Cristo, la piedra angular
La santísima virgen María y san Juan Bautista apuntan hacia Jesús
“Por aquel tiempo comenzó Juan el Bautista a predicar en el desierto de Judea. Decía:‘Conviértanse, porque ya está cerca el reino de los cielos.’ A este Juan se había referido el profeta Isaías cuando dijo: Se oye una voz; alguien clama en el desierto:¡Preparen el camino del Señor; abran sendas rectas para él!” (cf. Mt 3:1-3).
Este año, el segundo domingo de Adviento cae el 8 de diciembre, lo que nos lleva a celebrar la Solemnidad de la Inmaculada Concepción un día más tarde, el lunes 9 de diciembre.
El papa Emérito Benedicto XVI ha escrito que María y san Juan Bautista son dos figuras destacadas en el Adviento puesto que ambos cierran el ciclo de preparación y espera que caracterizó la esperanza de Israel de que las promesas de Dios se cumplirían. Ambos apuntan a Jesús como el tan esperado mesías.
La primera lectura del segundo domingo de Adviento proviene del libro del profeta Isaías e ilustra una visión gloriosa de esperanza que se cumplirá cuando el Ungido por Dios, el mesías, venga:
“Un rebrote saldrá del tocón de Jesé,
de sus raíces brotará un renuevo.
El espíritu del Señor en él reposará:
espíritu de inteligencia y sabiduría,
espíritu de consejo y de valor,
espíritu de conocimiento y de respeto al Señor.
Se inspirará en el respeto al Señor.
No juzgará a primera vista
ni dará sentencia de oídas;
juzgará con justicia a los pobres,
con rectitud a los humildes de la tierra;
herirá al violento con la vara de su boca,
con el soplo de sus labios matará al malvado;
la justicia será su ceñidor,
la lealtad rodeará su cintura.
El lobo vivirá con el cordero,
la pantera se echará con el cabrito,
novillo y león pacerán juntos,
y un muchacho será su pastor.
La vaca pastará con el oso,
sus crías se echarán juntas;
el león comerá paja como el buey.
Jugará el lactante junto a la cueva del áspid,
el niño hurgará en el agujero de la víbora.
Nadie hará daños ni estragos
en todo mi monte santo,
pues rebosa el país conocimiento del Señor
como las aguas colman el mar.
Aquel día la raíz de Jesé
será el estandarte de los pueblos,
a ella acudirán las naciones
y será esplendorosa su morada"
(Is 11:1-10).
Se profetiza un mundo completamente distinto de todo lo que se conocía hasta ahora: es el mundo que presagia María a través de su Inmaculada Concepción, sin pecado, y el futuro que anticipa Juan cuando llama al pueblo de Israel a un bautismo de arrepentimiento.
“Yo los bautizo con agua para que se conviertan—dice Juan—pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. Llega, horqueta en mano, dispuesto a limpiar su era; guardará el trigo en el granero, mientras que con la paja hará una hoguera que arderá sin fin” (cf Mt 3:11-12).
Lo que viene (el Reino de Dios) es una época de paz y justicia sin precedentes, pero a la cual le antecederá un bautismo con un fuego que arde eternamente y que quema “todo árbol que no dé buenos frutos” (Mt 3:10). Para prepararnos para la venida del mesías y estar listos para el nuevo mundo que inaugura su venida, debemos arrepentirnos.
La Solemnidad de la Inmaculada Concepción resalta el hecho de que María, concebida sin pecado original, es distinta de nosotros. Tal como señaló el papa emérito, Benedicto XVI: “Este privilegio otorgado a María, que la distingue de nuestra condición ordinaria, no nos distancia sino que, al contrario, nos acerca a ella. Si bien el pecado divide y nos separa, la pureza de María la coloca infinitamente cerca de nuestros corazones, atenta a cada uno de nosotros y deseosa de que alcancemos el verdadero bien.” Lo que distingue a María no la separa de nosotros; su pureza la predispone y la hace más accesible a nosotros, sus hijos.
Durante esta temporada tan especial, mientras comenzamos un nuevo año litúrgico y nos preparamos para la Navidad, se nos invita a mantenernos cerca de María, la madre de Jesús y nuestra madre.
Al igual que Juan el Bautista, María señala el camino hacia su hijo. Ella nos recuerda los milagros que obra Jesús en nuestra vida cotidiana y nos invita a responder con corazones abiertos: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38). †