Cristo, la piedra angular
Carta pastoral nos recuerda que es necesario erradicar el pecado del racismo
“El racismo surge cuando—ya sea consciente o inconscientemente—una persona sostiene que su propia raza o etnia es superior y, por lo tanto, juzga a las personas de otras razas u orígenes étnicos como inferiores e indignas de igual consideración. Esta convicción o actitud es pecaminosa cuando lleva a individuos o grupos a excluir, ridiculizar, maltratar o discriminar injustamente a las personas por su raza u origen étnico. Los actos racistas son pecaminosos porque violan la justicia. Revelan que no se reconoce la dignidad humana de las personas ofendidas, que no se las reconoce como el prójimo al que Cristo nos llama a amar” (Mt 22, 39; Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Abramos nuestros corazones: el incesante llamado al amor, carta pastoral contra el racismo).
Hace un año, los obispos de los Estados Unidos publicamos una carta pastoral contra el racismo titulada Abramos nuestros corazones: el incesante llamado al amor. Si bien nuestra Conferencia se ha pronunciado en contra del racismo anteriormente, consideramos que los incidentes de violencia e injusticia cada vez más frecuentes en nuestro país, ameritaban una renovación de nuestro compromiso de destacar lo pernicioso de los pensamientos, los discursos y los actos de racismo.
Según nuestra carta pastoral: “El racismo ocurre porque la persona ignora la verdad fundamental de que, al compartir todos los seres humanos un origen común, todos son hermanos y hermanas, todos igualmente hechos a imagen de Dios. Cuando se pasa por alto esta verdad, la consecuencia es el prejuicio y el temor al otro y, con demasiada frecuencia, el odio.”
Esta verdad fundamental (que todos fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios y por lo tanto, somos iguales ante los ojos de Dios) es el basamento de toda la enseñanza social católica. Los actos y las actitudes racistas violan la dignidad humana y resultan profundamente ofensivas para Dios y todos nuestros hermanos de la familia humana.
“El racismo se presenta de muchas formas,” afirma nuestra carta pastoral.
“Se puede ver en actos deliberados, pecaminosos. En los últimos tiempos, hemos sido testigos de expresiones atrevidas de racismo tanto por parte de grupos como de individuos. La reaparición de símbolos de odio, como sogas con nudos corredizos y esvásticas en espacios públicos, es un indicador trágico de la creciente animosidad racial y étnica.
“Con demasiada frecuencia, personas hispanas y afroamericanas, por ejemplo, enfrentan discriminación en la contratación, la vivienda, las oportunidades educativas y el encarcelamiento. Frecuentemente los hispanos están en el punto de mira de prácticas selectivas de control de la inmigración derivadas de perfiles raciales, e igualmente los afroamericanos por presunta actividad criminal.
“También crece el temor y hostigamiento a personas provenientes de países de mayoría musulmana. Ideologías nacionalistas extremas alimentan el discurso público estadounidense con una retórica xenófoba que instiga el miedo hacia los extranjeros, los inmigrantes y los refugiados. Finalmente, con demasiada frecuencia el racismo se manifiesta en forma de pecado de omisión, cuando individuos, comunidades e incluso iglesias permanecen en silencio y no actúan contra la injusticia racial cuando se la encuentra.
“Muchos grupos, tales como los irlandeses, italianos, mexicanos, puertorriqueños, polacos, judíos, chinos y japoneses, pueden dar fe de haber sido objeto de prejuicios raciales y étnicos en este país. También es cierto que muchos otros grupos siguen experimentando estos prejuicios, como se ve por el aumento del antisemitismo, la discriminación a la que muchos hispanos se enfrentan hoy en día, y un creciente sentimiento anti musulmán. En este sentido, las experiencias históricas y contemporáneas de los nativos americanos y los afroamericanos son especialmente instructivas.”
¿Qué podemos hacer para superar el mal del racismo y para asegurarnos de que las acciones positivas que realicemos no se vean erosionadas con el tiempo a consecuencia de la reaparición de actos y actitudes racistas? Tal como expresamos en Abramos nuestros corazones: el incesante llamado al amor:
“El amor nos obliga a cada uno a resistir el racismo con valor. Nos exige acercarnos generosamente a las víctimas de este mal, ayudar a la conversión necesaria en aquellos que aún albergan racismo, y comenzar a cambiar las políticas y estructuras que permiten que el racismo persista. Superar el racismo es una exigencia de la justicia, pero como el amor cristiano trasciende la justicia, el fin del racismo significará que nuestra comunidad dará frutos más allá simplemente del trato justo a todos.”
Cuando cada hombre, mujer y niño sea tratado con la dignidad y el respeto que merecen, se resolverán una enorme cantidad de problemas culturales, económicos y políticos. Entonces, ya ninguna persona ni ningún grupo sentirá la necesidad de alimentar su ego con la condescendencia o mediante actitudes y conductas abusivas. Como resultado de esto, habrá familias más fuertes, comunidades que están en paz con sus vecinos y un país sano y próspero.
El racismo, ya sea sutil o deliberado, es un veneno que no podemos tolerar. Nuestro Señor nos desafía a abstenernos de juzgarnos entre nosotros, a amar a todos y a tratar al prójimo como deseamos que nos traten.
Recemos para que la gracia de Cristo nos dé el valor para reconocer el pecado del racismo que habita en nosotros y a nuestro alrededor. Esforcémonos para eliminar el racismo donde exista hoy y para evitar que reaparezca en los días venideros. †