Cristo, la piedra angular
Los sacramentos son necesarios para la salud de nuestra alma
“La Eucaristía es la razón más importante por la cual deberíamos mantenernos fieles a la Iglesia.” (Obispo Robert E. Barron, Carta a una Iglesia que sufre: un obispo habla sobre la crisis de abusos sexuales)
Durante las últimas semanas he estado hablando acerca de las seis razones para permanecer en la Iglesia que propone el obispo auxiliar de Los Ángeles, Robert E. Barron, en su libro titulado Carta a una Iglesia que sufre: un obispo habla sobre la crisis de abusos sexuales.
El obispo expone sus argumentos a los católicos “que, comprensiblemente, se sienten desmoralizados, escandalizados, sumamente enojados y que también quieren renunciar,” pero todos los católicos, independientemente de su respuesta ante los crímenes de abuso sexual y el encubrimiento en el que participaron algunos líderes de la Iglesia, pueden beneficiarse de la reflexión piadosa del obispo Barron acerca de las razones para permanecer en la Iglesia.
La lealtad a la fe de nuestros padres es esencial para nuestra identidad y misión como discípulos de Jesucristo. En virtud de nuestro bautismo, formamos parte del cuerpo místico de Jesús y somos misioneros enviados a proclamar la Buena Nueva a todas las naciones y los pueblos de todo el mundo.
La quinta razón del obispo Barron para ser fieles o “permanecer en la Iglesia” son los sacramentos. “Como enseña la Iglesia, la vida de Cristo que hemos estado describiendo llega a nosotros a través de los sacramentos,” escribe el obispo. “El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía los inician en la vida; el matrimonio y el orden sacerdotal dan a nuestra vida una dirección misionera; la confesión y la unción de los enfermos restauran la vida cuando la hemos perdido. Del mismo modo que comer y beber son necesarios para el cuerpo, los sacramentos son necesarios para la salud del alma.”
Renunciar a la Iglesia, sea por alejamiento o producto de negarse conscientemente a participar, significa cortarnos el alimento (la gracia santificadora) que solo los sacramentos nos pueden brindar. La salud de nuestras almas nos exige que sigamos abiertos a esta gracia, en particular a las especiales que recibimos mediante la celebración frecuente de los sacramentos de la reconciliación y la Eucaristía.
Confesarnos frecuentemente nos ayuda a reconocer que somos pecadores, tanto en lo que hacemos como en lo que no. Y lo que es más importante: nos coloca en posición de arrepentirnos de nuestros pecados y recibir el perdón divino que solo puede provenir de nuestro Dios misericordioso.
Si abandonamos la Iglesia, perdemos el acceso a esta poderosa fuente de gracia divina. Pensemos en las gracias a las que renunciaremos y a las oportunidades de renovación que descartamos cuando ya no aprovechamos este magnífico sacramento del amor y el perdón de Dios.
Aunque todos los sacramentos contienen el poder de Jesús—escribe el obispo Barron—“solo la Eucaristía contiene al propio Jesús. Cuando consumimos la Eucaristía recibimos en nosotros a Cristo completo—su cuerpo, sangre, alma y divinidad—conformándonos a él en el modo más literal posible.”
La comunión con Jesús en la Eucaristía es la forma más íntima de participar en la vida de la Iglesia. Es un signo sacramental—que causa lo que significa—de unidad con Cristo quien es el verdadero significado de nuestras vidas. “Por medio de este gran sacramento—prosigue el obispo Barron—somos “cristificados, eternalizados, deificados, nos disponemos para la vida más excelsa con Dios.”
¡Imaginémonos dándole la espalda y alejándonos de los brazos abiertos de Jesús! Si en verdad valoramos los dones que recibimos cada vez que asistimos a la misa y recibimos la santa Eucaristía, abandonar la Iglesia resulta un acto impensable. Es por ello que el obispo Barron nos dice que La Eucaristía es la razón más importante por la cual deberíamos mantenernos fieles a la Iglesia. Cuando todo lo demás falla, incluso cuando hemos sido traicionados por aquellos (incluidos sacerdotes y obispos) que prometieron ser embajadores de Cristo en la tierra, el propio Dios está con nosotros, uniéndonos a Él en forma del pan y el vino que absorbemos en el cuerpo y que se funde en nuestro ser.
Este misterio, la gracia que recibimos cuando nos unimos a Cristo y a todos nuestros hermanos, es algo completamente único e irremplazable. “No es posible encontrarla en ningún otro lugar—nos recuerda el obispo Barron—; y no puede ser afectada por la perversión ni de sacerdotes ni de obispos.”
A medida que reflexionamos sobre la belleza y el poder de los siete sacramentos—el bautismo, la confirmación, la Eucaristía, el matrimonio, las órdenes sacerdotales, la reconciliación y la unción de los enfermos—agradezcamos a Dios por todos estos dones y recemos para tener la fortaleza de permanecer fieles, especialmente en épocas de duda y adversidad.
Quédate con nosotros, Señor, y mantennos acerca de ti. Queremos ser integrantes fieles de tu Iglesia. Fortalécenos en nuestra debilidad y revitalízanos por el poder de tu amor. †