Cristo, la piedra angular
El Espíritu Santo renueva la Iglesia a lo largo de toda la historia
“La Iglesia santa, católica y apostólica a la cual profesamos nuestra fe cada domingo es la obra del Espíritu Santo. Es el fuego vivo que ardió en Pentecostés y es el viento enérgico y conductor del renacimiento y la renovación que se desataron cuando Pedro y los demás discípulos se pararon por primera vez en la plaza pública y comenzaron a predicar en lenguas que todos los presentes podían entender” (Arzobispo Charles C. Thompson,
The Criterion, 7 de junio de 2019).
La tercera razón para permanecer en la Iglesia que propone el obispo Robert E. Barron en su impactante libro, Carta a una Iglesia que sufre: un obispo habla sobre la crisis de abusos sexuales, es el Espíritu Santo. ¿Por qué el Espíritu Santo sería una razón para persuadir a los católicos a que sigan fieles a nuestra Iglesia aunque (o especialmente) cuando se sienten “desmoralizados, escandalizados, sumamente enojados y listos para renunciar?”
“Los primeros seguidores de Cristo resucitado sintieron que habían sido habitados por el Espíritu de su Señor,” escribe el obispo Barron. Esto “los ayudaba a levantarse, les inspiraba valor y soplaba a través de sus palabras y acciones.” Sin el Espíritu Santo, los discípulos de Jesús estaban indefensos; estaban profundamente heridos por el sufrimiento y muerte de su Señor, y por su propia incapacidad para estar con Él cuando más los necesitó.
Antes de recibir el don del Espíritu Santo de Cristo resucitado, los discípulos no eran capaces de superar ni el pecado del mundo ni su propia condición de pecadores. Se sentían atemorizados y desvalidos. Pentecostés obró una transformación verdaderamente asombrosa: creó defensores audaces de quienes antes fueran tímidos amigos “en las buenas,” y le impartió una vida vibrante y energía al recién formado Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia.
Ahora más que nunca necesitamos el poder del Espíritu Santo. En respuesta a los abominables crímenes de abuso sexual del clero contra los más vulnerables y los pecados gravísimos de denegación y encubrimiento por parte de líderes de la Iglesia, necesitamos desesperadamente la renovación espiritual y el poder sanador que solo puede provenir del Espíritu Santo.
Tal como escribí en mi columna para The Criterion el 7 de junio de 2019, el viernes antes del domingo de Pentecostés:
“Antes de Pentecostés, nadie, con la posible excepción de María, la madre de Jesús, poseía el valor de enfrentarse al poder de la oscuridad que causó la pasión y muerte del Señor. Después de Pentecostés, los discípulos tímidos y temerosos renacieron; se trataba de los mismos hombres y mujeres, con los mismos defectos y debilidades personales, pero su forma había cambiado radicalmente. El poder del Espíritu Santo transformó a los discípulos que se habían reunido en torno a Jesús durante su paso por la Tierra, y los convirtió en intrépidos testigos públicos de su resurrección y ascensión al Padre.
“Estos hombres y mujeres renacidos ardían de amor por Dios y el prójimo. Por la gracia del Espíritu Santo formaron una ecclesia, una reunión o comunidad (la Iglesia) y predicaron, sanaron y santificaron a lo largo y ancho de todo el mundo conocido en el nombre de Jesús, quien había sido crucificado por líderes religiosos y seglares de su época, pero que luego triunfó y se levantó de entre los muertos como signo de nuestra liberación del poder del pecado y de la muerte.”
Si abandonamos y nos alejamos de la Iglesia, nos negamos las numerosas oportunidades llenas de gracia mediante las cuales el Espíritu Santos nos renueva como individuos y como parte del cuerpo de Cristo. Seguimos enojados y desilusionados, y nos negamos a participar en la importante obra de renovación y reconstrucción que hace posible el Espíritu de Dios.
Muchas veces a lo largo de la historia de 2000 años de nuestra Iglesia los cristianos nos hemos sentido desalentados y amilanados por los fracasos de nuestros líderes—así como por la comunidad cristiana en general—de vivir según las enseñanzas y las prácticas de nuestra fe. En todas las ocasiones, los días oscuros de la Iglesia se han disipado gracias a la luz de Cristo manifestada en la obra del Espíritu Santo. En todas las ocasiones, el Espíritu Santo ha erradicado la corrupción de las estructuras institucionales de la Iglesia y las acciones pecaminosas de nuestros líderes. “Se trata del mismo Espíritu Santo —escribe el obispo Barron— que, a través de la historia de la Iglesia hasta nuestros días, da vitalidad y energía al Cuerpo Místico.”
¿Por qué el Espíritu Santo es una poderosa razón para permanecer? Porque si en verdad queremos que las cosas cambien, el Espíritu de Dios es nuestra única fuente confiable de poder transformador.
Ven, Espíritu Santo. Renueva nuestra Iglesia. Fortalécenos como el Cuerpo de Cristo. Danos valor y sabiduría al colocar nuestra esperanza en ti. †