Cristo, la piedra angular
La fe, aunque sea como un grano de mostaza, puede obrar maravillas
“Los apóstoles dijeron al Señor:—‘Aumenta nuestra fe.’ El Señor les contestó:—‘Si tuvieran fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza,’ le dirían a esta morera: “Quítate de ahí y plántate en el mar,” y los obedecería” (Lc 17:5-6).
La lectura del Evangelio de este domingo, el 27.º del tiempo ordinario, nos habla acerca del poder de la fe.
San Lucas nos dice que los apóstoles le pidieron a Jesús que aumentara su fe. Podemos imaginarnos que se sentían bastante inadecuados al observar las maravillas que hacía Jesús, quien a menudo les decía a las personas que curaba “tu fe te ha salvado.”.
La respuesta de Jesús seguramente los dejó atónitos: “Si tuvieran fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, le dirían a esta morera: ‘Quítate de ahí y plántate en el mar,’ y los obedecería: (Lc 17: 6).
Jesús nos enseña que, teniendo la suficiente fe, no hay nada que no podamos lograr. Si creemos con vehemencia, no hay ninguna ley física o química que pueda impedir que la gracia de Dios obre maravillas. Con fe, se pueden perdonar los pecados más abyectos, las enfermedades más graves pueden curarse y los corazones humanos más endurecidos pueden alejarse de la amarga venganza en pos del bienestar y de la paz. La fe, aunque sea del tamaño de un grano de mostaza es una fuerza poderosísima del bien.
Sabemos que los apóstoles eran hombres de fe; lo habían dejado todo para seguir a Jesús. Soportaron vicisitudes e incertidumbres y cuando otros seguidores de Jesús se rindieron y regresaron a casa, estos hombres buenos permanecieron fieles. Eran creyentes, pero estaban muy conscientes de que su fe era débil y no había sido probada. Tenían razón de pedirle al Señor que les aumentara la fe.
El Evangelio nos dice que la fe de los apóstoles siguió siendo débil hasta después de que Jesús resucitó de entre los muertos. Solo cuando recibieron el don del Espíritu Santo su fe aumentó considerablemente; entonces adquirieron el poder de sanar, perdonar y proclamar audazmente la Buena Nueva de nuestra salvación. Llenos del Espíritu Santo los apóstoles pudieron hacer lo imposible. Cuando se armaron de la fe en el tamaño de un grano de mostaza se despojaron de la inhibición de sentirse inadecuados o temerosos.
¿Qué nos deja esta enseñanza? Si reconocemos que nuestra fe es más débil de lo que debería y procuramos aumentarla mediante el poder que sólo puede provenir de Dios, nosotros también podremos realizar obras maravillosas.
Mediante un aumento de la fe podríamos soportar una enfermedad debilitante con la confianza de que independientemente de cuál sea el desenlace estaremos seguros en las manos amorosas de Dios.
De la misma manera, una mayor fe nos permitirá perdonar a alguien que nos ha herido sin exigir algo a cambio. Una fe ampliada podría darnos el valor para aceptar nuevos retos en el trabajo o en los estudios, así como también ayudarnos a confesar nuestros pecados y a confiar en la misericordia infalible de Dios.
La mayoría de nosotros es como los apóstoles: somos personas de fe que deseamos ampliar nuestros conocimientos y confianza en las enseñanzas y el ejemplo de Jesús a medida que lo encontramos en la oración, en las escrituras, en los sacramentos y en el cuidado de nuestros hermanos necesitados. Al igual que los apóstoles, estamos conscientes de que somos inadecuados y le pedimos al Señor que aumente nuestra fe.
“La fe es garantía de las cosas que esperamos y certeza de las realidades que no vemos” (Hb 11:1). Por encima de todo, lo que esperamos es amar y ser amados. Con fe, podemos alcanzar esta meta, primero y principal, mediante el reconocimiento de que Dios, que es amor, nos conoce por nombre, nos ama incondicionalmente y nos invita a compartir este gran amor con los demás.
No podemos ver a Dios, pero existen pruebas indiscutibles de la presencia de Dios a través del testimonio de hombres y mujeres cuya fe es tan fuerte que es capaz de obrar milagros en sus vidas cotidianas. La mayoría de nosotros puede nombrar a uno o más de estos santos de todos los días, personas que nos inspiran a ser mejores y a anhelar aumentar nuestra fe.
“Por la fe comprendemos que el universo ha sido modelado por la palabra de Dios, de modo que lo visible tiene su origen en lo invisible” (Hb 11:3).
Pidamos en oración los dones del Espíritu Santo que la Iglesia ha identificado tradicionalmente como sabiduría, comprensión, consejo, fortaleza, conocimientos, piedad y temor de Dios. Al aprovechar estos dones espirituales podemos aumentar nuestra capacidad para seguir a Jesús y ser sus discípulos fieles.
Por encima de todo, pidámosle a nuestro Señor que aumente nuestra fe para que también nosotros podamos realizar obras maravillosas en nombre de Jesús. †