Cristo, la piedra angular
Un santo nos implora que sigamos las enseñanzas de Cristo, no las del mundo
“Las enseñanzas de Jesús jamás nos defraudarán, en tanto que la sabiduría mundana siempre lo hará. El propio Cristo dijo que esta sabiduría era como una casa erigida sobre fundaciones de arena, pero la suya era como un edificio construido sobre roca sólida. Y por ello siempre procuramos seguir las enseñanzas del propio Jesús y nunca las del mundo” (San Vicente de Paúl).
La fecha de publicación de esta columna es el 27 de septiembre, la festividad de san Vicente de Paúl, cuyo amor por los pobres ha inspirado a innumerables hombres y mujeres de nuestra Arquidiócesis y de todo el mundo a seguir su ejemplo y dedicar sus vidas al cuidado de los necesitados. San Vicente ofrece un testimonio poderoso y muy práctico sobre el papel fundamental que desempeñan los santos en la vida de nuestra Iglesia.
La semana pasada, señalé en esta columna que el papa Francisco destaca que los santos no son superhéroes “nacidos perfectos” sino personas ordinarias que siguieron a Dios con todo su corazón: “Son iguales a nosotros, como cada uno de nosotros. Son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo llevaron vidas normales, con alegrías y sufrimientos, dificultades y esperanzas.”
Como dice el dicho “todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro.”
Cada santo transformó su vida cuando reconoció el amor de Dios. Lo siguieron con todo su corazón, sin condiciones ni hipocresías. “Dedicaron sus vidas al servicio de los demás, soportaron sufrimientos y adversidades sin odios y respondieron al mal con bien, difundiendo alegría y paz,” expresa el papa.
San Vicente de Paúl tenía un pasado, pero no había sido un gran pecador como san Pablo o san Agustín. Podríamos llamarlo un pecador “ordinario,” alguien que, al igual que la mayoría de nosotros, jamás cometió delitos graves, sino que vivía cómodamente sin demostrar virtudes extraordinarias ni tampoco vicios terribles. Vicente fue un buen hombre y un sacerdote fiel, cuyos pecados fueron reales, pero no escandalosos.
Pero de pronto, algo pasó que le cambió la vida. Cuando era todavía un joven sacerdote, recibió la influencia de dos hombres que le abrieron los ojos a una mejor forma de vivir el Evangelio: el cardenal Pierre de Bérulle, quien hacía gran énfasis en la condición humana de Jesús, y san Francisco de Sales, quien enseñaba sobre la tierna misericordia de Dios. Inspirado por las enseñanzas y el ejemplo de estos hombres santos, Vicente dedicó el resto de su ministerio sacerdotal a atender a los pobres y marginados.
El papa Francisco a menudo nos desafía a rechazar la vida de comodidad e indiferencia y a entregarnos de todo corazón a Jesús, tal como se nos presenta en los pobres y marginados. El papa insiste con vehemencia en que los obispos y los sacerdotes tenemos que estar con nuestro pueblo (y adquirir el “olor a oveja”). La Iglesia no es un museo, dice el Santo Padre, sino que es (o debería ser) un “hospital de campaña” donde los heridos en las batallas de la vida diaria puedan encontrar sanación y esperanza.
Si deseamos aprender a hacer este cambio de buscar nuestra propia comodidad a consolar a los que más necesitan nuestra ayuda, solo tenemos que reflexionar sobre la vida y el ministerio de san Vicente de Paúl. Él fundo la orden de los Vicentinos y fue cofundador de las Hijas de la Caridad. También fue la fuente de inspiración para la Sociedad de San Vicente de Paúl cuyos casi 100,000 voluntarios capacitados en los Estados Unidos proporcionaron 12.6 millones de horas de servicio voluntario en 2017, para ayudar a más de 5.4 millones de personas mediante visitas en los hogares, prisiones y hospitales, un servicio valorado en más de $3 mil millones.
Inspirada en los valores del Evangelio, la Sociedad de San Vicente de Paúl es una organización internacional y local conformada por hombres y mujeres seglares unidos en su crecimiento espiritual y mediante la prestación de servicios de persona a persona para los necesitados y los que sufren. La Sociedad atiende a los pobres, independientemente de su afiliación religiosa, raza u origen nacional. A través de una visita doméstica se determina que existe una necesidad genuina. La Sociedad de Vicente de Paúl no recibe dinero del gobierno federal, estatal o local, así como tampoco de las colectas de las iglesias, fuera de lo que se recoge en las cajas dedicadas a los pobres, ni tampoco recibe dinero de United Way, a menos que un donante así lo especifique.
La Iglesia del centro y el sur de Indiana está bendecida por la presencia activa de hombres y mujeres que siguen las enseñanzas y el ejemplo de san Vicente de Paúl en las áreas de salud, obras de caridad y representación de los pobres y los vulnerables.
Que nuestro Señor los bendiga abundantemente y que por la intercesión de san Vicente de Paúl podamos seguir su ejemplo. †