Cristo, la piedra angular
Los santos son personas ordinarias que llevan vidas extraordinarias
“[Los santos] son iguales a nosotros, son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo llevaron vidas normales, con alegrías y sufrimientos, dificultades y esperanzas.” (Papa Francisco)
Hoy, 1.º de noviembre, la Iglesia celebra la Solemnidad de Todos los Santos. En este día damos gracias a Dios por el poderoso testimonio de santidad de hombres y mujeres ordinarios que permitieron que la gracia de Dios obrara maravillas en sus vidas.
Algunos de estos testimonios son sumamente conocidos, como es el caso de los santos patronos de nuestra Arquidiócesis, san Francisco Xavier y la santa madre Theodore Guérin.
Pero hay muchos otros desconocidos: personas que llevaron vidas discretas y santas, sin atraer atención hacia sí mismas. Hoy celebramos a todos los santos, sean conocidos o no, como una forma de recordar que el llamado a la santidad es universal y lo recibimos al momento del bautismo.
De acuerdo con el papa Francisco, la santidad es un modo de vida que se compagina muy de cerca con la voluntad de Dios, en contraposición a los valores del mundo. “Si un cristiano desea llegar al cielo, debe preguntarse si está entregado a los placeres terrenales o si se esfuerza por alcanzar la santidad con su máximo empeño” comenta el papa. “Preguntémonos de qué lado estamos: ¿del lado del cielo o del de la tierra? ¿Vivimos para el Señor o para nosotros mismos, para la alegría eterna o para alcanzar la satisfacción inmediata?”
La santidad es la forma de vida que adoptó Jesús. Puesto que él es el camino, la verdad y la vida, podríamos decir que la santidad es vivir en Jesús, con Jesús y para Jesús.
“Preguntémonos: ¿de verdad anhelamos la santidad? ¿O acaso nos contentamos con ser cristianos sin pena ni gloria, que creen en Dios y estiman a los demás pero sin ir demasiado lejos?” El llamado a la santidad es lo opuesto a vivir una vida cristiana mediocre. “En resumen: ¡la santidad o nada!” dice el papa.
En su encíclica “Spe Salvi” (Salvados por la esperanza), el papa emérito Benedicto XVI escribe: “La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente.” El antiguo sumo pontífice continúa diciéndonos que estas personas son luces de esperanza porque nos guían hacia Jesucristo “la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia” (#49).
Los santos nos señalan a Jesús con sus palabras y su ejemplo. La luz de esperanza que alumbra nuestro mundo a menudo oscuro y tenebroso no siempre resulta abrumadora; a veces se trata de un simple destello.
De acuerdo con los Cristóforos, una sociedad misionera fundada por el padre Maryknoll James Keller en 1945: “es preferible encender una velita que maldecir la oscuridad.” La luz de Cristo Jesús, que se refleja en todos los santos, en mayor o menor grado, ilumina cada rincón oscuro de nuestro mundo y crece en intensidad a medida que cada hombre y mujer como nosotros acepta su llamado bautismal a crecer en la santidad.
¿De qué manera los santos nos muestran el camino de la vida? Obviamente, a través del testimonio de sus vidas cotidianas, las escogencias que hacen, su voluntad de sacrificio por el bien de los demás y su devoción a Cristo. Sus palabras y sus ejemplos representan guías muy útiles para la vida cristiana cotidiana. ¿Pero cuál es su secreto para navegar con éxito las oscuras y turbulentas aguas del mar de la vida? ¿Por qué los santos pueden llevar vidas correctas y santas, en tanto que muchos otros se esfuerzan y fracasan?
La respuesta es la proximidad con Dios a través de la oración. Los santos son hombres y mujeres que saben rezar. Son personas que, tanto en los momentos difíciles como en los buenos, elevan sus mentes y sus corazones hacia el Señor. Buscan la voluntad de Dios en sus vidas, comparten con Él sus esperanzas y sus frustraciones (y, a veces, incluso su ira). Se esfuerzan por mantenerse constantemente en contacto con Dios a través de la oración.
Los santos no siempre logran su gran anhelo de sentir la cercanía de Dios; a veces soportan períodos en los que Dios aparenta estar ausente de sus vidas, en los que no parece responder a sus pedidos de humildad, paciencia, pureza y fuerza para cumplir con la voluntad de Dios. Pese a estos períodos desalentadores de sequía, los santos no se dan por vencidos. Perseveran en alabar a Dios y en confiar en Su misericordia.
En esta Solemnidad de Todos los Santos, demos gracias a Dios por todos los santos (conocidos y desconocidos). Recemos por la gracia de ser como ellos y ser destellos de la luz de Cristo en la oscuridad de nuestro mundo. †