo de Cristo, la idea de dejar la Iglesia (¿por qué y por quién?) se torna totalmente inaceptable. Tal como escribe el obispo Barron:
“Nunca hay una buena razón para abandonar la Iglesia. Nunca. ¿Hay acaso buenas razones para criticar a la gente de la Iglesia? Muchísimas. ¿Hay acaso razones legítimas para irritarse ante la corrupción, la estupidez, la ambición, la crueldad, la avaricia y la mala conducta sexual por parte de los líderes de la Iglesia? Evidentemente. Pero ¿hay alguna razón para darle la espalda a la gracia de Cristo, en quien encontramos la vida eterna? No. Nunca, bajo ninguna circunstancia.”
Y sin embargo, tristemente las estadísticas muestran que muchos de nuestros hermanos nos han abandonado, algunos en un rapto de ira, otros simplemente se han apartado paulatinamente. No tenemos derecho a criticarlos, al contrario: debemos rezar por ellos y aprovechar cada oportunidad que se nos presente para recibirlos de vuelta como integrantes plenos del cuerpo de Cristo, la Iglesia. †