Cristo, la piedra angular
Dios es amor y el amor se debe compartir
“Así, como G. K. Chesterton hacía notar, la doctrina trinitaria se reduce a un modo técnico muy preciso de afirmar que Dios es amor” (Obispo Robert E. Barron, Carta a una Iglesia que sufre: un obispo habla sobre la crisis de abusos sexuales).
Como hombres y mujeres de fe, aceptamos el maravilloso misterio de que Dios es puro amor y bondad, por lo que no puede limitarse a nuestras categorías humanas de individualidad y separación.
Tal como lo dice el Evangelio según san Juan, ni siquiera el Espíritu Santo habla o actúa por sí solo. Dios siempre actúa como una comunión de personas, una divina unidad diversa que está totalmente fuera de nuestra comprensión, aunque requiere nuestra entera aceptación en la fe.
En su libro, Carta a una Iglesia que sufre: un obispo habla sobre la crisis de abusos sexuales, el obispo auxiliar de Los Ángeles, Robert E. Barron, cita “la extraña doctrina de la Trinidad, que presenta al único Dios como una unidad de tres personas” como una de las seis razones por las cuales los católicos deben permanecer fieles a la Iglesia.
¿Por qué el misterio de la vida interior de Dios, la Trinidad, es una razón de peso para que los católicos “que, comprensiblemente, se sienten desmoralizados, escandalizados, sumamente enojados y que también quieren renunciar” permanezcan como miembros activos de una Iglesia contra la cual se sienten desilusionados?
Encontramos la respuesta en una percepción más profunda de quién es Dios y quiénes somos nosotros como participantes en el misterio del amor y la bondad de Dios.
“Estamos salvados—escribe el obispo Barron—precisamente porque el propio Dios se abrió a sí mismo en un acto de amor, el Padre y el Hijo reuniéndonos en el Espíritu Santo.” La Trinidad nos revela la maravillosa noticia de que Dios es amor y que debemos compartir ese amor. En Dios no existe en absoluto el aislamiento o la singularidad egocentrista. Todo lo que tiene que ver con Dios es apertura y amor, tanto así que la vida interior de Dios está conformada por una comunidad de personas, intercambio libre y constante de amor y creatividad.
Los cristianos celebramos esta Trinidad, no porque entendemos el misterio, sino porque lo hemos vivido en el amor misericordioso del Dios Padre, en la gracia salvadora de Jesús el Hijo, y en la inspiración que hemos recibido a través del poder del Espíritu Santo. Si abandonamos la Iglesia que, a pesar de todas sus imperfecciones humanas y pecados, sigue siendo la fuente más perfecta de gracia trinitaria, nos separamos de lo que el obispo Barron describe como “la gracia de Cristo, en quien encontramos la vida eterna.”
Creer en el Dios trino no es un ejercicio académico, ni una enseñanza abstracta, ni un dogma o un credo estático. El misterio de la Santísima Trinidad revela la amplitud y la profundidad del amor de Dios. En verdad es muy sencillo. La Trinidad es quien Dios es y como comparte su vida divina con los demás. Sí, es un misterio, pero también es un enorme regalo para nosotros y toda la creación.
Dios es amor y el amor se debe compartir. Dios comparte su amor entregándose a nosotros y a toda la creación, totalmente y sin reservas en las tres personas que están perfectamente unidas entre sí en la Santísima Trinidad que es Dios.
Entonces ¿cómo el abandonar la Iglesia ayuda a que el amor de Dios esté más al alcance de nosotros o de nuestros hermanos que se sienten frustrados y enojados a causa de los escándalos provocados por la condición pecadora de los seres humanos? ¿Cómo esto ayudará a renovar y reconstruir lo que ha sufrido graves daños? ¿Cómo esto ayudará a sanar las profundas heridas infligidas al cuerpo de Cristo?
El misterio de la Santísima Trinidad es el motivo para permanecer en la Iglesia porque Dios es amor y el amor es fiel. La Iglesia que amamos necesita urgentemente nuestras oraciones y participación activa. Ahora, más que nunca, necesita la solidaridad y la unidad de todos sus miembros. Por encima de todo, la Iglesia necesita la gracia trinitaria que nos permite vivir y compartir con los demás el amor abundante e incondicional de Dios.
El obispo Barron escribe que la mayoría de las religiones concuerdan en que el amor es uno de los atributos de Dios. “Solo el cristianismo sostiene la extraña afirmación de que Dios es amor.” Y prosigue, diciendo que “la Iglesia lleva esta verdad al mundo: lo definitivamente real es el amor.”
Si abandonamos la Iglesia, nos alejamos del portador del misterio de Dios quien es amor. Podríamos argumentar, comprensiblemente, que algunos de los líderes de la Iglesia han realizado una labor deficiente como testigos de esta verdad, pero jamás podemos persuadirnos de un modo convincente de que no necesitamos lo que la Iglesia nos ofrece: la verdad acerca de quién es Dios y por qué nosotros, como integrantes del Cuerpo de Cristo, ahora más que nunca necesitamos su gracia y su misericordia. †