Cristo, la piedra angular
La obra de recobrar la unidad de una Iglesia dividida
“Lo que nos une es mucho más grande que lo que nos divide.” (Papa San Juan XXIII)
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 11 de octubre, la festividad del papa san Juan XXIII que también coincide con el aniversario 57 de la inauguración del Concilio Vaticano II en 1962.
El 27 de abril de 2014 el papa Francisco canonizó al “buen papa Juan,” como se lo conoce popularmente, junto con el papa san Juan Pablo II. Aunque se desempeñó como papa solamente por un poco más de cuatro años, los numerosos aportes de Juan XXIII a la Iglesia y al mundo lo convirtieron en una figura mítica conocida por su santidad personal, su sensibilidad pastoral y su sabiduría en las artes políticas.
En 1881, Ángelo Roncalli (que lleva el mismo nombre de nuestra escuela preparatoria Roncalli en Indianápolis) fue uno de los 13 hijos nacidos de aparceros de la región de Lombardía en Italia.
Se ordenó como sacerdote en 1904 y pasó muchos años como capellán militar, profesor seminarista, director espiritual y, finalmente, como embajador papal en Bulgaria, Grecia, Turquía y Francia. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue personalmente responsable de rescatar a miles de personas (principalmente judíos) de los nazis y los horrores del holocausto.
En 1953, el papa Pío XII nombró a Ángelo Roncalli cardenal y lo asignó al patriarcado de Venecia. Tan solo cinco años más tarde, después de la muerte de Pío XII, fue elegido papa.
La mayoría (incluidos los cardenales electores) supusieron que el papa de 76 años sería un “cuidador.” Esperaban que mantuviera el orden y que no agitara las aguas hasta que un hombre más joven lo sucediera tras su fallecimiento. ¡Imagínense en la sorpresa cuando el buen papa Juan no se guio por el libreto!
Desde el principio, al elegir el nombre “Juan” y su determinación de escaparse del Vaticano regularmente para realizar visitas pastorales en su diócesis, Roncalli insistió en que iba a tomar sus propias decisiones y a hacer lo que fuera necesario para servir al pueblo de Roma y a la Iglesia universal.
La decisión más importante del papa Juan fue, por supuesto, convocar al Concilio Vaticano II, algo que tomó por sorpresa al mundo entero. En el concilio se iniciaron los cambios que aún hoy afectan la forma en que se practica nuestra fe católica seis décadas más tarde. Nuestra liturgia, catequesis, ministerio social, relaciones ecuménicas e interconfesionales, así como nuestra interacción con el mundo en general han cambiado desde 1959 cuando el papa Juan XXIII anunció su decisión de convocar al Concilio Vaticano II. Podríamos argumentar acerca de los esfuerzos satisfactorios y los fracasos de la implementación de estos cambios, pero no hay duda de que el Concilio se llevó a cabo gracias a la visión y el liderazgo pastoral del mítico buen papa Juan.
Por muchas razones, el papa san Juan XXIII es una figura importante para nosotros hoy en día, pero una de ellas se destaca, especialmente para nuestra arquidiócesis, para la Iglesia en los Estados Unidos y la Iglesia universal:
“Lo que nos une es mucho más grande que lo que nos divide,” dijo el papa san Juan XXIII. Y todo su ministerio, antes y después de su elección como Papa, se dedicó a unir aquello que se había dividido.
Durante sus años en Bulgaria, Grecia y Turquía, Ángelo Roncalli luchó para entablar relaciones sólidas entre los cristianos y los musulmanes. Durante la Segunda Guerra Mundial promovió incansablemente la unidad entre judíos y cristianos, utilizando para ello todos los medios que tenía a su disposición para ayudar a los judíos a escapar de la persecución nazi.
Tras su elección como papa, uno de los primeros actos de Juan XXIII fue eliminar el adjetivo perfidius (“impío” en latín) con el cual se calificaba a los judíos en la oración de su conversión en la liturgia del Viernes Santo. También elaboró una confesión para la Iglesia con respecto al pecado del antisemitismo cometido durante siglos.
Por último, en el campo de las relaciones internacionales, el papa Juan entabló conversaciones con los países del bloque comunista de Europa Oriental como parte de su labor de reconciliar el Vaticano con la Iglesia ortodoxa de Rusia. En su encíclica “Pacem in terris” (“Paz en la Tierra”), Juan XXIII también procuró prevenir una guerra nuclear e intentó mejorar las relaciones entre la Unión Soviética y los Estados Unidos.
Por supuesto, la frase “lo que nos une es mucho más grande que lo que nos divide” no significa que todo se valga. El papa Juan sabía que jamás podemos comprometer nuestros principios para mantener una falsa unidad. Aun así, nos exhortaba a esforzarnos por escuchar al otro, a entablar conversaciones respetuosas sobre asuntos importantes y a construir puentes en vez de muros (como dice el papa Francisco).
La paz en la Tierra requiere que todos nos perdonemos, que respetemos mutuamente nuestra dignidad y nuestros derechos humanos, y que nos comprometamos con el bien común para todos.
Que la intercesión del buen papa, san Juan XXIII, nos una a todos, aquí en el centro y el sur de Indiana, en nuestro país y en toda la comunidad internacional. †