Cristo, la piedra angular
A pesar de los desafíos, pídale a Jesús que lo inspire con sus palabras y su ejemplo
“Todos los odiarán por causa de mí; pero ni un solo cabello de ustedes se perderá. Manténganse firmes y alcanzarán la vida” (Lc 21:17-19).
La lectura del Evangelio de este domingo (Lc 21:5-19) nos ofrece una visión profética del fin del mundo tal como lo conocemos. En efecto, Jesús nos dice que todo se pondrá mucho peor antes de que empiece a mejorar.
La lectura está enmarcada por los comentarios de los transeúntes que expresaban su admiración por la decoración del templo y la “belleza de sus piedras y de las ofrendas votivas que lo adornaban.” Jesús los sorprende al profetizar que “Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra de todo eso que ustedes están viendo. ¡Todo será destruido!” (Lc 21:6).
Esta es la profecía que usarán en el juicio contra Jesús puesto que se consideraba una blasfemia hablar mal del templo sagrado de los judíos. Pero esa no era la intención de Jesús sino destacar el hecho de que todo aquello construido por manos humanas—inclusive las cosas buenas, hermosas y sagradas—es temporal. Lo permanente es el amor de Dios por nosotros y Su deseo de que nos unamos a Él ahora y al final de los tiempos.
En el mismo pasaje del Evangelio le exigen detalles a Jesús. ¿Cuándo ocurrirá esta destrucción? ¿Qué signos habrá de que el fin está cerca?
Jesús advierte a sus seguidores que no se dejen engañar por falsos profetas o por aquellos que interpretan las guerras, los desastres naturales y otros eventos catastróficos como indicativos de que el fin está cerca. “Cuando ustedes oigan noticias de guerras y revoluciones, no se asusten. Aunque todo eso ha de suceder primero, todavía no es inminente el fin” (Lc 21:9). Y a continuación, Jesús les dijo: “Se levantarán unas naciones contra otras, y unos reinos contra otros; por todas partes habrá grandes terremotos, hambres y epidemias, y en el cielo se verán señales formidables” (Lc 21:10-11).
Pero antes de que esto ocurra habrá grandes persecuciones, según anuncia la profecía. Jesús advierte a sus seguidores (y a todos nosotros) que no necesariamente los recibirán con los brazos abiertos. De hecho, si en verdad aceptamos nuestro llamado a ser discípulos misioneros, podemos prever que nos despreciarán y nos rechazarán al igual que a Jesús. Incluso los más cercanos a ustedes—sus cónyuges, padres, hermanos, parientes y amigos—se separarán de nosotros “y a bastantes de ustedes les darán muerte” (Lc 21:16).
Estas son palabras sumamente serias del Señor de la Vida y el Príncipe de la Paz, cuya intención es sacarnos de nuestra autocomplacencia y recordarnos que el compromiso que hemos hecho de seguir a Jesús implica responsabilidades que podrían ser bastante arriesgadas.
Decir la verdad con amor, decir que “no” cuando alrededor todos dicen “adelante” o estar dispuestos a que nos critiquen, se burlen de nosotros o nos aíslen por negarnos a transigir con respecto a los valores del Evangelio, es el vía crucis, el camino de la cruz. Paradójicamente, este es el único camino hacia la vida, en Cristo, pero el Señor nos advierte que no es fácil.
El camino de Jesús es difícil, doloroso, lleno de desafíos, incómodo e incluso pone en peligro la vida; y sin embargo nos ofrece ánimo y esperanza, siempre que nos mantengamos en el sendero. “Todos los odiarán por causa de mí; pero ni un solo cabello de ustedes se perderá. Manténganse firmes y alcanzarán la vida” (Lc 21:17-19).
No teman, Jesús dice a sus discípulos (y a todos nosotros) tras su resurrección de entre los muertos. Lo peor ya ha pasado, pero por el poder de la gracia de Dios hemos superado sus efectos. De hecho, ningún poder terrenal, incluidas las guerras, las insurrecciones, los poderosos terremotos, las hambrunas ni las plagas pueden dañarnos ultimadamente. Sí, las cosas quizá se pongan mucho peor antes del fin de los tiempos, pero al final, el reino de Dios prevalecerá.
Los cristianos fieles no buscan problemas; la mayoría de nosotros prefiere llevar vidas tranquilas y apacibles con nuestras familias, amigos y vecinos. Pero tampoco nos amedrenta tomar decisiones difíciles aunque (o especialmente) estas contradigan lo que el mundo considera importante. Estamos del lado de Jesús que jamás se mostró severo o prejuicioso, pero que tampoco tuvo miedo de decir la verdad con amor.
Pidámosle a nuestro Señor que nos inspire con sus palabras y su ejemplo. Recemos para que el Espíritu Santo llene nuestros corazones de paciencia (después de todo, es posible que los últimos días todavía tarden en llegar) y del valor para dejar que Jesús hable en y por nosotros cuando se nos exija defender nuestra decisión de seguirlo. †